Image: Tierra de nadie

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Letras

Tierra de nadie

Antonio Penacchi. Traducción de Mercedes Corral. Salamandra. Barcelona, 2013. 416 páginas, 22 euros

31 enero, 2014 01:00

Antonio Penacchi. Foto: Archivo

Antonio Pennacchi (Latina, 1950) ganó en 2010 el Premio Strega con Tierra de nadie, una novela que representa la culminación de una trayectoria literaria tardía. Pennacchi trabajó como operario de una fábrica hasta los 50 años y no debutó como escritor hasta principios del siglo XXI. Ensayista y narrador, no concibe su existencia al margen de su quehacer literario. Sobre Tierra de Nadie ha escrito: "Sea bueno o malo, este libro es la razón por la que vine al mundo".

Tierra de nadie no es una novela-río, pues su extensión no es comparable a proyectos tan descomunales como Guerra y Paz o Las uvas de la ira, pero sí es una novela que se propone rescatar una época y reproducir su espíritu, desmontando mitos e interpretaciones dictadas por una reelaboración interesada de la historia. Italia no se sentó en la mesa de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, pero logró mezclarse con las víctimas del totalitarismo, inventado una leyenda de resistencia a la ocupación alemana. Pennacchi no avala esa perspectiva, unilateral y complaciente. Las peripecias de la familia Peruzzi reflejan la historia real, que se tejió con materiales tan humanos como deleznables: multitudes hipnotizadas, miedo a la libertad, culto a la personalidad, racismo, ignorancia, fanatismo, nacionalismo primario, irracional.

El título original de Tierra de Nadie es Canale Mussolini y no entiendo muy bien por qué no se ha respetado en la versión española. En los años treinta, Mussolini planeó convertir el cenagal de la región de Agro Pontini, situado al sur de Roma, en una tierra fértil y próspera. El Duce concibió su proyecto como una emulación de las grandes obras públicas de la Roma clásica. Julio César, Pío VI y Napoleón ya habían intentado desecar los pantanos, pero habían fracasado. Las nubes de mosquitos, las arenas movedizas, las forestas impenetrables y la malaria habían derrotado una y otra vez al ser humano. Mussolini movilizó a 30.000 italianos del norte, con la promesa de una granja, un horno, un arado, un establo, un caballo y 40 hectáreas de tierra.

La familia Peruzzi se sumó a la aventura, huyendo de la pobreza. Años más tarde, Pericle Peruzzi, párroco de Agrio Pontini, relata las vicisitudes de sus antepasados, dirigiéndose a un interlocutor no identificado y tal vez imaginario. Esa ambigüedad imprime al relato la forma o el carácter de un testimonio, pero no se trata de una confesión solemne, sino de un monólogo trufado de ironía, escepticismo, resistencia a la verdad y un sentimiento de culpa difuso. Peruzzi sugiere que la existencia se parece a una temeraria excursión por un campo de minas. Por eso, cuando una familia, un clan, un grupo o una tribu descubre que se halla en una situación sin posibilidad de marcha atrás, "sólo puede persignarse y proseguir, cueste lo que cueste". Esa es la razón por la que los Peruzzi se enredan con el fascismo y encubren sus propias debilidades (adulterios, desengaños, traiciones). Los colones de Agrio Pontini combaten codo con codo con los alemanes, cuando los aliados desembarcan en la cabeza de Anzio, ubicada en el extremo norte de las marismas. Defienden su pequeña utopía, una tierra de nadie convertida en hogar, libre al fin de vegetación y con unas casas modestas de dos plantas, rematadas con estuco azul y tejados de teja. El medio millón de habitantes que en la actualidad vive en una zona con acueductos, viñedos y campos de trigo no puede entender que los Peruzzi encarnaron el ideal fascista del hombre nuevo, mitad campesino, mitad soldado.

El Duce fue el Moisés que les llevó a la tierra prometida y a cambio los colonos le entregaron su alma para construir un imperio, implicándose en sus crímenes, a veces como voluntarios en Etiopía o Libia. Es una verdad incómoda, pero objetiva e irrefutable. Pennacchi ha escrito una excelente novela histórica, con una prosa fluida y unos personajes creíbles. A veces, incurre en el folletín, pero de forma deliberada, huyendo de experimentos narrativos y homenajeando a los grandes novelistas decimonónicos, como Dickens o Balzac. La pequeña historia de los Peruzzi explica la Historia, revelando una vez más que los grandes acontecimientos sólo resultan inteligibles cuando se escarba en lo pequeño y humilde.