Alexis Ravelo: "Los escritores debemos actuar como memoria colectiva"
Alexis Ravelo. Foto: Chiqui García
El escritor publica Los milagros prohibidos (Siruela), la historia de un triángulo amoroso, al mismo tiempo que una honda reflexión sobre la justicia y un homenaje a la memoria de los protagonistas de la Semana Roja de La Palma, acontecimiento decisivo para el transcurso de la Guerra Civil en las Islas Canarias.
Pregunta.- Escribe libros de relatos y está consagrado ya en la novela negra, ¿por qué escribir una novela, y además sobre la Guerra Civil?
Respuesta.- Uno va intentando siempre hacer el mayor número de cosas posibles. Yo escribo para aprender. Me apetecía trabajar este tema, no exactamente hablar de la Guerra Civil, sino establecer una reflexión sobre cómo afecta esa guerra a personas muy sencillas en un sitio muy pequeño donde las relaciones personales son muy de piel contra piel. Es otra manera distinta de hablar sobre el tema capital de mis novelas negras, que es la violencia. Me preocupa ver cómo es la violencia, de dónde surge, cómo podría atajarse… Y un episodio más violento que la guerra civil es difícil de encontrar
P.- Ofrece la visión canaria del conflicto, de la que nunca se habla pero que fue muy importante, por ejemplo, en la llegada de Franco a la península.
R.- Es cierto que no es muy común hablar de cómo fue la guerra en Canarias. Me sorprende mucho que cuando uno lee libros, y libros de auténticas autoridades en la materia, parece que no pasó nada en Canarias durante la Guerra Civil. Pero nosotros sabemos lo que ocurrió, cosas decisivas y significativas. Como por ejemplo que La Palma se mantuviera una semana fiel a la República. Me llevé una tremenda sorpresa al conocer el caso de los alzados de la isla de La Palma, que en realidad fueron los primeros maquis del país: resistieron desde el 25 julio de 1936 hasta después de la guerra, pero la mayoría acabaron asesinados o detenidos y algunos pudieron huir. En cuanto a Franco, el hecho histórico es que el Dragon Rapide estaba esperándole y necesitaba una excusa para ir a Canarias, pues el día 17 empieza el lío en África y el golpe de Estado no puede ocultarse por más tiempo. Esa excusa se la proporciona la muerte "accidental" del general Balmes. Franco asiste al entierro y desde ahí viaja a la península. Lo que pasó después ya lo sabemos todos.
P.- ¿Cómo se desarrollo la Semana Roja de La Palma?
R.- Es un episodio que tiene que ver mucho con la incomunicación. Al conocerse el alzamiento nacional, en una mañana se reunió una milicia de 3.000 hombres que consiguieron que la isla se mantuviera republicana sin disparar un tiro. Eso solo puede ocurrir en una comunidad muy pequeña, donde todo el mundo se conoce. Lograron una especie de pacto social para mantener acuartelados al ejército y la Guardia Civil y evitar que hubiera heridos, y estuvieron así una semana en la creencia de que aquello era una 'sanjurjada' más. Eso duró hasta el 25 de julio en que es enviado el cañonero Canalejas con órdenes de bombardear la isla si no se rinde al bando nacional. Estos milicianos decidieron irse al monte para evitar una confrontación armada en la ciudad. Al principio los que se entregaban eran juzgados, protegidos por gran parte de la derecha, pero hacia otoño, al continuar la guerra, todo eso se acaba y empiezan las ejecuciones sumarias.
P.- ¿Por qué es un episodio prácticamente olvidado?
R.- Este episodio me parece muy ejemplar por lo que tiene de paradójico. A estos milicianos que andan por el monte se les llama alzados, y fueron perseguidos por ese pueblo bajo que ellos mismos querían defender desde la legalidad de la República. Esto es un ejemplo de cómo hemos maleado y falseado la historia, de cómo se ha creado un relato sobre aquella época que no se corresponde demasiado con la realidad, ese discurso del revisionismo que pone a la República como si fuera una especie de anarquía plagada de pistoleros. La República fue un intento de democracia balbuceante, y nadie puede decir que hubiera ocurrido si ese intento democrático no se hubiese interrumpido. Quizá seríamos una de las democracias más antiguas de Europa.
P.- ¿Es necesario recurrir todavía a la Guerra Civil?
R.- Mientras este país, nuestras autoridades, historiadores, poderes públicos... sigan sin recordar, alguien va a tener que recordar por ellos. Para eso estamos los escritores, los cineastas o los dramaturgos. Nos toca hablar de este tema todavía porque aún hay mucho que contar y debemos hacer la función de memoria colectiva. Uno no puede saber a dónde va si no sabe de dónde viene. Y en España hemos tenido un problemón con esto desde la época de Franco, cuando se propugna aquel espíritu de falsa reconciliación nacional que decía que hay que olvidar. Ese discurso me recuerda sospechosamente al de muchos sectores de ahora. No es sano que este país esté lleno de tumbas sin nombre, que no se conozca o se ignore la actuación y los nombres de los verdugos y no es cuestión de revanchismo, sino de tener una sociedad saludable que sabe lo que ocurrió y no quiere volver a repetirlo.
P.- En la novela están muy presentes los valores ideológicos y morales, ¿qué podemos extraer de una historia de esa época?
R.- En definitiva la gente es la misma que hoy, cambian las circunstancias. Podemos extraer la manera en que a veces los seres humanos nos aprovechamos de las circunstancias en las que vivimos. Y también somos víctimas de ellas. Hoy en día hay personas que no tienen posturas morales alejadas de las de los protagonistas de ambos bandos, que Santos y que el Hurón, pero no existe el potencial para que las situaciones se desarrollen de forma tan dramática. Este es un libro sobre la memoria, y como muchos de mis libros trata sobre la justicia y la injusticia. Lo he escrito contra el olvido pero también para pensar el presente, porque hay muchas desigualdades y situaciones que, pese a que el mundo ha cambiado y somos seres que reflexionan más sobre el humanismo y la ética, son paralelas a las que motivaron aquella barbarie.
P.- Dentro de ese marco histórico encaja una historia que podría suceder en cualquier época y lugar, ¿cómo la enriquecen los acontecimientos?
R.- En este contexto he trenzado la historia en la que se cuenta un triángulo amoroso entre tres personajes muy representativos de la sociedad de aquel momento. Una mujer de familia burguesa, un maestro de escuela culto e idealista y un hombre de clase baja despechado y rencoroso que busca venganza encaramándose en la brutalidad del poder que triunfa en la época. Es una historia muy universal. Floro es un tipo despechado que actúa por mezquindad, es, como decía Yourcenar en El tiro de gracia, "un patán insolente y obtuso". Agustín para mí representaba al hombre justo, además introducido en una situación que le viene absolutamente grande. Es el héroe despistado y su evolución como personaje tiene mucho que ver con eso que los coachs llaman hoy en día resiliencia, como sobrevivir a una situación que te desborda. Como decíamos, son los acontecimientos los que hacen que esa situación universal aflore de forma muy viva y se convierta en algo casi épico.
P.- ¿Tras esta novela volverá al género negro o ahondará en este paréntesis?
R.- Por supuesto. Ya el año pasado cuando publique La otra vida de Ned Blackbird la prensa decía "Ravelo huye del género negro". Oiga, yo sólo huyo de la policía antidisturbios. Uno necesita no encasillarse y hacer cosas distintas, pero también de vez en cuando necesita volver a casa. Con mis dos últimos libros me he sacado dos espinitas, pero la siguiente novela será negra. Aunque seguro que volveré a salirme de casa para pasear por otros géneros en el futuro.