Image: Raymond Carr: La curiosidad del zorro

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Letras

Raymond Carr: La curiosidad del zorro

María Jesús González Hernández

10 diciembre, 2010 01:00

Raymond Carr. Foto: Pedro Armestre

Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. Madrid, 2010. 679 páginas, 35 euros


En la difícil transición del franquismo a la democracia, Raymond Carr (Bath, Gran Bretaña, 1919) contribuyó a que España fuera más inteligible para los españoles y para el resto del mundo. Su libro de 1966, España 1801-1939, sus artículos, sus conferencias, sus brillantes discípulos José Varela Ortega, Juan Pablo Fusi o Joaquín Romero Maura y su propia inteligencia le convirtieron en una referencia ineludible.

Del trío imperial de hispanistas, Hugh Thomas, Paul Preston y Raymond Carr, ha sido este último el que ha gozado de mayor influencia y predicamento en los ámbitos académicos y políticos españoles. Ya en 1970 fue recibido en la Real Academia de la Historia y posteriormente condecorado y premiado en múltiples ocasiones. En 1999 recibió el Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en dura competencia con Umberto Eco y Anthony Giddens.

Distinguido por la Reina Isabel II con el título de Sir por una extensa actividad intelectual y académica que no se ceñía únicamente a la historia española, Carr ha gozado siempre de una fama desigual veteada de clarososcuros. Quizá por eso, cuando en 1986 Don Juan Carlos dio un discurso en el Parlamento británico y aludió al papel jugado por Raymond Carr en las relaciones hispano-inglesas, muchos británicos trataron de averiguar a quién se refería.

Por fortuna, María Jesús González, profesora de Historia Contemporánea de la Universidad de Cantabria, ha puesto las cosas en su sitio con una obra que ha venido para quedarse en los anaqueles de nuestras librerías y bibliotecas.

Este volumen comenzó a gestarse en el verano de 2003, "a raíz de una propuesta inesperada" en la casa de campo del suroeste del Reino Unido en la que vivían gran parte del año los Carr. No se presentaba fácil la tarea porque el propio Raymond había destruido sus archivos personales y González debió de percibir enseguida que su biografía intelectual era inseparable del personaje social. Así, el resultado va más allá de lo meramente biográfico y se convierte en un retrato de la sociedad inglesa cuyo foco está en el excepcional y aristocrático mundo de Oxford.

La escritura de esta biografía ha contado con el beneficio y la dificultad de la colaboración de los Carr. Tanto Raymond como su esposa Sara recibieron y conversaron con María Jesús González. Al mismo tiempo, le facilitaron contactos con amigos, discípulos e instituciones. El trabajo en archivos, la bibliografía consultada, las 82 entrevistas grabadas, las 23 cartas recibidas por la autora y un buen número de conversaciones mantenidas con personas relacionadas con Raymond Carr conforman unas fuentes de solidez excepcional.

Se abren estas páginas con un prólogo de Paul Preston (Liverpool, 1946). En él traza un sobrio perfil de Carr. Con elegancia no se deja traslucir el distanciamiento existente entre ambos. Una distancia no sólo generacional sino también de clase social, ideológica e incluso de interpretación historiográfica. Su elogio de esta biografía cobra especial valor viniendo de un académico que ha escrito dos biografías de calado: la de Franco y la del Rey Juan Carlos. Preston sabe lo que se dice.

Con todo esto, el lector se sumerge en una obra que apenas permite el descanso. María Jesús González ha elegido un relato cronológico con una prosa plástica y atrevida. No se corta a la hora de describir ni los fracasos de Carr ni otros aspectos más o menos oscuros de las circunstancias en las que se vio envuelto a lo largo de los años.

Conocido como Raymond Carr, sir Albert Raymond Maillard Carr nació en Bath en 1919. Hijo único de un maestro que en su carrera se tuvo que trasladar, para dirigirlas, a pequeñas escuelas de pueblos situados en la campiña inglesa. De pequeño, obligado por su padre, leía la Biblia en voz alta. Su frágil salud de hierro se ha debido a que se rompió la clavícula y padeció neumonía de niño. A comienzo de la II Guerra Mundial no fue aceptado por el Ejército a consecuencia de un problema en el corazón. A los 17 años sus padres le enviaron a aprender francés a la Universidad de Besançon y en 1937 a Friburgo, donde entre clases en la universidad y paseos en bicicleta, se enamoró de una chica sueca, lo que le llevó a aprender el idioma y a interesarse por distintos aspectos de Suecia.

Trabajador y aplicado en los estudios, consiguió algo que parecía imposible para alguien de su clase social. Le concedieron una beca muy bien dotada para estudiar Historia en uno de los colleges más conservadores y clasistas de Oxford: Christ Church. Allí descubrió a la aristocracia inglesa y quedó fascinado por ella. En 1950 logró casarse con Sara Strickland, una rica y noble heredera con la que tuvo cuatro hijos. La luna de miel la pasaron en Torremolinos, conocieron a Gerald Brenan y éste les pasó el encargo de escribir un libro sobre España. Cuando Matthew, el hijo mayor de los Carr, pintor de fama, se casó en 1988 con la hija del duque de Beaufort, uno de los aristócratas más ricos de Inglaterra, Raymond Carr completó el círculo y se sintió aceptado en lo más alto del cerrado sistema de clases inglés.

Hispanista por accidente y gusto, fascinado por Suecia y las suecas, catedrático de historia latinoamericana, la actividad social y el trabajo intelectual de Carr fue inmenso. Sus fiestas, con alumnos incluidos, eran míticas; su capacidad para transitar entre académicos, políticos y aristócratas, sorprendente. Pese a sus errores, su simpatía ha sido y sigue siendo legendaria. A los políticos españoles, a los editores se les caía la baba. Su gigantesca agenda estuvo siempre en el punto de mira de los servicios de inteligencia británicos, norteamericanos e israelíes.

En sus dos décadas como warden montó el Iberian Center. José Varela Ortega preparaba su doctorado e, imaginativo como siempre, le puso en contacto con la fundación Sociedad de Estudios y Publicaciones (SEP) del Banco Urquijo, dirigido entonces por el espléndido mecenas Juan Lladó. De ahí salió un espacio que con Romero Maura como codirector sirvió de base para la llegada de muchos investigadores españoles. La crisis económica afectó seriamente al Iberian Center. No obstante, la Fundación Ortega y Gasset y Charles Powell -ya en la época en que el nuevo Warden era Ralf Dahrendorf- lo intentaron mantener con enorme esfuerzo.

Con un Raymond Carr viudo, instalado en Londres y cuidado por "dos atractivas mujeres de mediana edad" finaliza una biografía que marca un punto de inflexión en los estudios hispano-británicos. [...]

Bienvenido Mr. Carr

por Fernando Aramburu

Media el siglo XX. Un profesor de Oxford contrae matrimonio. Hay muchos lugares en el mundo donde pasar una luna de miel. El profesor Carr y su esposa eligen España. A su llegada encuentran lo que había, un país inculto, pobre, gobernado con mano dura por un señor bajito. Abundan en dicho país los montes y llanuras cuajados de monumentos históricos. Sus nativos letrados o rechazan su desastrosa historia por haberla padecido o se dedican a bruñirla, para satisfacción del bajito, con un barniz de leyendas imperiales. Al profesor británico se le debió de hacer la boca agua. A sus pies se extendían siglos de historia europea aún no tratada con rigor científico; racimos de guerras civiles y de las otras, retahílas de reyes, generales, prelados y políticos de toda laya en espera del estudioso que les aplicase, con voluntad de síntesis, una minuciosa y razonable interpretación.