Memorias. El ladrón en la casa vacía
Jean-François Revel
12 julio, 2007 02:00Jean-François Revel. Foto: Domenec Umbert
Filósofo, escritor y periodista, Jean-François Revel -su verdadero apellido era Ri-card- murió el 30 de abril de 2006 en un hospital situado en la afueras de París a consecuencia de unas dolencias cardíacas que le aquejaban desde hacía tiempo. Su desaparición a los 82 años supone el fin de una vida que encarna a la perfección el devenir de Francia en el siglo XX. Espíritu libre, sensual, amante de la buena mesa e independiente por encima de todo, su biografía es la de un nadador a contracorriente fascinado siempre por las frías y turbulentas aguas de las polémicas más cortantes.Memorias. El ladrón en la casa vacía aparece ahora en una excelente traducción de Juan Antonio Vivanco Gefaell. La edición francesa vio la luz en 1997, año en el que Revel es recibido como miembro de la Academia francesa, siendo Marc Fumaroli el encargado de pronunciar el discurso de recepción. Ni la década transcurrida, ni el hecho de que se cierren estas páginas en 1982 restan interés a un texto que, como el propio Revel indica en su final, pretenden estar más en el lado de las memorias literarias que en el de las memorias históricas. Más narración que documento. En realidad, esta afirmación no es del todo cierta porque, si bien la amena y ágil escritura de Revel tiene el don de clavar al lector en su asiento página tras página, también lo es que su recorrido histórico está documentado y su rigor es de confianza. En la excelente tradición francesa de "memorias" -un auténtico género nacional-, este volumen encaja en la corriente autobiográfica del cardenal de Retz, de Saint-Simon o de los Recuerdos de Tocqueville. Incluso se adentra, aunque con prudencia, en el subgénero de las confesiones al estilo de San Agustín o de Rousseau. Algunas de las páginas que Revel dedica a su vida más íntima, amorosa o familiar, están en esa línea de exposición del yo mas profundo.
El ladrón en la casa vacía es un subtítulo que requiere cierta explicación. El propio Revel, al despedirse del lector, escribe que está tomado de una comparación budista entre la vida humana perdida en el mundo de la ilusión y la avidez de un ladrón que entra en una casa rica en apariencia en busca de un cuantioso botín y una vez dentro se encuentra con que está vacía. Esta alegoría del despertar y del ladrón que se encuentra con una casa en la que no se puede robar es "uno de los temas favoritos de la doctrina budista". Revel narra cómo en su viaje al Nepal, en 1996, para tratar de identificar los rasgos de la relación entre Occidente y el budismo, su hijo Mathieu, monje seguidor del Dalai Lama, le hizo notar la similitud entre la alegoría budista y la filosofía que rezumaban sus memorias. El resultado del viaje se plasmó en un libro publicado en 1997 bajo el título El monje y el filósofo.
Aunque el subtítulo le pueda parecer al lector una concesión ca-riñosa a un hijo que ha tomado los hábitos budistas por parte de un padre que a juzgar por estas páginas no fue, en modo alguno, un progenitor modelo, lo cierto es que poco importa, aquí estamos ante unas memorias que siendo carnosas tienen tersura y elegancia. Su estructura es la tradicional en estos menesteres: una mezcla de lugares y de tiempos que arrancan desde los orígenes familiares.
De este modo las páginas que nos ocupan dejan entrever a un joven de tez clara que ha nacido en Provenza en 1924, hijo de un padre lionés y de una madre que proviene de unas tierras en su día españolas, el Franco-Condado. Al volver sus padres de Mozambique en 1929, tras trabajar en el negocio de la familia materna, el padre compra, con dinero heredado por la madre de Revel, una magnífica villa provenzal en medio de un parque ubicado en las cercanías de Marsella. "La Pinède" será la casa de infancia y juventud. Los estudios rigurosos de autores latinos y griegos, la historia y la literatura no son incompatibles con las escapadas a la playa en compañía, no siempre inocente, de sus primas.
Entre los estudios y los amores, la surtida biblioteca de su padre y las conversaciones familiares transcurre la infancia de un Revel que dedica muchas páginas a la rememoración de su padre. Nacido en una familia modesta, ex combatiente de la I Guerra Mundial, dos veces cruz de guerra, debe a su matrimonio, como su hermano, con "una niña rica", el haber entrado en la burguesía acomodada de los negocios. A partir de 1942 las diferencias políticas entre padre e hijo harán estallar su relación. Revel ha dejado la casa familiar para, interno, estudiar con los jesuitas en Lyon. Allí, a través de su profesor Auguste Anglès, entra en una red de la resistencia antinazi como correo. Llega su primer éxito: es admitido, en París, en la Escuela Normal Superior en 1943.
Derrotado el totalitarismo nazi Revel, gracias a sus relaciones en los círculos de la Resistencia, salva de una larga condena de cárcel a su padre, acusado de colaborar con el régimen pro alemán de Petain. Con un brillante futuro por delante, comete "la estupidez de dejarme arrastrar en 1945 a un matrimonio imprudente y prematuro". Para mantener a su familia Revel se ve en la necesidad de aceptar un puesto de profesor en Argelia durante el curso 1947-1948. Horrorizado por lo que en poco tiempo se va a convertir en una cruenta guerra civil vuelve a Francia antes de que acabe el curso y sin despedirse. Por fortuna encuentra un puesto de profesor en el liceo y en el Instituto Francés de México entre 1950 y 1952. El país le horroriza y apalancándose en el fallecimiento de su padre abandona, por segunda vez, sin finalizar el contrato. El azar le lleva a una ciudad ambicionada, Florencia. El Instituto Francés le acoge como docente entre 1952 y 1957, fecha en la que obtiene su cátedra de Filosofía.
Quedan atrás años de excesiva bohemia, de amores desbocados, de un matrimonio desgastado que deja dos hijos y que acabará en divorcio. En París de nuevo, Revel publica en 1957 un panfleto que levanta pasiones, ¿Pourquoi des philosophes? Poco después, en 1960, aparece Sur Proust. éste ya no es un panfleto, se trata de una obra maestra de la ironía. Aunque tentado por la política Revel, tal como leemos en estas páginas, se reafirma en su independencia radical y en la crítica al comunismo en general y al Partido Comunista Francés en particular (su polémica con Marchais fue histórica). La deriva ideológica de Revel le va conduciendo al Raymond Aron del Opio de los intelectuales (1957) y al Jean-Jacques Servan-Schreiber del Desafío Americano (1967).
A medida que Revel va denunciando la opresión comunista, su vigor dialéctico le va llevando a conclusiones liberales que se superponen a sus viajes a Estados Unidos y a su negativa a entender ese país como fuente de todo mal. Su Tentation totalitaire en 1976 será seguida por La nouvelle censure. Tanto estas obras como las posteriores conforman un gran esfuerzo pedagógico destinado a prevenir a las elites francesas frente a un Estado que en nombre de Keynes o de Marx puede convertirse en un dinosaurio peligroso. Pero el ensayismo político está lejos de resumir la existencia que Revel nos desgrana en estas páginas. Sus columnas en France-Observateur o después en L’Express hablan de arte o de otras muchas cosas. En esta última revista, la de mayor impacto político en Francia durante muchos años, ocupará distintos cargos hasta llegar a la dirección en 1978. La ruptura con L’Express en 1981, la entrada al año siguiente en Point, el semanario rival fundado por Claude Imbert en 1972, marca el largo periodo dorado de Revel, casado desde 1967 en segundas nupcias con Claude Serraute, hija de Natalie Serraute. Atrás queda su relación con el socialismo y con el mismo Mitterrand.
Los largos años en Point, su presencia constante en otros medios de comunicación, sus frecuentes conferencias y sus libros siempre polémicos convirtieron a Revel en un senador de la vida política y cultural francesa. Su humanismo laico no está, como vemos en esta autobiografía, reñido con el interés y el respeto por la ciencia y sus avances. El saber científico lo engarza Revel con un respeto por la persona en el que la amistad juega un papel de enorme importancia siempre que no se utilice como tapadera para el compadreo, el corporativismo o la injusticia pura y dura.
Con frecuencia las memorias son autojustificativas, es difícil escapar a ese sesgo autocomplaciente. Por fortuna, Revel expresa con claridad desde la primera hasta la última página errores y equivocaciones vitales e intelectuales. Y no sólo eso, acepta y expone con naturalidad que parte de sus logros son debidos al azar. Aceptar equivocaciones y dar pie en la exposición de la trayectoria vital a la suerte implica una calidad humana que se traduce en unas texturas que no pueden sino fascinar al lector.