Image: De repente llaman a la puerta

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Letras

De repente llaman a la puerta

Etgar Keret

22 febrero, 2013 01:00

Etgar Keret. Dan Porges

Traducción de Ana María Bejarano. Siruela. Madrid, 2013. 208 páginas. 18'95 euros. Ebook: 9'99 euros


Etgar Keret (Tel Aviv, 1967) es uno de esos tipos brillantes que lo mismo dirigen una película que publican un cómic o imparten una clase, aunque en nuestro país conocemos de él sobre todo sus cuentos, llenos de un ingenio gamberro que puede recordar un poco, es verdad, a Woody Allen o a Kafka, pero bastante más a Charlie Kaufman o al humor jasídico. He leído sus cuatro libros traducidos al castellano, y De repente llaman a la puerta me parecería el mejor si alguien me obligara a escoger uno de ellos. Este sería el mejor por dos razones: porque es el menos irregular y el más consciente de ser un 'libro' , y también porque en él se acentúan la compasión y el amor hacia sus personajes. En todo caso, de momento, no hay Keret malo.

Cuando un ciudadano de Israel, descendiente de judíos que sobrevivieron al gueto de Varsovia, escribe un cuento en el que de repente alguien llama a la puerta y apunta al narrador con una pistola, uno no supone nada de divertido en todo ello. Ni siquiera de surreal: es un asunto muy serio y familiar. Sin embargo, en los libros de Keret casi todo es de risa: en este caso, el cuento inicial que da título al volumen es una joya del género. Al narrador lo apuntan con sus armas un judío barbudo recién llegado de Suecia, un encuestador marroquí y un repartidor de pizzas: quieren que el narrador les cuente un cuento. El narrador no puede contar un cuento si tocan a la puerta y lo apuntan con un arma, pero tampoco puede contarlo sin que en el cuento alguien toque a la puerta. Y al parecer, en su país tocar a la puerta y sacar un arma son casi sinónimos. Así pues, ya tenemos un hermoso bucle imposible. Sin embargo, Keret logra contar su cuento. Y hasta logra echarse unas risas. Muy contagiosas, por cierto.

En este primer cuento, los lectores aprendemos algunas cosas: que Keret sabe bromear acerca de Grossman y Amos Oz, estandartes oficiales de la literatura israelí; que cuando Keret escribe, intenta crear a partir de algo, porque eso implica "saber descubrir algo que ya existía todo el tiempo en ti y descubrirlo a través de algo que ha sucedido y que nunca antes había pasado"; y que puede que ese "algo" guarde relación con ser un ciudadano de Israel descendiente de judíos que sobrevivieron al gueto de Varsovia, pero que será mejor que no le agobiemos demasiado con nuestras pistolas de crítico pretencioso, porque él va a su rollo. De otro modo, nos dice, no hay quien escriba.

El rollo de Keret tiene que ver con la realidad, eso parece claro. Sólo que él imagina la realidad como una textura muy porosa. Está esa apariencia bajo control que convenimos en llamar realidad, y sus extensiones, unas más saludables que otras. Propongo una lista de urgencia: los sueños, la televisión, el índice Nasdaq, la identidad, la ficción, los billetes falsos, Dios, la muerte, la publicidad o el magín perezoso de quienes ven a Israel como un monolito. Casi todo esto (vale, lo último son cosas mías leyendo el diario) lo atrapa Keret en De repente llaman a la puerta, sin que dejemos de reírnos en cada página.

En estos treinta y ocho cuentos salen muchos niños y abunda la palabra "mundos". La felicidad abunda menos. Si quisiera ponerme cenizo y fruncir mi ceño crítico, apenas podría: sólo me parece malillo uno de ellos, "Hemorroide", porque en él la fantasía desemboca en el territorio de la obviedad; la inmensa mayoría cumplen. Y algunos se salen, como "Pues últimamente sí se me levanta", "Una buena" o "Pez dorado". "Ilan" parece el contrapunto cachondo de aquella máxima del Zohar según la cual "el nombre influye en la vida del hombre". Y que no se me olvide: "Fiesta sorpresa", el más extenso, es algo así como una obra maestra. Es ágil e ingenioso como una screwball comedy, y sin embargo parece lanzado al mar dentro de una botella. Es de Etgar Keret.