El ciego en la ventana
Juan Antonio Masoliver Ródenas (Barcelona, 1939) ha cultivado todos los géneros literarios, con excepción del teatro. Ha dedicado ensayos a diferentes temas de literatura española e hispanoamericana, disciplinas que impartió como profesor universitario en Londres, ha escrito varios libros de poesía, novelas y volúmenes de cuentos, ha traducido textos de autores italianos y de lengua inglesa, y ejerce con reconocida solvencia la crítica literaria en La Vanguardia. Retirado ya de su tarea docente, tras cuarenta años vividos en Londres, en la soledad de su refugio en el Masnou, Masoliver Ródenas nos entrega un libro proteico, multigenérico, muy personal, con el desgarrado testimonio de sus vivencias presentes y la memoria literaturizada de los recuerdos del pasado.
El ciego en la ventana es un texto reflexivo y confesional, ingenioso y libérrimo, generado como exudación íntima en que vida y literatura se mezclan y confunden en cada página, pues el ciego en la ventana que se destaca en el título incluye tanto al hombre que vive y sufre por el dolor de mirar y no poder entender el mundo como al escritor empeñado en ir siempre más allá sin saber cuál es la razón última de su esfuerzo creador: “¿Escribes para la vida o para la muerte? Y si escribes para la vida, ¿por qué la derrochas escribiendo? Si es porque amas la literatura, ¿no crees que es una arrogancia creer que a estas alturas puedes añadir algo a lo mucho ya escrito? ¿No te basta con lo que ya han escrito los otros, para cuya lectura no puede bastarte una vida entera?” (pág. 42).
Como vemos, en el texto abundan las interrogaciones, pues no hay certezas, ni para el hombre ni para el escritor. Para dar salida a tantos interrogantes, dudas, afanes y obsesiones, el autor ha construido una figuración del yo que, siendo Masoliver, también puede referirse a él mismo como si se tratase de otro. Salvo en el Prólogo y en el Epílogo, ambos breves, narrados por un yo femenino, que en aquel se disfraza de entrevistadora y en ambos encubre a la amada del autor, Sònia, a quien está dedicado el libro. Este lleva por subtítulo el de Monotonías, que resalta la naturaleza de lo escrito como algo nacido de la vida cotidiana del hombre y el escritor, pero que, conociendo la pasión del autor por los juegos de palabras, además de ese lado monótono, también reflejan algo personal e inconfundible, como explica el yo protagonista a su entrevistadora en el prólogo: “Son tonías porque son de Tono, es decir mías” (pág. 14).
Sean monotonías o tonías, que el narrador y protagonista quiere diferenciar de las canónicas literaturas del yo, como diarios o memorias, y también de otras modalidades breves, como epigramas, aforismos, greguerías y minicuentos (“porque eso no existe”, pág. 14, negando validez al microrrelato, tan vigente en los últimos lustros), estos fragmentos que se suceden de modo desordenado, pero no caótico, adoptan formas de reflexiones, interrogaciones, intuiciones, iluminaciones, divagaciones e imágenes sobre aspectos de la vida que preocupan al autor, como el amor y las mujeres amadas, el tiempo, el dolor, la enfermedad y la muerte, la memoria y el olvido, la escritura y sus razones, la literatura como transgresión, el lenguaje y las palabras, entre los más recurrentes. Mas aun predominando la consideración meditativa sobre estos temas, con el añadido de piruetas conceptuales e incluso de simples ocurrencias, también pueden espigarse muestras de aforismos (“Para un pintor, una mujer desnuda es un cuadro”, pág. 97), poemas (véanse páginas 54, 101, 107) e incluso algún ejemplo de microrrelato (“Cuando finalmente supe quién era, ya no me importaba”, pág. 97). El ciego en la ventana es un texto singular en el que la literatura se funde con la vida cotidiana y es considerada desde diversos ángulos.