Ya la sombra
Visor. Madrid, 2018. 88 páginas. 12 €
Paraíso manuscrito, libro con el que Felipe Benítez Reyes se dio a conocer en 1982, ya unía el tema de la fugacidad de la belleza y la vida y, desde el título, la escritura, alianza que se prolonga por su obra poética y se hace presente también en Ya la sombra.
Benítez Reyes (Rota, Cádiz, 1960) es autor de un buen número de libros de poesía y también de novelas de primera calidad. Me permitiré destacar El novio del mundo con ese personaje tan singular que es Walter Arias. También de volúmenes de relatos y ensayos, además de una obra de teatro y fue director de dos revistas literarias de las que han dejado huella.
Y ahora publica Ya la sombra, una escritura que, como dicta una de sus leyes contemporáneas, se hace reescritura y, así, entre otros casos, el verso “En el corazón, la lluvia suena a Verlaine” es deudor de “Il pleure dans mon coeur, / comme il pleut sur la ville”, bien que con transformación, o en “Nostalgias retóricas” se insertan en su literalidad dos versos de un soneto de Góngora, conciencia del continuum que la literatura es, como si se tratase de un único libro en el que cada escritor deja su página.
Son varios los poemas en los que la escritura vuelve sobre sí misma en un gesto de reflexión: “La serpiente se arrastra con sigilo entre la hojarasca,/ se desliza callada por un verso […] por la oscuridad fingida de una metáfora” o el ingenioso poema “Jardín caligráfico” –“Escribiré un jardín en esta página”, etc.– o el juego de espejos en “el papel en que ahora escribo / la palabra luna, que es su propia metáfora”, que habla de la realidad de lo irreal.
En 'Ya la sombra' Benítez Reyes elabora un canto a la redención de lo perdido que, ahora ya hecho palabra, permanecerá en la lectura, una lectura excelente
¿Por qué se escribe? Las razones pueden llegar a ser tantas como escritores, Benítez Reyes da su respuesta en varios lugares de Ya la sombra. En “Ciclos”, un poema espléndido, tras evocar a Dante, a Virgilio, a Ovidio y Kafka y sus creaciones, dice cómo ellas viven en “esa cápsula de anacronía / en que la literatura se protege del tiempo, / desde su inmortalidad desvalida y estática, / pero más poderosa que la vida”. ¿Cabe mayor fe en la palabra? Y todavía añadirá que es “ese dominio ilusorio y sin confines / que al cabo existe más / que el mundo mismo, en paralelo / a este ser del no ser de ser nosotros”.
La cita anterior, con su cántico de lo literario, de la palabra que excede a la vida y triunfa sobre ella, sirve también para introducir otro de los temas de este poeta que tiene también su lugar en este libro. ¿Qué es ser?, ¿qué la vida sino un tránsito a la desaparición? Con ironía se referirá al “presidente del monopolio de la metafísica”, pero el hecho es que muchos de estos poemas discurren por ese territorio y lo hacen con naturalidad y fuerza poética.
Tempus fugit, no hay duda. Y por ello no faltan en los poemas la mención de tiempos pasados: un trozo de mármol se abre a fabularlo fragmento de un templo, de un teatro o una estatua, estar en Roma convoca los espectros de emperadores y guerreros, pero de manera muy particular sirve al tópico la memoria personal, ámbito fantasmal: “la memoria más nuestra es también de la nada”. Es el recuerdo de los personajes de las películas del cine de verano de la niñez, el excelente “Nostalgia del poeta surrealista de mis 16 años”, o “El pasado es la casa de los seres transparentes, / de las frases inaudibles, de las cosas invisibles”, o el niño camino del colegio y tras nombrarlo “Y ahí está el, y ahí no hay nadie […] la irrealidad que es más suya que sí mismo”.
Poesía de tonalidad elegíaca, en la que la belleza de la palabra, de su música, el ingenio de las composiciones, sirven a la redención de lo perdido que, ahora ya hecho palabra, permanecerá en la lectura. Una lectura excelente.
Formulación del mecanismo del tiempo
Lo que se va. Esta fuga. Cuanto mueve
el viento que va huyendo hacia su ayer.
Lo que deja de ser nada más ser.
Los días que se funden con la nieve.
Lo veloz, lo no visto, lo olvidado.
Lo que fue a su acabarse. Cuanto vino
y suplantó el anhelo de un destino.
Lo rápido en huir, el delicado
morirse de tan poco tanta vida...
Hay algo en la verdad que no es verdad:
si el tiempo es siempre un punto de partida.
¿qué hora marca tu tiempo, eternidad
mía, que ya no
eres eternidad?