Elvis I. Último tren a MemphisII. II. Amores que matan
Peter Guralnik
8 mayo, 2008 02:00Elvis Presley.
"La vida es un breve periodo de tiempo durante el que estamos vivos", asegura Philip Roth en ese lúcido y despiadado retrato de la sociedad estadounidense llamado Pastoral americana. Elvis Aaron Presley, camionero en el Misisípi de mediados de los años 50, decidió que tenía que aprovechar ese "breve periodo de tiempo" y, tras autofinanciarse un vinilo de dos caras (3,98 dólares más impuestos), cambió el volante de su furgoneta de reparto por el título de rey del rock and roll.El paleto de Tupelo, un pequeño pueblo de la Norteamérica profunda, se convirtió de la noche a la mañana en abanderado del sueño americano. Elvis, como el protagonista del libro de Roth, luchó por hacer de su vida un eterno día de Acción de Gracias. Lo consiguió sólo a medias. Logró ser una leyenda: el cantante más popular en los Estados Unidos del siglo XX (lo que no significa que fuera el mejor). Grabó algunos discos espectaculares y otros lamentables, exhibió una belleza felina y una obesidad grotesca, pudo ser íntegro en sus comienzos, pero no evitó desintegrarse en el final de su carrera. Un mito plagado de incongruencias y contradicciones que, atiborrado de pastillas, acabó transformado en una cruel metáfora de su época, y de una forma de vida superficial condenada a la autodestrucción. Elvis murió joven, dejó un cadáver orondo y el camino despejado a especuladores, ejecutivos de discográficas y biógrafos.
Se han escrito más de trescientas biografías de Elvis Presley. Es el artista que más discos ha vendido de todos los tiempos: más de mil millones de copias de sus cientos de referencias. Y si tecleamos su nombre en google nos encontraremos con 19.200.000 páginas dedicadas a su vida y su obra. Pero nadie conoció de verdad a Elvis. Ni siquiera cuando estaba vivo. La fama, las giras, la vanidad y los barbitúricos impidieron al mundo saber quién se escondía tras una pelvis cargada por el diablo. Nadie puede decir que conoció a Presley. Hasta después de leer último tren a Memphis / Amores que matan, el grandioso libro de Peter Guralnick, sin duda la mejor biografía jamás escrita de una estrella del rock.
Guralnik, periodista estadounidense que a lo largo de 40 años ha analizado en profundidad las músicas tradicionales norteamericanas, confiesa en el prólogo que cuando decidió escribir esta biografía se propuso liberar a Elvis de las ingratas servidumbres del mito, "de la opresiva tiranía de su importancia como figura cultural". Una tarea nada fácil para la que ha necesitado 27 años de trabajo y 1.420 páginas de texto. El resultado es una obra magna que, afortunadamente, ha sido editada por Global Rythm como se merece: en formato de lujo, con una caja que protege dos gruesos tomos que facilitan tanto la lectura como el acceso a las innumerables notas.
El primero de estos volúmenes (último tren a Memphis) se subtitula La construcción del mito, y comprende el periodo que va desde el nacimiento del protagonista, el 8 de enero de 1935, hasta que parte hacia Alemania en septiembre de 1958 para cumplir sus deberes con el ejército. Es la historia de una ascensión meteórica: el chico de una familia humilde, que en 1952 se vio obligado a vender medio litro de sangre a cambio de 10 dólares, sólo cinco años después se paseaba en una flota de Cadillacs, vivía en una mansión llamada Graceland y era perseguido por una caravana de periodistas y fans.
El segundo tomo (Amores que matan) se subtitula La destrucción del hombre, y aborda la llegada de Elvis a la cumbre de su carrera comercial, la decadencia y el trágico final de la fiesta. El 16 de agosto de 1977 el rey del rock es encontrado muerto en el cuarto de baño de Graceland, "con los pantalones de pijama dorados bajados hasta los tobillos y el rostro enterrado en un charco de vómito sobre la mullida moqueta". La autopsia y el informe del laboratorio bio-científico no dejan lugar a dudas: su cuerpo contenía 14 medicamentos diferentes. Sólo la codeína sobrepasaba 10 veces el nivel terapéutico.
El primer Elvis era mucho más que una cara bonita y un cuerpo eléctrico. Rompió los tabúes racistas de su tiempo y soñó con interpretar esas canciones que, como observó el cazatalentos Sam Phillips, sólo se encuentran "donde el alma del hombre nunca muere". Sabíamos que la fama le convirtió en un tipo excesivo e insaciable al que la fama devoró el alma, y que de tan petulante podía resultar grotesco. Las buenas biografías desnudan el alma del biografiado. Sólo las excelentes, como ésta firmada por Guralnick, van más lejos y sumergen al lector en el lugar y el tiempo en que vivió el personaje sometido a análisis. Excelente literatura que, como dijo Umberto Eco, sirve para crear tanto identidad como comunidad. Estamos ante una biografía que destaca por ser extraordinariamente heterodoxa: la crónica detallada de un hombre capaz de crecer hasta límites insospechados sólo para caer desde la cumbre y, al mismo tiempo, la crónica de un país que atraviesa una de las épocas más complejas e intensas de toda su historia. La combinación es explosiva. Por un lado, una sutil descripción de los Estados Unidos durante las presidencias de Eisenhower, Kennedy, Johnson y Nixon. Por otro, el análisis emocional sobre la personalidad de un hombre lleno de contradicciones. Todo documentado hasta la obsesión: el autor entrevista a cientos de testigos, que le proporcionan los detalles más inverosímiles.
Elvis era una enorme fábrica de anécdotas. Pero también un cantante criado en la música negra que creía en el poder de una cultura marginal hasta su llegada. Guralnick aprovecha su condición de musicólogo para ir más allá del chascarrillo frívolo y se adentra con paso firme en el fascinante mundo del rock and roll de los 50. Y lo hace con fidelidad y respeto, dejando un mínimo margen a la libertad de interpretación del lector sobre la desordenada y compleja vida de Elvis. No busquen lecciones de moralidad barata, detalles escabrosos o rumores sin confirmar.
En estas páginas sólo encontrará informaciones contrastadas, detalles sorprendentes y datos de un valor inmenso para los aficionados a la música popular.
En la recta final de su vida, del libro, Elvis parece contemplar las imágenes del pasado en un silencio absoluto. Absorto ante una hamburguesa doble con ración gigante de patatas fritas, la mirada fija en ningún sitio, enfocando hacia el contenido de un bote de pastillas, lejos de los escenarios y los estudios de grabación en los que debería encontrar la coherencia y la certidumbre, la salida a su gigantesco e irreversible trastorno. Ya era tarde. Elvis Presley murió a los 42 años, obeso, drogado y paranoico, después de pasar los últimos cuatro años de su vida en manos de unos médicos que "nunca parecieron pensar en los peligros o las consecuencias de lo que estaban recetando". Como un personaje creado por Philip Roth, la estrella más grande de los Estados Unidos se aisló para ver derrumbarse estrepitosamente todo lo que le rodeaba, antes de desplomarse para siempre sobre su propio vómito.
Peter Guralnik, el entrometido. La historia secreta de Graceland
Peter Guralnick se considera un entrometido, y se describe a sí mismo en su papel de biógrafo con unas palabras de Richard Holmes: "una especie de vagabundo que no cesa de llamar con los nudillos al cristal de la ventana de la cocina con la secreta esperanza de que algún día lo inviten a cenar". Era la forma de entrar en la vida privada de Elvis para liberarle de "la opresiva tiranía retrospectiva de su importancia como figura cultural". Son miles las anécdotas que el periodista y musicólogo desvela en su libro. Por ejemplo, ¿sabían que Elvis pagó por la vieja mansión sureña de Graceland 102.500 dólares, y que el agente del registro, un tal Hug Bosworth, aceptó la vieja casa de los Presley por un valor de 55.000 dólares, de forma que el cantante puso 10.000 en metálico y pidió una hipoteca de 37.500?