Image: Un mundo sin copyright

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Letras

Un mundo sin copyright

Joost Smiers

19 octubre, 2006 02:00

Traduccion de Julieta Barba y Silvia Jawerbaum. Gedisa, Barcelona, 2006. 383 paginas, 29’50 euros

Profesor en la Escuela de Artes de Utrecht, Joost Smiers retoma en este volumen los temas alrededor de los cuales ha construido su obra a lo largo de la última década: los procesos de toma de decisiones en la industria cultural, la propiedad intelectual, el copyright, la creación artística y las identidades culturales en el mundo globalizado del siglo XXI. En estas páginas, Smiers recupera textos suyos a los que añade una sugerente reflexión cargada de actualidad. Con esta amalgama compone una visión de la práctica artística y cultural cargada de crítica contra el mundo establecido del arte. Un mundo sin copyright se desdobla en dos partes tituladas "La expresión artística en un mundo corporativo" y "Libertad y protección".

La primera mitad de este volumen está dedicada a indagar la posición del arte en el mundo globalizado de hoy. Smiers entiende el arte como una forma de comunicación cargada de sentido estético. Tanto la música como el teatro, la danza, el diseño, la televisión, el cine, la literatura, la pintura, la escultura, la fotografía o el video, por no añadir otras formas de expresión artística, serían arte, arte entendido -insistamos en ello- como una comunicación estética que, dadas las peculiares circunstancias que rodean al artista, implica de un modo inevitable dificultades emocionales, conflictos sociales, problemas de estatus social y dificultades económicas para la inmensa mayoría de quienes dedican su vida a cualquiera de las formas en las que el arte se expresa.

Tras posicionar el arte en el mundo actual como una forma de comunicación, esencialmente estética e inevitablemente cargada de problemas, Smiers comienza Un mundo sin copyright planteando una pregunta con carácter pedagogía: En el mundo globalizado actual, ¿cuál es la posición del arte? Es evidente que responder a tan ardua cuestión es el objetivo de todo el volumen, pero con esta pregunta tan sencilla como compleja se obliga al lector a zambullirse en el libro. ¿Quién no está de un modo u otro vinculado al arte? Basta con ponerse en la piel de cualquier espectador de un concierto o de una exposición para sentir que el arte te toca. El comprador de un cuadro o de una fotografía, y no digamos los coleccionistas -por no seguir con otras actividades ligadas al arte-, sienten muy de cerca lo que les comunica el artista y, por otro lado, no pueden dejar de pensar en lo que está detrás del artista. La reflexión en torno a la industria cultural en medio de la cual se produce el arte se presenta de inmediato. Y eso es lo que pretende Smiers, inducir al lector a que indague quiénes son los propietarios de los medios de producción, distribución y promoción de cualquiera de las expresiones artísticas en las que se implica. Aquí estaría la cuestión central, el nudo, "la batalla mundial para conquistar al público más numeroso".

Producción, distribución y promoción están, en opinión del autor, cada vez más en manos de las grandes corporaciones transnacionales. AOL/Time Warner, Vivendi-Universal, Sony, BMG, EMI, Disney, News Corporation o Viacom son ejemplos evidentes de cómo se integran la producción y la distribución de productos no sólo artísticos sino culturales. Esta concentración de poder en manos de las grandes corporaciones tiene para Smiers un eficaz instrumento de control: el copyright. Desde su perspectiva el actual sistema de copyright, en la mayoría de los casos, "no favorece a los artistas, ni al dominio público ni a los países del Tercer Mundo".

Lo que plantea Smiers es que no se puede continuar con un sistema que favorece más a las grandes corporaciones, a la industria cultural en definitiva, que a los artistas y al interés público. Los derechos de autor son incapaces de proteger los intereses de la mayoría de los músicos, compositores, actores, bailarines, diseñadores, pintores o directores de teatro. Vivir del trabajo creativo requeriría un esfuerzo para proteger la diversidad creativa, especialmente la de los artistas sin recursos y las de los creadores del Tercer Mundo. El diseño de por dónde debería ir el nuevo orden artístico y cultural constituye "Libertad y protección", la segunda parte de este volumen.

En este segundo pliegue del libro se concibe al artista como un valor indispensable para el desarrollo democrático de los países, un valor que debe ser cuidado como se cuida la diversidad medioambiental y se evita la extinción de especies. Smiers recurre a la metáfora ecológica para pedir que la creación artística sea subvencionada "pues una gran mayoría -de artistas- no puede vivir de su trabajo". La otra gran propuesta, esbozada ya en la primera parte del libro, es la modificación del copyright. La alternativa de Smiers consiste en substituirlo por un derecho de propiedad limitado. Se trataría, tal como escribe, de un derecho de propiedad restringido. Dicha restricción tendría un carácter temporal por un lado. Una obra muy popular podría volver al dominio público transcurridos dos meses, otras obras podrían mantener los derechos de autor un máximo de diez años. Por otro lado, debería mantenerse el derecho del autor sólo sobre la propia obra creativa y no sobre las adaptaciones porque "nadie piensa que alguien pueda ser el propietario exclusivo de una obra de arte… El copyright se ha convertido en un mecanismo de control de todo el contenido posible por parte de las industrias culturales y ha dejado de ser un medio para que los artistas reciban una retribución por su obra".

Smiers acaba por convertir el copyright en una pieza esencial del sistema democrático puesto que su razonamiento es el siguiente: la democracia no puede existir sin creaciones culturales y artísticas libres, y para que exista esa libertad debe cambiarse la vieja concepción de los derechos de autor, único modo de garantizar la existencia de muchos artistas y creadores culturales.

Tal vez la posición de Smiers, un crítico radical del neoliberalismo cargado de culpabilidad por haber nacido en la rica y tolerante Holanda, pueda parecer exagerada. Lo cierto es que si los agricultores franceses reciben dinero comunitario para que sigan viviendo bien, tal vez los creadores debieran ser también acreedores de alguna subvención comunitaria o estatal. En todo caso conviene señalar que algunos de los riesgos apuntados por Smiers son evidentes. La Federación de Cines de España (FECE) acaba de denunciar el abuso de las principales distribuidoras de cine norteamericanas Fox, Buenavista, UIP, Sony y Warner. En lo que va de año se han hecho con el 80% de la taquilla ante la pasividad del Ministerio de Cultura. Pese a que la FECE tiene una sentencia favorable del Tribunal de Defensa de la Competencia, las majors siguen controlando la distribución del cine en España.

En el universo digital la disputa en torno al copyright es muy evidente. Textos como el de Lawrence Lessig, Free Culture, vienen denunciando las trabas al genio creativo. En un orden de cosas más elemental conviene recordar que la Audiencia Provincial de Málaga le acaba de dar la razón a Eduardo Serrano, un arquitecto que no quería pagar el canon que la SGAE, entre otras entidades de gestión, impuso en el 2003 sobre la compra de cualquier disco compacto virgen con independencia del uso que posteriormente a su adquisición le dé el comprador.

Escrito desde posiciones contraculturales que el lector en español ya conocía desde textos como el de Wu Ming (Acuarela, 2002), esta obra es un magnífico aliciente para repensar el arte y la cultura en los albores del siglo XXI.