Image: Y este cuento ha empezado

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Letras

Y este cuento ha empezado

Qué (y cómo) leen a sus hijos los escritores

17 junio, 2016 02:00

Miguel Brieva. Detalle de la portada de Bienvenidos al mundo (Reservoir Books)

¿Habría escrito García Márquez Cien años de soledad sin los relatos que su abuelo, el viejo coronel García, su "cordón umbilical con la historia", le contaba siendo niño? ¿Y sin los de su abuela, llenos de sueños, fantasmas y presagios? Abrumados por una ingente oferta editorial y por la primacía de lo audiovisual y las nuevas tecnologías, los padres a menudo se confiesan perdidos, sin saber qué historias leer o recomendar a sus hijos. En vísperas de las vacaciones escolares, El Cultural pregunta qué leen, o qué leyeron, a los suyos algunos de nuestros narradores.

Es cuento largo: como escribió Daniel Pennac, si hay un verbo que no admite el imperativo es leer. La lectura obligatoria, decía Borges, es un contrasentido: "Si un libro los aburre, déjenlo, no lo lean porque es famoso; no lean un libro porque es moderno, no lo lean porque es antiguo. Si un libro es tedioso para ustedes, déjenlo".

Si obligar a leer es contraproducente, ¿qué hacer, entonces? ¿Es posible ‘elaborar un plan' para que los niños lean? En El olvido que seremos, Héctor Abad Faciolince contaba que su padre llegaba a menudo a casa de mal humor. Entraba en silencio y se encerraba furtivamente en la biblioteca. Al cabo de dos horas de "misteriosa alquimia" salía con el ánimo cambiado. Así entendió el escritor colombiano que todos podíamos recibir un gran regalo que nos alegrara el día: la lectura.

Berta Vias apunta a ese mismo misterio que espolea la curiosidad de los chavales. "Sospecho que para algunos niños ver a un adulto leyendo, sonriendo o riendo abiertamente o con la mirada perdida en otro mundo, es un misterio que quieren entender a toda costa". Aunque no tiene hijos, la escritora se recuerda entreteniendo a su sobrino Mateo, mientras lo bañaban de niño, con greguerías de Ramón Gómez de la Serna: "A veces se reía, pero de pronto dijo: pueden ser cada vez mejores… ahora tiene 25 años y es un grandísimo lector". Más aún, el mexicano Ignacio Padilla suele aconsejar a los padres que no leen que finjan hacerlo para encender el hábito de la lectura en sus hijos.

No son pocos los grandes lectores que, de adultos, recuerdan con gratitud aquellas lecturas fundacionales de una vocación. Ahí está esa emotiva carta que Fernando Savater envió a su madre, enferma de alzhéimer: "Para convencerme de que leer es algo maravilloso e imprescindible me bastó ver el entusiasmo con que comprabas la última novela de Agatha Christie aparecida en editorial Molino. Si te hubiera oído citar a Dante o a Proust seguramente me hubiese dedicado al fútbol".

Dante, precisamente, es la primera lectura que recuerda el poeta chileno Raúl Zurita, para quien leer hoy la Divina comedia es "como volver a la infancia". Su abuela, emigrante genovesa en Santiago de Chile, se la leía en italiano y toda la obra de Zurita, con títulos como Purgatorio, La vida nueva o Anteparaíso, tiene una conexión muy especial con la obra maestra del poeta florentino.

¿Es más proclive la literatura a dejarse enseñar en casa? Hay padres que se adelantan a la escuela, y familiarizan a sus hijos con las letras antes de que los llegue esa hora -la de aprender a leer- que Vargas Llosa consideraba el hito más importante de su vida. Sánchez Ferlosio contó en una entrevista con El Cultural que a los tres años su hija ya sabía descifrar lo escrito. "Cuando íbamos por la calle, le preguntaba qué decían los rótulos de las tiendas. Así se acostumbró a leer todo tipo de letras".

El objetivo de Jorge Carrión es conseguir que sus hijos "vean los libros tan atractivos como si fueran juguetes"

Daniel, el hijo de Sergio del Molino, aún no tiene los cinco años y no sabe leer, pero ya va tomándole afición al papel impreso."Vive en una casa llena a reventar de libros -nos relata su padre-. Pocas cosas le gustan más que un cuento, así que ya tiene su pequeña biblioteca". Su secreto, continúa el escritor, es que, desde muy pronto, buscaron juntos libros ilustrados sin moralejas, "un poco escatológicos, y con las emociones un poco controladas".

Si hubiera que señalar una tendencia, no obstante, sería la del laissez faire: situar los libros a mano de los niños y dejar que ellos mismos se vayan decantando. El objetivo de Jorge Carrión, nos cuenta, es conseguir que sus hijos "vean los libros tan atractivos como los juguetes, y que cuando tengan un año y pico ellos mismos te pidan que se los cuentes , que se los leas". En su casa optan por comprar ediciones "de gran calidad gráfica, como libros en tres dimensiones y con texturas". Son regalos que marcan irreversible- mente al futuro lector: Antonio Buero Vallejo siempre recordó con gratitud cómo su padre les dejaba leer todos los libros de su biblioteca (Dumas, Verne, Conan Doyle), y, muy especialmente cómo les leía en inglés, y luego les traducía al español, La máquina del tiempo de H. G. Wells, lectura que el dramaturgo jamás abandonó.

Con todo, si el niño no lee, ¿conviene obligarlo o al menos fomentar (verbo de moda en este terreno) la lectura de algún modo? Sara Mesa asegura que la lectura nunca debería ser una obligación. Obviamente, dice, ha puesto a disposición de su hijo libros, han ido a la biblioteca infantil ("aunque tengo un poco de manía a los cuentacuentos") y le leía relatos cuando era pequeño. Pero cree que la necesidad de historias, en su caso, la ha satisfecho más gracias al cine que a la literatura. "Y me parece estupendo", dice. A esta educación visual se refiere precisamente Carrión como propia de nuestro tiempo. "La lectura textual y visual no debe perderse -afirma-. A los niños hay que seguir enseñándoles a leer el texto y la imagen, su conexión íntima. Libros ilustrados, cómic, libros en papel o digitales que son también formas o tipografías. La educación textovisual es más importante que nunca".

El caso de Milena Busquets es diferente: al no introducir a sus hijos en la lectura reproduce lo que con ella hizo su madre, la editora Esther Tusquets. Su casa, explica, "está llena de libros, me ven leyendo y saben que cuando vamos a una librería pueden elegir todos los libros que quieran". ¿Alguno en concreto? "Ninguno. No les he leído ningún libro en particular. Para eso van a la escuela", responde. Como la de Milena, la casa de Marcos Giralt Torrente -nieto de escritor e hijo de pintor- siempre estuvo a rebosar de libros. Ante el espanto de su familia, fue muy mal lector infantil, pero a los 12 descubrió, en la biblioteca de su casa, un ejemplar de En la colonia penitenciaria, de Kafka, con la firma de su padre adolescente en la primera página. "Enseguida sentí que nada en las páginas siguientes era ni tan sencillo ni tan disparatado como parecía. Ese fue el comienzo".

En realidad, hay tantas fórmulas como padres. Isabel Allende, por ejemplo, intentó escribir cuentos para sus hijos, pero sin mucho éxito, así que les contaba historias, algo que ha repetido con sus nietos. También Julia Navarro leía con su hijo cada noche cuando era pequeño. Al acostarse, antes de dormir, se repartían un cuento, "un trocito él y otro yo. Era como un juego. Cuando le llevaba a la librería siempre le compraba los libros infantiles que a él le llamaban la atención. Y entonces le dejaba elegir". ¿Sus favoritos? Tanto en casa como en el colegio el niño leía libros de versiones infantiles de los clásicos. "Todavía recuerdo como se reía con Don Quijote en una versión para niños. También le encantaba Harry Potter", comenta la escritora. Lorenzo Silva les narraba historias a sus hijos desde muy pequeñitos, y dejaba que le contaran las que a ellos se les ocurrían: "Son bastante imaginativos, y todos, sobre todo las chicas, tienen predisposición en ese terreno".

Lorenzo Silva comenzó creando relatos para ellos y ha llegado incluso a escribir con su ayuda
A partir de cierto momento, leyéndoles, Silva comenzó a crear relatos para ellos (varios álbumes ilustrados y una adaptación de La isla del tesoro) y llegó incluso a escribir con su ayuda (junto a su hija Laura hizo El videojuego al revés, publicado por San Pablo). Con sus hijos ha leído de todo, desde La isla del tesoro o El fantasma de Canterville hasta el Quijote o Sin noticias de Gurb de Eduardo Mendoza.

Perder el miedo a los clásicos

Como en el mundo adulto, en los niños se confirma esa noción, tan cierta, de que todos los que leen, leen (más o menos) lo mismo. Quizás cambien las generaciones, pero a un niño le siguen emocionando o atrayendo los mismos tipos de historias.

Por eso Sara Mesa recomienda ciertos clásicos infalibles, como Roald Dahl o los tebeos de Ibáñez. O, más acá, las adaptaciones de cuentos clásicos (como los Cuentos de la Media Lunita de Antonio Rodríguez Almodóvar). Y cita un libro que, de niña, le marcó profundamente: Un zoo en la isla, de Gerald Durrell. "Siempre me gustaron los animales y Durrell los describía sin cursilería, con una prosa magnífica, ágil y divertida. Tanto que, en vez de despertar mi vocación de escritora, lo que quise es ser zoóloga".

Además de La isla del tesoro, Lorenzo Silva recomienda, "a partir de cierto momento", las leyendas de Bécquer. "Intrigan y seducen con una prosa bellísima", afirma el escritor, que recuerda, como lectura fundamental en su vida, una versión en cómic de la biografía de Lawrence de Arabia, de Elliot Dooley. Leyó aquel libro con cinco o seis años y, todavía hoy, dice, Lawrence sigue siendo uno de sus personajes favoritos.

¿Góngora en la escuela?

Julia Navarro se recuerda, de niña, leyendo a los Hermanos Grimm, Blancanieves, La Cenicienta, Peter Pan, Las aventuras de Guillermo Brown, o, más mayor, novelas como Ivanhoe, Quo Vadis, El Conde de Montecristo o El Principito, aunque también hacía incursiones en Julio Verne y Emilio Salgari. Verne es también la primera lectura que recuerda Sergio del Molino: "Me empeñé en hacer la primera comunión, contra el deseo de mis padres, y mi tío me regaló los viajes extraordinarios completos. Los leí todos sin descanso, a lo bestia. Tenía ocho años. No sólo me hice lector entonces, creo que me hice también escritor". Berta Vias, que recuerda bien la primera vez (y las sucesivas) que leyó El Principito, cree que lo ideal es perder pronto el miedo a los clásicos, si bien no todos tienen la capacidad de seducir a los niños. "Yo recomiendo, y no es broma, lecturas de Kafka, Nietzsche, Diderot o Montaigne. Textos breves y enigmáticos. La inteligencia, como todo, se entrena, y los niños no son idiotas".

"No importa tanto qué clase de historias se elijan como que los padres lean con los hijos", tercia Del Molino. El escritor asegura que "la experiencia de leer juntos vincula la literatura a algo muy íntimo y necesario, al descubrimiento del mundo y, a la vez, a la creación de un mundo compartido en la familia". Sin eso, añade el autor de La España vacía, sin esa suerte de lectura familiar, "es difícil que el veneno de la literatura tenga efecto a los ocho, nueve o diez años, que es cuando se forma el primer gusto".

Antes de dormir Julia Navarro y su hijo leían un cuento, "un trocito él y otro yo. Era como un juego"

En una entrevista reciente Rafael Reig decía, medio en broma medio en serio, que lo ideal era aprender, en la escuela, primero a los autores contemporáneos, e ir hacia atrás hasta llegar a Grecia. "Estoy completamente de acuerdo con Reig", dice Mesa. La autora de Cicatriz dio durante un tiempo clases de Literatura en un instituto de secundaria. "¿Cómo iba a explicarles la poesía de Góngora a chicos de quince años? -se pregunta-. Lo peor es que ellos terminan asociando los libros al estudio, a la incomprensión y el aburrimiento".

Compartir la lectura

Lo que parece evidente es que no hay recetas, que los lectores se hacen, si es que no nacen, por caminos diversos e insospechados. "Ojalá los niños empezaran leyendo a los griegos. Pero me temo que no es así. No lo era cuando yo iba al colegio y ahora supongo que menos aún", dice Vias. Para Lorenzo Silva, la clave está en el profesor. Es rarísimo que un buen lector no recuerde las lecciones de aquel profesor que le inculcó el amor por los libros. Que esa afición prenda, subraya Silva,"depende mucho de si el profesor sabe elegir y motivar, y creo que no está mal que en esa tarea mezcle modernos y clásicos. Si no, puede que la experiencia sea incluso traumática y hasta disuasoria".

Julia Navarro, más audaz, plantea incluso que sean los niños quienen propongan a los profesores que leen, y "volver a compartir la lectura, es decir leer en voz alta en clase. Que cada semana o cada mes sea un niño el que decida qué libro van a leer entre todos. Para que les guste, leer no puede ser una obligación sino un placer".

Finalmente, Milena Busquets considera que nos enfrentamos a un problema también social: "Mientras sigamos teniendo políticos analfabetos que no leen, será difícil que la situación mejore", concluye, sin saber si también esto pasará.

@nmazancot

@albertogordom