Image: Sueños a cuatro manos

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Letras

Sueños a cuatro manos

De Dumas a Bolaño, de Dickens a Borges, cientos de escritores han escrito en común sus ficciones como divertimento o provocación

28 junio, 2013 02:00

Detalle de La trama, de Manuel Valdés ¿1976?. MNCARS

Al final de 'Asesinato en el Orient Express', de Agatha Christie, todos los sospechosos resultaban asesinos e inocentes al tiempo, porque habían ejecutado en común a un miserable. Pero ¿quién era el autor? De alguna manera pasa lo mismo con los libros escritos a cuatro manos, en los que, a golpe de amistad y provocación, mientras se asesina el ego de cada uno de los autores se puede crear una obra maestra. Quizá por eso, la XXVI Semana Negra de Gijón, que comienza el próximo 5 de julio, dedicará presentaciones y mesas redondas al tema de la escritura compartida de novelas. El Cultural repasa algunos de los casos más curiosos y conversa con autores que hoy siguen compartiendo historias sin perder los papeles...

Los motivos para escribir en común no siempre son los mismos: hay quien lo hace por amistad, dinero, necesidad, por encargo o por admiración. Hablamos, claro está, de libros en los que los autores trabajan en igualdad de condiciones, no de recopilaciones de artículos o cuentos, ni de “negros literarios” que aceptan hacer el trabajo mientras otro, un personaje mediático o un político retirado firma el libro y en ocasiones deja que aparezca el nombre del verdadero autor en letra bien chiquita, aunque ahora existan empresas de “negros literarios” que se ofrecen por internet y se definen como “escritores sin firma para autores con buenas ideas y sin tiempo o sin recursos narrativos”. Se cuenta que Alejandro Dumas padre lloraba desolado en el entierro de su negro, espantado por todo lo que a partir de entonces tendría que trabajar, hasta que descubrió en el cementerio a alguien aún más afligido que él: era el negro del negro, al que, naturalmente, el viejo Dumas acabó contratando... La leyenda también cuenta que durante un viaje por Bretaña con Maxime du Camp, Flaubert “encontró” a Madame Bovary, y que el capitán Nemo es un homenaje a Jules Hertzel, editor sin el cual los Viajes extraordinarios, de Verne, nunca hubieran existido. Pero no es esta una crónica de la negritud ni de esos imposibles homenajes sino de la complicidad entre iguales que ha producido obras asombrosas y más de un sueño inverosímil.

Libro imposible de Vargas y Gabo

Seguro que en algún estante de la biblioteca imaginaria que Borges vislumbró como el paraíso duerme la novela que debieron de haber escrito a cuatro manos, en los años 60, dos futuros premios Nobel, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. El tema no podía ser más apetecible, ya que se trataba de la guerra que enfrentó a Colombia y Perú en 1932 y 1933. Mientras que García Márquez iba a escribir la parte ambientada en Colombia,Vargas Llosa asumiría la peruana y cada uno daría cuenta de los absurdos de una guerra llena de despropósitos (si no lo son todas). La idea del libro fue, como desvelan las cartas que se conservan en la universidad de Princeton, de García Márquez. “En la escuela -escribió Gabo-, nos enseñaron a romper filas con un grito: ‘¡Viva Colombia, abajo el Perú!'”. Para convencer al que entonces seguía siendo su amigo, García Márquez le contó cómo la mayoría de las tropas colombianas se perdieron en la selva, y que en realidad, los ejércitos no llegaron nunca a encontrarse. “Si tú investigas la historia del lado del Perú y yo la investigo del lado de Colombia, te aseguro que escribimos el libro más delirante, increíble y aparatoso que se pueda concebir” escribió. Y Vargas, naturalmente, dijo que sí, ante lo que Gabo soñaba como “una fábula inverosímil y desternillante. La posibilidad de dinamitar la patriotería convencional es sencillamente estupenda. Hace muchos años tengo la idea en la cabeza, pero me negaba a ponerla en práctica mientras no encontrara un cómplice peruano, porque de este modo la traición es completa, por partida doble”. Sin embargo, el proyecto no llegó a prosperar a pesar de que estudiaron las técnicas de trabajo (“hay que tratarlo con la tranquila objetividad de un reportaje, con recursos y técnicas puramente periodísticos, y con una seriedad y una abundancia de datos que dejen a los mojigatos clavados a la pared”), y aspectos prácticos, como la necesidad de volver a sus países para tomar los datos precisos. Ahí estuvo el problema: el colombiano no podía volver a su país hasta “dentro de un año largo” porque estaba enredado en un nuevo libro, mientras que el peruano temía la reacción del ejército de su país tras la publicación de La ciudad y los perros, y ambos sabían que, a esas alturas, resultaba “más divertido hablarlo que realizarlo”. La literatura, sin embargo, nos regala muchas historia de colaboraciones fecundas. Así, sin ir más allá de siglo XIX, Charles Dickens convirtió a su amigo Wilkie Collins en su mejor aliado. Juntos escribieron relatos, novelas de misterio, obras de teatro y artículos, combinando el humor del primero y el orden narrativo y la pasión por el misterio del segundo, en obras maestras como Callejón sin salida, Los perezosos, Cuentos de viajeros y posadas o El fantasma en la habitación de la posada. También Joseph Conrad y Ford Madox Ford unieron sus fuerzas en tres novelas, Los herederos, Romance y La naturaleza de un crimen que, según Ezra Pound, “hicieron para transformar la prosa inglesa lo que Flaubert había hecho para cambiar la prosa francesa”. Precisamente Flaubert emprendió un viaje por la Bretaña junto a su inseparable amigo Maxime du Camp, entre mayo y agosto de 1847. Los incipientes Bouvard y Pécuchet decidieron escribir a dúo el diario de su expedición, repartiendose el trabajo: Flaubert escribiría los capítulos impares (del I al XI) y Du Camp, los pares (del II al XII). Sin embargo, en el camino no llegaron a redactar más que los dos primeros capítulos, que Flaubert juzgó “débiles”. Seis semanas después del viaje, los dos se reunieron en Croisset, donde siguieron escribiendo en conjunto, pero al final Flaubert reescribió el libro , que sólo vio la luz en su versión completa en 1973, sin que el nombre de su amigo apareciese. Porque a menudo los libros a cuatro manosno dejan huella y sí amistades por el camino: se dice que Pierre Bourdieu eliminó, siendo ya un intelectual famoso, los nombres de todos aquellos que habían escrito sus libros con él. También se cuenta que a André Breton le gustaba distinguir, línea por línea, en Los campos magnéticos, las frases de Philippe Soupault, coautor del libro. Sentados frente a frente en un café durante 8 ó 10, llenaban decenas de páginas que luego cotejaban. “Esta noche somos dos frente a este río que desborda nuestra desesperación. No podemos siquiera pensar. Las palabras escapan de nuestras bocas torcidas, y cuando nos reímos los que pasan se vuelven, asustados, y vuelven a sus casas precipitadamente”, escribieron. Con todo, Breton repitió experiencia con Éluard en ese diccionario del delirio que es La inmaculada concepción.

El otro, el dueño

Borges y Bioy Casares dieron un paso más y crearon varios heterónimos, como Horacio Bustos Domecq -ficticio autor de obras como Seis problemas para don Isidro Parodi; Un modelo para la muerte, Crónicas de Bustos Domecq y Nuevos cuentos de Bustos Domecq- o Suárez Lynch (supuesto autor de Un modelo para la muerte). El origen de todo, según recordó tiempo después el propio Borges, fue que él había inventado algo “que nos parecía un buen argumento para un cuento policial. Una mañana lluviosa, Bioy me dijo que debíamos hacer una prueba. Yo acepté de mala gana y, un poco más tarde, la cosa ocurrió. Apareció un tercer hombre, Honorio Bustos Domecq, que se adueñó de la situación. Era el tercer hombre que a la larga terminó dirigiéndonos con mano de hierro. Primero divertidos y luego consternados, vimos cómo -con sus propios caprichos, sus propios juegos de palabras y hasta su propia y rebuscada manera de escribir- se diferenciaba totalmente de nosotros”. Ahora dicen los editores que los libros escritos a cuatro manos funcionan cuando uno de los dos coautores es muy famosos, pero no siempre, porque el lector tiende a considerarlos libros menores. Sin embargo, a veces se produce el prodigio. Le pasó a A. G. Porta, que conoció a Roberto Boñalo gracias a un editor underground. Congeniaron de inmediato y de su amistad surgieron proyectos de guiones, libros, cuentos “que trabajábamos con mejor o peor suerte” hasta que decidieron escribir juntos la novela Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce. Bolaño dió varias versiones sobre cómo se fraguó el asunto, pero Porta nos confiesa que existía una base escrita por él sobre la que Bolaño trabajó: “Lo que más sorprendía -explica- era que el personaje de Ángel Ros, que era catalán, a veces se expresaba como latinoamericano. Finalmente decidimos dejarlo tal como estaba porque pensamos que del mismo modo que asesinaba por amor, también se le había pegado el modo de hablar de Ana Ríos”. Precisamente ahora A. G. Porta, protagonista de la Semana Negra, repite experiencia con Gregorio Casamayor en Otra vida en la maleta (Acantilado). Amigos desde los años 80, se han reunido cada mes “para dirimir diferencias de enfoque, etc. En este caso la novela crecía y decrecía, añadíamos, quitábamos, pero siempre teníamos la sensación de avanzar en la dirección correcta. El resultado ha sido muy sorprendente”.

Algo más que dos

A cuatro manos debutó también la hija de Pérez Reverte, Carlota, en la primera entrega de Alatriste, y a cuatro manos han compartido confidencias veraniegas Raúl del Pozo, Espido Freire y Luisa Castro. Al “tuntún”, pero bien avenido nació Impares, fila 13, poco después de que en 1996 Felipe Benítez Reyes se comprase un ordenador y su amigo Luis García Montero le enseñase cómo usarlo y le propusiese, para hacerse con él, escribir una historia a medias: “Nos hacíamos sugerencias, sobre todo acerca del rumbo que debía tomar la historia. Todo resultó muy fluido. No hubo pugna de egos”, recuerda Benítez Reyes. La experiencia le resultó “fascinante y muy divertida”, pero el gaditano no repetiría ahora la aventura, porque “con la edad, uno se vuelve más maniático, más solitario, más temeroso de salirse de sí mismo”. Fruto, asimismo, de la amistad surgió La ceremonia del porno, premio Anagrama de Ensayo en 2007, escrita a cuatro manos por Andrés Barba y Javier Montes. Todo comenzó en una fiesta y con una copa en la mano, “como casi todas las buenas ideas que he tenido en la vida”, dice Barba. Al principio se repartieron capítulos “y poco a poco fuimos aprendiendo a trabajar juntos”. Al final, el resultado -recuerda Barba- no era “exactamente lo que habíamos acordado, pero casi siempre nos llevaba a un lugar nuevo que era algo más que la suma de los dos”. Lo mismo aseguran Use Lahoz y Joan Hatero, que se confabularon para escribir Volverán a por mí, libro infantil galardonado con el premio Jóvenes Lectores. Aunque para Hatero escribir es un oficio muy solitario, al hacerlo a cuatro manos la respuesta era inmediata: Use le mandaba su capítulo, él lo leía, lo comentában por teléfono, decidían cuál era el siguiente paso... “y todo resultaba más divertido”.

Amistades poco peligrosas

Y de eso, de diversión y complicidad, saben mucho Rosa Ribas y Sabine Hoffman, amigas de la Universidad de Frankfurt, donde escribieron una primera novela bilingüe a cuatro manos. No debió de salir del todo mal porque años más tarde lo intentaron de nuevo con un texto más largo y complejo, Don de lenguas publicado por Siruela esta mismo año. Planificaron juntas la novela y los personajes, “de modo que podía ser que yo escribiera tres capítulos seguidos porque correspondían a personajes míos y que después los dos siguientes le correspondieran a Sabine”. Y piensan repetir. Como la mayoría. Quien lo probó, lo sabe.