Image: Ricardo Muñoz Suay. Una vida en sombras

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Letras

Ricardo Muñoz Suay. Una vida en sombras

Esteve Riambau

15 marzo, 2007 01:00

De izda a dcha., García Márquez, Jorge Edwards, Vargas Llosa, en julio de 1974

Premio Comillas de Biografía.Tusquets. Barcelona, 2007. 684 páginas, 25 euros

Es difícil elegir mejor subtítulo que el escogido por Esteve Riambau para este estudio de la trayectoria vital de Ricardo Muñoz Suay: Una vida en sombras. Creo hacerme eco del sentir de gran parte de los potenciales lectores -descontando los cinemaheridos y los valencianos, por paisanaje- si digo que el nombre de Muñoz Suay puede sonar familiar, pero al mismo tiempo resulta difícil de situar de modo preciso: cineasta, sí, pero… ¿en qué cometido concreto?; agitador cultural, también, pero… ¿responsable de qué eventos?; y, desde luego, un personaje característico del PCE del interior, pero… ¿en qué labores, con qué responsabilidades, hasta qué fechas?

Es la suya en efecto una vida en penumbra, moviendo muchos hilos, resistiéndose siempre a salir a saludar al público. ¿Por complejo de inferioridad o por maquiavelismo? Hay sobradas razones para pensar lo uno y lo otro. Estando detrás de tantas empresas cinematográficas, Muñoz Suay nunca llegó a filmar y firmar (es decir, asumiendo toda la responsabilidad) una película. Escribió cientos de artículos pero no se atrevió a teorizar en serio, más allá de esos brillantes chispazos críticos. Siendo comunista en la España de Franco, dispuso de una considerable libertad de movimientos y gozó de gran influencia en el entramado cultural: pese a estar siempre en la sombra (o precisamente por ello) se trataba de un hombre poderoso, al que era mejor tener como amigo que como enemigo. Nos hallamos, en suma, ante un personaje difícil, escurridizo, camaleónico, que se ocultaba tras el sarcasmo y un humor vitriólico.

Por no escribir, se resistió incluso a escribir sus Memorias, a pesar de las solicitaciones de tantos compañeros y pese a que tenía tanto que contar de primera mano: nada menos que toda la intrahistoria cultural del antifranquismo. Aprovechemos ya para adelantar que esta biografía es lo más cercano a esas anheladas Memorias, aunque su autor diga con modestia que no pretende sustituir esa rememoración ya imposible. Y entiéndase esto con su carga positiva pero también con su bagaje negativo o discutible, porque Riambau ha hecho uso sistemático del archivo personal de Muñoz, y en especial de su "abundantísima correspondencia", lo cual le lleva en múltiples ocasiones a adoptar su punto de vista. Esta perspectiva condiciona las páginas del libro, para complacencia de algunos -sus amigos- pero también para desagrado o discrepancia de aquellos -no pocos-que chocaron con Ricardo en algún momento del camino.

Un camino vital -una época- ciertamente difícil, que empieza en Valencia en 1917. En esa ciudad y en ese año nace Muñoz Suay en el seno de una familia progresista y relativamente acomodada. De su padre -médico-, dice su biógrafo, extraerá tres pasiones: la política, los libros y las mujeres. Sobre esta última faceta Riambau no es muy explícito, pero en cambio se detiene bastante en su devoción bibliófila y aún más en su vocación política. De hecho es ésta la que marca decisivamente su primera etapa: militante comunista con apenas 15 años, jugó en los tiempos de la República y la guerra un relevante papel en la FUE (Federación Universitaria Escolar), desempeñando ya entonces esa labor de agitador político-cultural que presagiaba lo que iba a ser el sustrato de su itinerario personal.

De esa etapa juvenil proceden también los referentes que configurarán su horizonte cultural: Ivens, Hemingway y, sobre todo, Malraux. Y ¡cómo no! Tierra de España y Sierra de Teruel, dos películas sobre la contienda civil que adquirirán la condición de mitos. Son tiempos duros, que se agravan con la derrota republicana: tras una breve reclusión en Albatera, permanece escondido en el domicilio familiar, casi como un topo, durante cinco años. Cuando decide salir, comprueba que sus temores no eran infundados: el anonimato en el que se refugia en Madrid no le salva de ser detenido en septiembre de 1946. A la salida de la prisión, algo más de dos años después, empieza el verdadero Muñoz Suay, promotor del renacimiento del cine español.

Habitualmente se habla en este contexto de Bardem y Berlanga, pero la pareja -por cierto "no tan feliz"- era en realidad un trío, con Ricardo siempre al retortero pero, eso sí, también siempre en segundo plano. Desde fuera, sobre todo a partir de ¡Bienvenido, Mr. Marshall! (1953), podía hablarse de éxito, máxime teniendo en cuenta el escaso margen que dejaba la censura franquista. Pero desde dentro, como nos hace ver Riambau, se vivía un ambiente enrarecido por las discrepancias políticas y, aún en mayor medida, por los celos y personalismos. La relación de Muñoz Suay con Bardem se fue deteriorando hasta la ruptura en 1961, mientras que con Berlanga seguirá un camino inverso, de la frialdad a la admiración. En uno y otro proceso no escasearon las zancadillas, las mezquindades y el rencor.

Mientras tanto el PCE seguía extendiendo sus tentáculos para controlar y modular la respuesta cultural al franquismo (el caso de la productora Uninci como paradigma). En ese ambiente tuvieron lugar las Conversaciones de Salamanca (mayo de 1955). El propio Ricardo decía en una carta a Zavattini -otro de sus ídolos- que "Salamanca fue importantísimo" hasta el punto de que "casi todo lo que se dice y escribe en serio sobre cine en España gira alrededor de aquel congreso". Ello no evitó la divergencia cada vez más acusada entre Bardem y Berlanga mientras Muñoz Suay, por su parte, encontraba en Buñuel un eficaz ariete contra el establishment franquista: Viridiana (1961) fue en este sentido una jugada maestra, aunque conllevó un largo rosario de problemas en aquel pequeño mundo de sectarios.

Aunque Muñoz Suay era experto en escurrir el bulto, esta vez le tocó pagar su cuota. El aspecto más llamativo del lance fue su salida del PCE y su conversión en anticomunista militante. En un primer momento eso supuso pasar de "respetado" a "apestado", un tránsito tan inevitable como similar al que viviría poco después el camarada Jorge Semprún. Pero una vez más Muñoz Suay sobreviviría, incorporando nuevas amistades o retomando viejos contactos, de Azcona a Benito Perojo, aunque sin poder evitar situaciones económicamente precarias.

Siempre con la capacidad de hallarse en el momento preciso en el lugar adecuado, Muñoz Suay se trasladó a Barcelona a mediados de los 60, justo cuando germinaba la nueva Escuela cinematográfica que tomó el nombre de la localidad catalana. Convertido en hombre-puente entre Madrid y Barcelona, desempeñó una vez más esa labor de promoción que le caracterizaba, en el cogollo de la movida (en este caso de la gauche divine) pero también, como era habitual, en una discreta penumbra. En su etapa catalana Muñoz Suay hizo con Carlos Barral de anfitrión en Calafell, tuvo tiempo de aproximarse al boom de la narrativa latinoamericana y participó en otras aventuras editoriales, con Bruguera, Muchnik, Tusquets, etc.

Riambau ha escrito una biografía excelente, en la órbita de la mejor tradición anglosajona en este terreno: una sólida bibliografía, un magnífico soporte documental (en especial cartas) y un buen conocimiento del personaje, enriquecido por múltiples entrevistas con quienes le trataron. Dada la inmensa cantidad de datos que maneja, no es extraño que se cuelen pequeños deslices, sobre todo en lo relativo al contexto histórico, que en todo caso no empañan una obra que se lee con interés sostenido a pesar de su extensión. Más sorprendente resulta el silencio sobre sus últimos diez años, por lo que el final del libro resulta un poco abrupto.

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