Bailo porque no bailo
Diecinueve años como las cifras que inician los cien años del interminable siglo veinte. Diecinueve y detrás poner una pareja de números cualquiera, que saldrá un acontecimientazo.
Con eso en mente trabaja la gogó en su tarima el día de su cumpleaños, bailando como el siglo que sale en los libros, los libros que le gustan como los que no le gustan. Tan pronto alguien se le pegue, serán un calendario y podrán recitar una guerra.
Vio un pájaro muerto por la calle cuando era una niña. Sus amiguitas salieron corriendo pero ella se puso a jugar. Gritaban qué asco, pero la gogó niña (igual que existe la virgen niña, ficción dentro de la ficción porque cuando la virgen era niña ni ella ni nadie sabía que iba a ser la virgen), la gogó niña le desplegó las marrones alitas, crucificándolo en el aire pero sin religión ninguna.
Es un cuerpo, mamá. No es un pájaro. Sólo es un cuerpo. El pájaro no es esto. El pájaro se fue. Mamá, Jorge Guillén tiene un verso que dice “Todo en el aire es pájaro”, y una parte de su Cántico se llama “El pájaro en la mano”, y si más vale pájaro en mano que ciento volando, yo qué culpa tengo.
Creemos que ese fue el día en que la bailarina empezó a revelarse entre los pliegues del cerebro de la niña. Hay dos cuerpos en la lengua: el del bailarín y el del muerto. Al cadáver se le llama cuerpo y al bailarín se le llama cuerpo. Tener que clarificar que el cerebro forma parte del cuerpo es algo a lo que la gogó no le dedica ni una línea de su discurso. Con una mirada de conmiseración a su interlocutor va que corta.
"Vio un pájaro muerto por la calle cuando era una niña. Sus amiguitas salieron corriendo pero ella se puso a jugar"
Las bailarinas, así como los bailarines, también se refieren a sí mismas como cuerpos desde el tierno conservatorio, desde la tierna jam de contact-improvisación, desde el tierno seminario de método Feldenkrais. La niña gogó vapuleaba jocosamente al pájaro porque no era un pájaro, era un cuerpo, del mismo modo que la gogó de 19 años se deja vapulear por y vapulea a sus compañeros en clase de danza; y se deja vapulear por el tecno y vapulea al DJ desde su tarima. La ventaja de ser un cuerpo y no una persona o un ser vivo o un puto individuo, le está explicando al que hoy se le ha pegado, es esa.
-Aunque yo preferiría ser una gogó de 1965 y que me pagaran por bailar psicodelia en vez de electrónica. ¿No tendrás tú, por casualidad, sesenta y cinco años?
-Tengo 27.
-Entonces recitamos un poemilla de la Generación:
¡Cima de la delicia!
Todo en el aire es pájaro.
Se cierne lo inmediato
Resuelto en lejanía.
La tarima es mi cima de la delicia y tú eres lo inmediato que se cierne. Yo estaba en el aire siendo pájaro, o sea, bailando; y tú estabas lejos, o sea abajo en la pista, pero te has cernido sobre mí en cuanto he bajado a hacer mis veinte minutos de descanso.
-Bailas muy bien.
-Porque me muero muy bien, y viceversa.
-Eres una mística.
-Jo-der. ¡Claro!
Esa revelación moral y estética con la que el desconocido la juzga es para la gogó el mejor regalo de cumpleaños del día (ha recibido una colonia, una camiseta, cincuenta euros, veinte mil mensajes al móvil y la tarta con las velitas en la cocina familiar). Se vuelve a montar en los tacones; se acaba, con la garganta bullendo voraz, el botellín de coca cola (al desconocido le parece de anuncio), conducida por la alegría feroz de tener toda la muerte por delante.