Fábulas irónicas
Juan Eduardo Zúñiga
15 junio, 2018 02:00Juan Eduardo Zúñiga. Foto: Archivo
Fuimos muchos los que descubrimos a Juan Eduardo Zúñiga (Madrid, 1929) en los relatos de Largo noviembre de Madrid (1980) y quedamos suspendidos de aquella intensidad envolvente y desconcertante, del escritor culto y lúcido que es, y que fue adquiriendo relieve al sumar a ese título La tierra será un paraíso (1991) y Capital de la gloria (2003), hasta completar el sentido de lo que hoy conocemos como su Trilogía de la Guerra Civil. En aquellas páginas participamos de la emoción contenida, de la intensidad de la palabra, del acertado distanciamiento como perspectiva adecuada para ajustar el enfoque al tratar un asunto tan descarnado. De hecho, muchos lo consideran un autor imprescindible para entender (en palabras de Luis Mateo) "la verdadera expresión literaria de la contienda". Ese ángulo en el que se fue atrincherando para ir perpetrando sus libros le ha hecho crecer en la calidad sostenida de cuanto ha ido ofreciendo. Así lo confirmaron reconocimientos como el premio de la Crítica (2003) y el Nacional de las Letras, en 2016.Y así vuelve a aparecer, reforzado en esa técnica del humor serio, en las diez formas breves encerradas en el asertivo enunciado que las acoge, Fábulas irónicas, sin duda la oportunidad de releer y a la vez descubrir la mirada de gran escritor que identifica a Zúñiga. Pero no es ahora la guerra civil su materia. El objetivo se amplía y mira al pasado y al presente con el aplomo de quien ya no duda de lo que la realidad ofrece ni espera gran cosa de ella. Ahora su intención se dirige a la Historia, con mayúsculas, convirtiéndola en sustancia de sus escritos por permitirle ilustrar con invenciones ejemplarizantes, con "inagotables y sabios materiales", su propuesta sobre los innumerables motivos que tendríamos para olvidar. Porque en "sus páginas perdidas" -afirma- se mantienen recuerdos como el del terrible castigo de Basilio II, en el siglo X, condenando a la ceguera a miles de soldados búlgaros para que el relato que pudieran hacer de la brutalidad vivida no tuviera fuerza convincente sin los ojos que diesen intensidad a las palabras. Y no es más que un ejemplo.
Su segundo frente es la memoria, que tan humanos e imperfectos nos hace, "memoria histórica" necesaria y repudiada, por facilitar modelos (como el de la "irreductible desobedicencia" de una criada lituana, en el siglo XVIII), o la tiranía de Nerón ("Huelga de hambre en Roma") o la terrible venganza por la muerte de Inés de Castro. Invención y realidad trenzan motivos para defender la unidad del conjunto, abrigado con su elogio hacia el admirable afán de los antiguos, que soñaban con lavar su memoria en el río Leteo buscando el olvido, tercer plano de su componenda fabulística. Ojalá fuera posible mantenerse en la ignorancia, vivir solo atentos al futuro -sostiene el escritor- si las "benéficas aguas" del Leteo pudieran borrar el "archivo de sufrimientos" acumulados. Pero he ahí lo irrevocable de la imposibilidad de prescindir de la memoria, pues esta "no deja de ser parte de la existencia". Esa es la tesis que trata de evidenciar en estas invenciones extraordinarias sobre la brutalidad y el dolor acumulado en acciones irreparables, y sobre gestos representativos de otras acciones: la impostura, la insumisa imaginación popular, la fuerza de la palabra y de la escritura, el poder y el mal uso que de él se hace…Desde el ángulo desde el que mira, Zúñiga no acusa, sólo señala y despliega evidencias que emocionan
Pero desde ese ángulo desde el que mira, Juan Eduardo Zúñiga no acusa, solo señala en nombre de realidades mayúsculas, y despliega evidencias que emocionan doblemente al ir acompañadas de cuidadas ilustraciones (de Fernando Vicente) que acompañan y trascienden su escritura.