Los Modlin
Paco Gómez
21 marzo, 2014 01:00Paco Gómez. Foto: Manuel Baliellas
"El vertedero de Sâo Paulo", cantaban Astrud, "no es una metáfora, sino un vertedero que tienen en Sâo Paulo". Con ese sentido de la oportunidad metafórica que tiene el azar (o que nos gusta atribuirle), la historia de Los Modlin empieza en un contenedor de basura perfectamente real ubicado en la madrileña calle del Pez. Allí, el fotógrafo Paco Gómez (Madrid, 1971) rescató en 2003 un "tesoro" de imágenes y documentos casi fantasmagóricos a primera vista: unos personajes posando ante la cámara de las formas más extravagantes, reproducciones de unos cuadros chillones y ocultistas... ¿Quién era esa gente? ¿Por qué su recuerdo había acabado en la basura? Al llevarse a casa esos despojos por curiosidad, Gómez iba a descubrir que algunos objetos pueden hablarnos, y hacerlo obsesivamente: a él le iban a exigir reconstruir la vida de la familia Modlin, dejarse infestar por ellos. Y finalmente hacerles justicia, exorcizándolos con este libro.Los Modlin transmite, casi sin filtrar, una doble fascinación: la que emite la propia vida de los Modlin y la que Gómez ha experimentado durante sus diez años de investigación. Al autor se le nota su falta de oficio literario, con momentos de evidente torpeza ("había conseguido alcanzar un alto nivel de lenguaje" es una fórmula que deplorarían hasta en la facultad de Pedagogía); pero la voluntad comunicativa de Gómez, su absoluta entrega y su comprensión exacta de lo que se trae entre manos, acaban atrapándonos inevitablemente. Además, aquí hay intuiciones eficaces sobre los modos narrativos que exige esta historia; que son, en buena medida, los de una quest. Y todo el aparato de fotografías y reproducciones de cuadros que acompaña al texto es subyugante, en lo bello y en lo feo.
Elmer Modlin, actor frustrado, marido enamorado y probablemente sometido; su esposa Margaret, una artista discutible pero alucinadamente entregada a su propia visión apocalíptica; su hijo Nelson, efebo convertido en hombre de mundo para escapar del mórbido universo familiar. Gómez sabe leer las trayectorias de los Modlin como una fábula perturbadora y ambigua, coqueteando con las interpretaciones daimónicas aunque introduzca el contrapunto cariñosamente irónico de citar a Iker Jiménez (guilty pleasure de media España, y no disimulen). La mirada de Gómez es una caja de resonancia perfecta para la excentricidad trágica de sus biografiados. Como recuerda Mario Cuenca Sandoval en Los hemisferios, toda investigación es una forma de delirio: Gómez se zambullirá en una paranoia de correspondencias, analogías y sincronicidades a veces visibles sólo para él.
Pero a la vista de una confesión lanzada casi accidentalmente al principio del libro, tal vez lo más hermoso sea pensar que responde indirectamente a una pregunta: ¿qué podemos contar quienes venimos de una familia sin nada que contar? Así, los Modlin serían al mismo tiempo una indagación sobre el propio Gómez y una reverberación de las materias que hacen necesarias e inextinguibles las historias de fantasmas: el tiempo y el olvido.