Image: Luis García Montero

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Letras

Luis García Montero

“Leer y escribir parecían un modo de salir corriendo delante de la policía”

17 enero, 2008 01:00

Luis García Montero. Diseño de Alarcos

Mi primer libro se tituló Y ahora ya eres dueño del Puente de Brooklyn y se publicó en el remotísimo año de 1980. Desde luego han pasado más de 28 años. Era un libro vanguardista y disciplinado, propio del estudiante que acababa su carrera en medio de las agitaciones de la política, cuando hasta ser un empollón significaba una forma de compromiso. Leer y escribir parecían también un modo de salir corriendo delante de la policía, o de la cultura mediocre y provinciana del franquismo. Las decisiones epistemológicas, los amores besados y los libros leídos eran materia de asamblea. Por eso en la cocina de mi primer libro hay un poco de todo, su poquito de Freud reinventado por Lacan, de Marx interpretado por Althusser, de las estructuras de Barthes, del discurso de Foucault y del gusto por los géneros alternativos. Se equivoca quien piensa que la militancia política acercaba al joven poeta de entonces a los versos sociales de la literatura española de posguerra. Estos versos eran una conquista final después de haber pasado por los altos maestros de París y por cualquier ocurrencia surgida de La Sorbona.

Aunque recuerdo aquella pasión teórica con algo de distancia, la verdad es que no me quejo. Resulta más estéril quedarse para siempre, por horror a la teoría, sujeto a los rencores del aldeano incapacitado para la amistad, que duda de su vecino y confunde el mundo con una discusión sobre lindes rurales. Puestos a ser precavidos, es mejor aprender a sospechar como filósofos.

Escribí un libro de poemas en prosa, sostenido en el mundo de la novela policíaca, a la que me había aficionado mi profesor Ignacio Moreno Olmedo. Glosé hermosas citas de Dashiell Hammett, Raymond Chandler, Horace McCoy o Ross Maccdonald. Al contrario de lo que ocurría en las novelas de Agatha Christie, la violencia no entraba en escena con la aparición del cadáver. Los muertos eran la huella de una violencia anterior que infectaba las relaciones de poder en la gran ciudad. Por admiración a Poeta en Nueva York y por desconfianza en el capitalismo, compuse versos sobre el paisaje de una arquitectura agresiva, en la que un detective privado, perdedor y solitario, se enfrentaba a la policía corrupta. Fui un vanguardista coherente, porque en aquellos años no estaba dispuesto a entrar en matices y a cargar con mis contradicciones.

Eran tiempos de amistad ciega y entusiasmos desmedidos. Algunos camaradas bautizaban a sus hijos con el nombre de Vladimir. Creo recordar que Antonio Muñoz Molina, siempre más pegado a la tierra, le puso nombre a su Arturo en homenaje a un concejal andalucista al que entonces admiraba mucho. Yo, también entusiasmado en la Granada vertiginosa de los años ochenta, urdí poemas radicales, mientras preparaba la tesis doctoral sobre la época vanguardista de mi querido Rafael Alberti.

Saber que iban a publicar mis poemas me pareció el colmo de la felicidad, un modo de llegar a la meta. Pero la alegría duró poco. Días antes de que se publicaran conocí a Jaime Gil de Biedma, mi otro maestro. Me preguntó cómo se titulaba el libro, y cuando le respondí que Y ahora ya eres dueño del Puente de Brooklyn, comentó que le parecía un título propio de una generación anterior a la mía. Era verdad. Más que llegar a ninguna parte, yo estaba empezando a tomarme en serio mis contradicciones y a caminar por una soledad más compleja. Cuando viajé a Nueva York, años después, no me extrañó que del Puente de Brooklyn colgara el típico letrero de "For sale". Sigo desconfiando mucho del capitalismo, pero confieso que pocas veces he vivido una experiencia estética tan conmovedora como el atardecer de los edificios de Manhattan, la luz violeta contra los cristales fríos, vistos desde el Puente de Brooklyn.

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DESDE ENTONCES

Dos años después de este primer libro, publicado por la Universidad de Granada, Luis García Montero (Granada, 1958) recibió el premio Adonais en 1982 por El jardín extranjero. Vinculado al grupo poético de La otra sentimentalidad, al que dió nombre con un libro del mismo título escrito junto a álvaro Salvador y Javier Egea, su creciente fama le supuso la enemistad con los llamados poetas de la diferencia. Actualmente es catedrático del departamento de Literatura Española de la Universidad de Granada . Entre sus libros de poemas destacan Habitaciones separadas (1994, premio Loewe y Nacional de Literatura); Completamente viernes (1998), La intimidad de la serpiente (2003, premio Nacional de la Crítica), Un invierno propio (2011) y Ropa de calle (2011)