Elias Canetti Apuntes (1942-1993)
Elias Canetti
31 mayo, 2007 02:00Elias Canetti. Archivo
En 1984 Elias Canetti escribió este apunte: "Fiel retoño alemán de la literatura española". No resulta aventurado atribuir la referencia al mismo autor, que en otro momento confiesa que para huir del personalismo estomagante "basta con hablar de sí mismo en tercera persona; él es menos importuno y voraz que yo" (p. 63). En todo caso, más adelante se olvidará ya de su prurito: "Yo soy español, un español de los de antes, ahora" (p. 722). Judío sefardí -su solar en Cañete-, nacido a orillas del Danubio, en una ciudad búlgara que fuera turca en cuyas calles se hablaba ocho lenguas, con seis años se instalará en el inglés cuando la familia se traslada a Manchester, y sólo tras la muerte del padre abrazará el alemán por razón de sus estadías en Viena, Zúrich, Frankfurt y Berlín, hasta el obligado regreso a Inglaterra en 1939. Ese él de Canetti que es su yo "quiere unificar Europa mediante la historia de su infancia" (p. 559): pocos escritores se sentirán más europeos. Pero nunca renunciará a su filiación hispana, por lo que es de justicia el esfuerzo que Juan José del Solar está haciendo para reintegrar a nuestra lengua la obra completa del Nobel de 1981.Ignacio Echevarría recuerda la historia editorial de estos escritos de Canetti, paralelos a sus obras mayores. él mismo, en los prólogos que puso a las diversas entregas de ellos, los justificaba como una auténtica "válvula de escape" para no enloquecer mientras escribía Masa y poder, cuya redacción le ocupó entre 1948 y 1959. Semejante hábito terapéutico le seguirá acompañando, no obstante, sin interrupción. Las mil páginas que ahora se nos ofrecen son apuntes escritos entre 1942 y 1993, la mayoría publicados, otros inéditos, como los que escribió ex profeso para Marie-Louise von Motesiczky: en todo caso, es tan sólo la décima parte de los guardados en la Biblioteca Central de Zúrich.
Canetti dedica uno de sus apuntes de 1954 a describirnos la gratificación que le produce leer máximas y aforismos: que nos dan la razón, que nos justifican, que nos divierten mediante un giro inesperado como sucede con las greguerías, pero que también, a veces, nos avergöenzan. Esto es, dicho orteguianamente: que nos plagian. Hay también otra utilidad, obvia: proporcionarnos una cantera de citas, para lo que esta edición es modélica gracias a su "índice de nombres y de conceptos". Por el contrario, en una carta de 1987 el escritor califica de espantoso el intento de leer de un tirón estos volúmenes. Sin embargo, yo lo he hecho así, y con resultado más que satisfactorio. Claro que él insiste en diferenciar sus apuntes de un diario. El diario sirve para "mostrar la continuidad de una vida" y los apuntes "viven de su contradicción y espontaneidad" (p. 1128). Ciertamente, hay aquí poca autobiografía factual, pero esa espontánea y contradictoria discontinuidad viene a resultar muy posmoderna y al cabo puede convertir en apasionante el reto de relacionar los enunciados, por lo general concisos y elusivos, con las fechas que acompañan la mayoría de las series aquí incluidas.
Resulta así magnífica su visión de la guerra desde la retaguardia, trufada tanto del sufrimiento por la suerte atroz de su estirpe como por su dolor por Alemania: "Quiero devolver a su lengua lo que le debo. Quiero contribuir a que haya algo que agradecerles" (p. 79). Espléndidas también sus apreciaciones, en general admirativas, de los arrogantes ingleses; pero a partir de 1945, sus notas revelan al trasluz la constante obsesión por otra guerra más destructiva, la atómica, o por futuras "guerras relámpago", por la profanación de la luna por el hombre culpable ya de la ruina de la tierra, por la nueva sociedad, tan vacua, en la que la hipertrofia de la información acabará con el sentido de lo trágico. Canetti se burla de los augures, porque cuando profetizan lo peor acaban deseando que ocurra, pero sus frases de 1949 sobre Mahoma -al que considera, frente a Buda o Cristo, él único actual- resultan premonitorias: es el profeta del verdadero poder. Tanto es así que leyendo sus apuntes del modo en que lo he hecho no cabe sino dar por justa esta jactancia del autor: "Ahora me digo que he conseguido agarrar a este siglo por el cuello" (p. 263).