Image: El secreto de Christine

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Letras

El secreto de Christine

Benjamin Black

5 julio, 2007 02:00

Trad. de Miguel Martínez-Lage. Alfaguara. Madrid, 2007. 392 páginas. 19’50 euros

Hay libros para gustos y momentos variados. Los auténticamente literarios llevan al lector hasta los límites del misterio, las fronteras de cuanto somos capaces de pensar, razonando o imaginando, sin ofrecernos una solución a los dilemas planteados. En cambio, los libros de intriga, y cuando la trama viene bien organizada, cierran el argumento con un final que despeja las incógnitas argumentales. Todo queda atado y bien atado. Ahí reside la diferencia entre los libros literarios y los de misterio. Benjamin Black, pseudónimo con el que John Banville (Wex-
ford, Irlanda, 1945) firma su debut en el subgénero de novela de crímenes, alcanza con El secreto de Christine una obra realmente destacada, tan estupenda como El mar, la ficción literaria con la que ganó el premio Booker 2005, año en que quedaron finalistas también las novelas Arthur & George, de Julian Barnes, y Sobre la belleza, de Zadie Smith.

Cuando El mar fue galardonada, los comentaristas alabaron unánimemente su estilo, su matizada expresión verbal que permitía a Banville trasmitir los mínimos cambios en la percepción, en el ánimo, de los personajes. Tan envidiable estilo fue comparado con el de sus maestros, Proust y Nabokov. Arthur & George, de Barnes, recibía asimismo el voto de numerosos lectores, porque era una novela de crimen de inusual nivel. La narración de misterio competía así con la literaria. Barnes, conocido, al igual que Banville, por escribir en el inicio de su carrera un tipo de ficción posmodernista muy literaria, donde lo verdadero y lo fantástico se confundían, abría una brecha en la narrativa británica. Además, Barnes ya había usado un pseudónimo, Dan Kavanagh, para firmar varias ficciones de misterio, pero con Arthur & George juntaba ambas maneras. Lo mismo hace nuestro autor, pues en la misma portada del libro se especifica que "Benjamin Black es John Banville", confesión pública de que un mismo autor toca el teclado del ordenador a cuatro manos, mezclando lo clásico con lo popular.

El simple hecho de que los autores utilicen un pseudónimo cuando ejercitan sus dotes creativas con un tipo de novela más comercial indica que han encontrado un modo digno de responder a la demanda de los tiempos, cuando las novelas de entretenimiento dominan el mercado de ficción, sin postergar los deseos de sus lectores de gustos refinados. Quizás las diferencias entre ambos tipos de textos se estén borrando, debido a las necesidades impuestas por la vida actual a los lectores. Banville, cuya larga trayectoria de escritor se caracteriza por la alternancia de ficciones de diferentes estilos, ya había dado un aviso con su mejor novela, El intocable (1997), donde presenta con profundidad e intriga el dilema de un joven de la alta sociedad inglesa que termina siendo espía.

El secreto de Christine ofrece los componentes habituales de la ficción de misterio. Hay hasta una especie de templarios, los Caballeros de la St. Patrick, guardianes del secreto que el protagonista, el Doctor Quirke, un patólogo forense en un hospital de Dublín, intentará desentrañar a lo largo del relato: el destino de un bebé y la muerte post parto de su madre, Christine Falls. Nunca se termina de aclarar satisfactoriamente el carácter de tales caballeros, que carecen de ritos especiales o de los disfraces de tales organizaciones. Sí conocemos sus intenciones, el mandar en secreto a niños nacidos en el seno de familias numerosas, hasta dieciséis retoños, del Dublín hambriento de la posguerra mundial a un orfanato en Boston. Los Caballeros financian semejante cruzada con el propósito de mantener viva en Estados Unidos la cultura católica entre los americanos de origen irlandés. Los bebés llegados de Europa serán colocados en familias modestas y, con el tiempo, se convertirán en buenos candidatos al sacerdocio, cuyas filas empezaban a clarear.

Black-Banville apenas define, como adelanté, el papel de la secta, aunque sí caracteriza bien a miembros típicos de la misma, el necesario multimillonario, dueño de una ultra mansión, casado con una rubia oportunista; un juez respetadísimo, especialistas de medicina, ginecólogos, forenses, monjas y curas misteriosos, y los consabidos rompe huesos de nariz e inteligencia chatas. Junto con el trasfondo templario y la búsqueda de Quirke de la verdad sobre la desaparición de Christine, la trama incluye amores inconfesados, hijas que descubren paternidades insospechadas, y sexo de tintes subidos, como corresponde en una novela de misterio, que también pudiera recibir la denominación de negra.

En estos textos se recurre, según hace nuestro Pérez-Reverte en su Club Dumas, al cliché para crear a los personajes. La "chica que iba a su lado era para caerse de espaldas. Tenía una especie de perfil aindiado, de pómulos altos y una nariz que bajaba en línea recta desde la frente. Pero no tenía ni un pelo de india, era purita clase alta bostoniana, con la piel de color caramelo" (pág.152-153). Los estereotipos, el millonario, la joven anglosajona, el juez de pelo blanco, resultan necesarios, porque el argumento va montado como una pieza de relojería, los componentes deben encajar o el libro no funciona. Los personajes, en fin, actúan como fichas de dominó, y cuando llega el momento del cierre del juego, los números deben cuadrar. Además, en estos libros los protagonistas suelen ser hábiles jugadores de ajedrez u otros juegos que exigen agudeza para la combinación y el cálculo, porque permiten al narrador valerse de la libertad proporcionada por los juegos realizados en el espacio de un tablero.

Black-Banville construye el argumento de la obra con destreza de relojero. Cada página ofrece los datos necesarios, los suficientes para picar nuestra curiosidad. No al modo de El código da Vinci, donde el interés es despertado por las constantes sorpresas, casi una por hoja; en El secreto de Christine, los acontecimientos narrados se suman, encajan a la perfección, el narrador busca los huecos oscuros, los resuelve y pasa a iluminar el siguiente enigma.

Además de al talento del autor, la calidad del libro proviene también de que la novela representa el mundo irlandés con destreza y ofrece acertadas vistas del Boston donde crecía el futuro presidente Kennedy, ambas realizadas con un fuerte apego a la realidad. La tristeza del Dublín empobrecido de los años cincuenta del pasado siglo, la vida social sin mayores alicientes, un mundo del trabajo pobretón, son trasmitidos a través de un espacio estupendamente construido. La humedad del clima, las nieblas irlandesas, la tristeza de una sociedad de la posguerra que todavía no sabe qué camino tomar para sacudirse esa postración, aparecen expresados con fuerza. De momento, los ciudadanos sobreviven mirando el fondo del vaso de whisky y fumando sin cesar.

Leyendo estas páginas de Black-Banville, el lector se enfrenta con los problemas reales de la vida urbana actual, la agobiante serie de abusos, bebés robados, crímenes, mujeres maltratadas, gentes sin conciencia, pero la acción queda circunscrita al espacio ficticio. El mérito de estas novelas de serie "negra" proviene, cuando poseen auténtica calidad literaria, de que la intriga nos lleva en volandas mientras resuelve imaginativamente lo que en la vida real queda irresuelto, la incertidumbre provocada por un mundo violento que nos aterra y fascina.

John Banville. Su primera esposa asegura que mientras Banville escribe es lo más parecido a "un asesino que regresa de un crimen particularmente sangriento". Quizá por eso, el suplemento de libros del New York Times destaca que "la ficción contemporánea no tiene nada mejor... Los libros de Banville rebosan vida y humor". Porque de eso, de vida y de humor, anda bien sobrado. Un ejemplo: a menudo confiesa que comenzó a escribir con 11 ó 12 años, "haciendo pésimas imitaciones de Joyce". No fue a la universidad, y comenzó a trabajar muy joven en las líneas aéreas irlandesas Aer Lingus, lo que le permitió conocer el mundo sin gastar demasiado. Vivió en Estados Unidos entre 1968 y 1969, y regresó a Irlanda para convertirse en redactor de Irish Press hasta que en 1995 cerró por problemas económicos. Los mismos que le hicieron renunciar al Iris Times, del que era responsable literario. Colaborador habitual de The New York Review of Books, entre sus novelas destacan El intocable, El libro de las evidencias y El mar, todas ellas publicadas en España por Anagrama.