Orhan Pamuk, fabulador de la escisión entre Oriente y Occidente
El crítico Germán Gullón repasa la trayectoria del escritor turco, Premio Nobel de Literatura 2006, "héroe y víctima de la aldea global"
19 octubre, 2006 02:00La sensibilidad del premio Nobel de Literatura 2006, el escritor turco Orhan Pamuk (Estambul, 1952), está sintonizada con el pulso de nuestro tiempo. Su obra aborda los problemas experimentados por el hombre en la búsqueda de una identidad, lo que le lleva a confrontar los dilemas sociales del presente. Los más prominentes serán el enfrentamiento entre Oriente y Occidente, entre musulmanes y cristianos, la defensa de los derechos humanos del hombre y la cuestión del terrorismo, los temas que precisamente le han hecho universalmente famoso en Europa y Norteamérica. Su producción literaria se ha insertado en el debate político del presente debido en gran parte a las actuaciones de los ultranacionalistas turcos, que lo acusaron de traición por las declaraciones hechas a un periódico suizo (2005) sobre la matanza en 1905 de más de un millón de armenios y treinta mil kurdos. Su posterior absolución de los cargos mostró el diferente aprecio que goza entre compatriotas y entre extranjeros. Muchos turcos le reprochan su conducta, el sacar a la luz pública los trapos sucios de su historia. La élite literaria occidental apoyó fuertemente a Pamuk, declarándole una especie de Zola actual, lo que constituyó una buena ocasión para que los autores famosos, Gönter Grass y José Saramago, entre otros, se sintieran inspirados por un nuevo héroe intelectual.
Pamuk ofrece un perfil de escritor muy particular. Es un hombre de apariencia bondadosa, tranquila, que redacta sus textos en la misma casa de apartamentos donde creció, situada en la orilla europea de Estambul, mirando al Bósforo. Recibió una educación privilegiada, como correspondía a un miembro de la alta burguesía adinerada; sus abuelos, ingenieros de profesión, labraron la fortuna familiar con el negocio de la construcción de los ferrocarriles. Acudió a una escuela laica, la Americana de Estambul, donde se enseñaba en inglés y en turco. Finalizado el bachillerato fue a la universidad de Estambul para estudiar arquitectura. Corría el año 1970, por entonces soplaban aires marxistas e izquierdistas en las aulas, sin embargo el hoy laureado se mantuvo al margen, aprovechando el tiempo para sumergirse en la lectura de los textos canónicos de la literatura moderna universal, desde los eminentes novelistas rusos del siglo XIX a Proust o Virginia Woolf. Curiosamente, su vocación entonces era la de pintor, inaceptable para la familia. Tras abandonar la escuela de arquitectura, tres años después, se matriculó en Periodismo para no ir al ejército.
Durante este período universitario escribió dos novelas. La primera, una saga familiar clásica, Cevdet Bey y sus hijos (1979), dedicada a contar la historia de sus abuelos, y que hoy rehúsa publicar de nuevo, porque desentona con el resto de su obra. La casa del silencio (1983) fue su segunda ficción, y aunque sigue también un formato argumental tradicional viene contada desde diversos puntos de vista, con lo que se evidencian las lecturas, entre otras de William Faulkner. Lo importante resulta que ya comienzan a aparecer en el texto los temas centrales de su obra futura. Se trata de la historia de un abuelo muerto que visita la memoria de su mujer. Este hombre, una especie de ilustrado, que vive en los momentos finales del imperio otomano, constata la diferencia de conocimientos entre la cultura oriental y la occidental y decide remediarla escribiendo una enciclopedia. Los proyectados cuarenta y siete tomos ofrecerían a los turcos suficiente información para cerrar el hueco de conocimientos.
Su primer éxito vendría con la siguiente obra: El astrólogo y el sultán (1985). El texto evidencia una fuerte influencia de Jorge Luis Borges y de Italino Calvino, y es la primera novela traducida al inglés. Como le sucedió a Gabriel García Márquez con su Cien años de soledad, que encontró en Gregory Rabassa su perfecto traductor, así le ocurrió al escritor turco con Victoria Holbrook. El bello texto llamó la atención, entre otros, de John Updike, que asemejaron al autor turco con Proust. La novela cuenta la historia de un estudiante veneciano en el siglo XVII, quien capturado por unos piratas es conducido a Estambul. Consigue hacerse con la confianza de un pachá que le presenta a un consejero, el científico Hoja. Sorprendentemente ambos hombres parecen mellizos. Hoja obliga al italiano a instruirle sobre los saberes occidentales, tarea en la que invertirán diez años. Esta maravillosa historia le sirve a Pamuk para explorar los secretos de la identidad individual, pues los personajes acabarán intercambiándose los puestos, tras una estupenda batalla donde se ensaya un cañón diseñado por Hoya. La novela mezcla, pues, una espectacular fabulación con la exploración de las vicisitudes del ser.
Luego el novelista vivió tres años en Norteamérica, concretamente en Nueva York, donde acude para acompañar a su mujer, Aylin Turegen, mientras ella hacía su doctorado en Historia. Se encierra en la biblioteca de la Columbia University a redactar su cuarta novela, El libro negro (1990). Esta ficción supuso su consagración en Turquía, pero a la vez su primer choque con la crítica de su país, que desde entonces le será adversa, porque se siente demasiado empujada hacia posiciones occidentalistas. El argumento desarrolla la historia de Galip que busca a su esposa y prima Ruya, que sospecha se ha escapado con su medio hermano Jelal, a quien adora e imita. La dedicación de Galip a conocer todo cuanto sabía Jelal nos lleva a revisar una enorme cantidad de información sobre los más variados temas, desde las influencia extranjera en el país hasta el misticismo Sufi y las propias entrañas de la ciudad de Estambul. Su siguiente libro, La vida nueva (1994), constituyó un superventas en Turquía. Desde entonces, las presentaciones de sus libros suponen puestas en escena espectaculares al estilo Hollywood, circunstancia aprovechada por sus adversarios para decir que todo es mercadotecnia. Pero la novela es excelente. Un joven estudiante de ingeniería en Estambul observa en el bar de la facultad a una bella muchacha leyendo un libro. Camino de casa ve el mismo volumen en un puesto. Lo compra y acto seguido lo lee entero: y su vida desde ese momento habrá cambiado. Como la novela anterior, la obra nos habla del poder que tiene la literatura sobre nosotros y el valor de la escritura.
Las dos últimas novelas, Me llamo Rojo (1998) y Nieve (2002), son sus mejores y las que le han llevado a la fama como un literato con personalidad propia y que, a la vez, han sido utilizadas como textos políticos por los enemigos. Desde luego, este Pamuk en vez de a Borges se parece a un narrador nato como García Márquez, alguien que domina el arte de narrar. Los personajes se presentan con la urgencia de los grandes seres de ficción, tienen vida y están hechos con la carne de las palabras. Ambas novelas abordan el tema de los conflictos derivados de Turquía que existe dividida entre el oriente y el occidente, donde la cultura laica se disputa el protagonismo civil con el islamismo radical. Me llamo Rojo ocurre durante el imperio otomano, en el siglo XVI, cuando un sultán decide que un artista trabaje con la técnica del retrato renacentista en vez de con la tradicional miniaturista importada de Persia. Esta pintura, con su realismo, sus perspectivas, permite la expresión de la personalidad individual y, por lo tanto, es experimentada por los tradicionalistas como antirreligiosa y como un desafío a Alá. El artista termina asesinado. Nieve es una auténtica obra maestra, situada en Kars, una ciudad remota en las fronteras del país. Un poeta, que vive en Alemania, viene de visita a la ciudad nevada, y a través de sus ojos asistiremos a la lucha entre los nacionalistas que quieren un estado secular y los islamitas radicales.
El genio literario de Pamuk se deriva de cómo representa en sus textos al hombre enfrentado a un gran dilema, la imposible elección entre el secularismo occidental, la tradición ilustrada, o el oriente, la islámica. En Estambul (2006), un libro dedicado a su ciudad natal explicita el ánimo que tal situación provoca: los turcos viven sumidos en la profunda melancolía de un pueblo que fue un imperio, pero que necesita de Occidente para construir su futuro secular. Su mensaje nos atrae enormemente porque es un turco que habla como un occidental, mientras le reconocemos escindido entre dos culturas. Este primer Nobel turco es un héroe y una víctima de la aldea global, donde los extremos se tocan.