Un hombre sin patria
Kurt Vonnegut
19 octubre, 2006 02:00Kurt Vonnegut. Foto: Helayne Seidman
Las "acciones bélicas" constituyen el sustrato de obras tan paradigmáticas como La roja insignia del valor de Stephen Crane o El arco iris de la gravedad de Pynchon, pero si de mostrar los horrores de la guerra se trata, los títulos referenciales serían El pájaro pintado de Jerzy Kosinsky y Matadero Cinco de Kurt Vonnegut. Esta última le valió a su autor, primero, la fama y, desde entonces, ser reconocido como uno de los novelistas más importantes del siglo XX en el abigarrado panorama de la literatura norteamericana. Se trata de una apreciación tanto de quien suscribe como del propio autor, pues ésta es una de las "confesiones"que encontramos en Un hombre sin patria.El volumen resulta un tanto singular -aunque algunas de las "reflexiones" ya hubieran aparecido anteriormente en publicaciones periódicas- tanto por su estructura como por su contenido. Habrá deducido el lector que nos encontramos ante un volumen de alto contenido autobiográfico, aunque, siendo ello cierto, tal categorización resulta excesiva. Se trata de 12 relatos intercalados por 21 "Ilustraciones"-en terminología del novelista- en las que se engloban una suerte de poemas en unos casos, "graffities"en otros, e incluso viñetas periodísticas de evocación, para los españoles, "forgesianas": "La vida no es forma de tratar a un animal" figura inscrito en una especie de lápida. En cualquier caso, las "Ilustraciones"se entienden más como evocaciones surrealistas que máximas filosóficas. Sirva de ejemplo la firmada por la "Visitante Marciana"que reza: "Vamos a ver, ¿qué será lo que le ven a las mamadas y al golf?"; aunque también las encontramos tan imaginativas como divertidas: "¿Creían que los árabes eran tontos? Ellos nos dieron los números. Intenten hacer una división larga con números romanos."
Con todo, lo más interesante del volumen son sus relatos. A sus 82 años Vonnegut se muestra tan insolente como divertido, tan agudo como desvergonzado, tan disgustado como luchador; habla de cuanto le apetece con la libertad y el aplomo de quien ya ha recorrido todos los caminos y sabe adónde conducen. El centro de sus iras
es la administación Bush encabezada por el propio presidente, "impermeable al buen juicio, al razonamiento, a los argumentos morales",para concluir afirmando que "no es más que un pelele que nos lleva al precipicio"(pág. 134). Su posicionamiento político se asemeja al ya conocido del popular Michael Moore -a quien incluso llega a citar-, pero en el caso de Vonnegut nos encontramos con un sentido del humor mucho más fino. Una seriedad conceptual que por su calado filosófico nos recuerda lo mismo a Gore Vidal que a Richard Meier o Bob Rauschenberg. En estas piezas más "serias", tal como ocurriera con las "Ilustraciones", pueden resultar desternillantes; así, por ejemplo, cuando una buena mujer le preguntó si debía traer su hijo al mundo... "¡No lo haga!, quise decirle, ¡podría ser otro George W. Bush u otra Lucrecia Borgia!"(pág. 128).
La brevedad de cada uno de estos esbozos impide que se desarrollen en profundidad las ideas que en ellos se reflejan; también es cierto que en algunos casos no encontramos sino generalidades no exentas de populismo, e incluso habrá quien entienda sus razonamientos como demagógicos; sin embargo Vonnegut ofrece una buena paleta de pinceladas que propician nuestra reflexión. Sirva una de ejemplo: "Un marido, una esposa y algunos niños no son una gran familia. Son una unidad de supervivencia terriblemente frágil."(pág. 66). Vonnegut no solo se mofa del modelo norteamericano, cuestionando a sus líderes y su política interna e internacional; también ataca las imposturas de sus compatriotas: "Si de verdad quieren fastidiar a sus padres y les falta valor para hacerse gays, lo mínimo que pueden hacer es dedicarse al arte."(pág. 40).
En el fondo, lo que Vonnegut pretende contrastar es la quimera en la que vive la sociedad norteamericana, y tal vez en ello radique su debilidad: en centrarse exclusivamente en la sociedad estadounidense en la asunción de que puede ser extrapolable al resto de las sociedades occidentales -no deja de sorprender que de las nueve obras que cita como grandes de la literatura cinco sean norteamericanas-. Lo que sí se puede garantizar es la diversión durante la lectura, que hubiéramos deseado nos ocupara más tiempo, pues en una sesión de lectura podemos concluir la obra.