Letras

Renovación o muerte

Análisis de 2008: Letras

31 diciembre, 2008 01:00

Especial: Lo mejor del año

Santos Sanz Villanueva toma el pulso (débil) del año narrativo que termina. Su análisis implacable ajusta cuentas con autores y editores responsables de un 2008 sin grandes sorpresas, de escasa creatividad y obsesionado con lo comercial.

Hace un siglo, Ramón Pérez de Ayala comentaba que en la novela se había llegado al "triunfo completo del individualismo atómico". Cada quien escribía a su aire y el público alentaba todo por igual. Ya no existe, escribe el entonces joven crítico, una novela concebida específicamente como tal. Cien años después se repite una situación idéntica. De tal modo, cualquier balance de temporada debe empezar por advertir que se han perdido las escuelas o referencias generales y que distingue a la narrativa actual una variedad "atómica". Este reconocimiento resulta previo a cualquier valoración de la última añada o de las inmediatas anteriores. Porque en tal pluralidad de voces, de temas, de técnicas, de objetivos, cualquier juicio de valor está radicalmente supeditada al gusto de quien lo emite, por lo que el juzgador entienda que debe ser la novela. Y mucho me temo que a estas alturas nadie, salvo algunos doctrinarios, tenemos la cosa nada clara.

De entrada, el balance está condicionado por la gran tensión que viven las letras en este momento, y no sólo en España: una literatura para el mercado o una literatura "fuerte", como gusta llamarla el excelente narrador J.A. González Sainz. En el balance del año, lo comercial tiene un peso determinante. Han seguido proliferando absurdas narraciones históricas. Y escritores de talento y mérito han hecho concesiones excesivas a la lectura fácil, cómoda y nada inquietante. Si a ello se añade una producción sometida a factores extraliterarios, la situación se deteriora más. He seguido con curiosidad el fenómeno de las novelas dedicadas al centenario de la guerra de la Independencia. ¡Dios mío qué cosas se han publicado! Casi todas las que conozco de un conservadurismo formal arqueológico, de un melodramatismo folletinesco y de un localismo cateto. Varias se fijan como empeño mostrar al mundo la grandeza de alguien de su pueblo que hizo memorable aportación a la patria y al fracaso del malvado invasor, de la inexcusable Agustina aragonesa a la chica del cántaro que sació la sed de los soldados en la gloriosa efeméride de Bailén.

La moda, el oportunismo, el pillar la subvención o el ansia de dinero (el otro día daba testimonio Jorge Edwards de que ahora los escritores hablan de contratos y no de literatura) lastran el desarrollo de una novela poderosa y actual. Eso por una parte. Por otra, tengo la impresión de que vivimos un momento epigonal, de escasa creatividad y que se debate entre la continuidad de un ayer que satisface poco y un mañana que no termina de perfilarse. Por eso, ésta no ha sido una cosecha excelente. Han hecho relatos testamentarios autores con su ciclo creativo ya completo (Ana María Matute, Carlos Fuentes y en tono menor Juan Goytisolo, aparte un rescate póstumo de Guillermo Cabrera Infante). Han reafirmado su mundo tanto escritores veteranos (Luis Mateo Díez, José María Marino, Gonzalo Suárez; o, por el contrario, Julián Ríos sorprende con un libro atípico, sin el peaje verbalista de su devoción, que descubre al excelente narrador de historias que nos había ocultado el prosista joyceano) como otros ya en su definitiva madurez (Enrique Vila Matas, Rosa Montero, Manuel Hidalgo, José Antonio Garriga Vela, Daniel Sada). También ha habido varios voluntariosos empeños formalistas (Pablo D´Ors, Mauricio Wiesenthal). Pero no abundan las grandes novedades, o éstas hay que circunscribirlas a promesas que el tiempo dirá.

Revelación de verdad del año no ha habido más que una (hasta donde se me alcanza, pues esa es otra, la superproducción editorial impide abarcar todas las novedades incluso a quien paga los garbanzos del cocido con este oficio; no he podido leer, por ejemplo, la novela de Trueba, la más votada de la encuesta): Cristina Grande con un intimismo muy del día, sincero, sencillo e intenso. Gran salto cualitativo veo en Ignacio Martínez de Pisón, ahora sí, convertido en novelista de cuerpo entero al haber abierto su limitado mundo cercano a ámbitos generales. No son revelación pero avanzan en una vía que podrá dar de sí bastante si trabajan más en hondura y dejan la complacencia del fragmento los "nocilla": me parecen muy interesantes (más que logrados) los nuevos libros de Fernández Mallo y Manuel Vilas. Tampoco han sido revelación Marta Sanz, Menéndez Salmón ni Isaac Rosa. La madrileña avanza un paso hacia una literatura seria, de carácter moral y trasfondo social y el asturiano hacia un relato denso y ensayístico. Y a una juvenil madurez, anunciada tiempo atrás, llega Isaac Rosa con su difícil aleación de inquietud formal y de compromiso ideológico. En la estela de una Belén Gopegui que este año no ha dado novedad y que suma y suma admiradores (la sigue un auténtico club de fans), Rosa representa el intento más notable entre los narradores todavía jóvenes de hacer una novela al día sobre una conciencia creativa acentuadamente artística.

Lo más importante de este año, para mí, no ha estado en las obras publicadas, mejores o peores, aunque de nivel medio muy estimable, sino en la periferia del género, en la reflexión sobre el porvenir de la propia novela. El debate lo abrió Vicente Verdú renegando de quienes escriben novelas como si pensaran en hacer películas. Lo ha acentuado Agustín Fernández Mallo con su manifiesto a favor de una "poesía postpoética" que exige la autonomía absoluta del arte en momentos en que la literatura carece de capacidad para representar el mundo. La "novela de sofá", como llama Eduardo Mendoza a la de siempre, perdurará seguramente mucho tiempo, pero a más largo plazo tiene que afrontar ya un dilema: o renovación o muerte.