La vida rural y plural de Louise Glück
Son muchas las voces que se entrecruzan en los poemas cinematográficos y jaspeados de tensión lírica de 'Una vida de pueblo', el nuevo libro de la Nobel
26 octubre, 2020 09:19La concesión del Nobel a Louise Glück (Nueva York, 1943) celebra el fervor de la poesía. Por suerte para el lector español, tenemos al alcance sus libros: El iris salvaje, Ararat, Las siete edades, Averno, Vita nova y Praderas. Ahora, Una vida de pueblo, traducido por Adalber Salas, un nombre más que añadir a la saga de poetas que han vertido sus versos al castellano con solvencia. Acaso es él quien subraya con pertinencia el “sutil ojo irónico” y la “dicción afilada” de la norteamericana.
El título de la obra es elocuente: la vida y el pueblo. Sí, de eso va este libro. Empezando por el final, no le importaba a Glück que calificaran su poesía de “agropecuaria” (como hubiera ocurrido aquí). Para seguir, la vida, ya sea en el campo y la naturaleza o en la ciudad, es sólo eso: vida. Plural, cabe precisar, porque, a pesar de su tono autobiográfico (que afecta a toda su poesía), son muchas las voces que se entrecruzan en estos poemas, casi siempre extensos, muy cinematográficos, compuestos por versículos, genuinos y claros relatos jaspeados de tensión lírica, sin apenas metáforas.
Desde el principio, la ventana, un sitio para la contemplación: “En la ventana, no el mundo, sino un paisaje enmarcado / que representa el mundo”. Desde donde observar el cambio de las estaciones, “abstracciones de las que provienen placeres intensos / como higos en la mesa”. Y allí, lo cotidiano. Primero, ver (montañas, por ejemplo); luego, escuchar (“grillos, cigarras”); y por fin, oler: “aroma de limoneros, de naranjos”. Pero cuidado, no estamos en el paraíso: “Nadie entiende realmente / la ferocidad de este lugar”.
En los poemas, gente que permanece o que se va e inexorablemente vuelve (“siempre lamentarás algo que dejaste atrás”) mientras el tiempo pasa: “A mi entender, te sale mejor quedarte; / así los sueños no te hieren”. Y hombres (que beben, queman hojas, callan) y mujeres: “Están solas en la fuente, en un pozo oscuro. / Han sido exiliadas del mundo de la esperanza, que es el mundo de la acción”. “En el café”, un personaje (todo un prototipo) “se va” y “las mujeres quedan devastadas”. “Saben que ese hombre no existe”. “Escuchará durante horas”. “Entra en sus vidas como se entra en un sueño, / sin voluntad, y vive allí como se vive en un sueño, / por largo que sea”. Una “se retirará a ese mundo privado del sentimiento / en el que entran las mujeres cuando aman”. Otra “está mortalmente harta de su vida / y necesita silencio”. Aquélla confiesa que “él trata de convertirme en una persona que nunca fui”.
Mujeres que cocinan y envejecen: “Cuando miras un cuerpo, ves una historia. / Una vez que ese cuerpo ya no es visto, / se pierde la historia que trataba de contar”. Buenas vecinas que tienden la ropa (“Un día cálido”) o quieren vivir junto al mar (“Marzo”). En el verano, omnipresente, donde “la vida se pudre en el calor”, sucede casi todo. Lo bueno (nadar en la cantera, sentarse junto al río, ir de picnic, charlar sobre el sexo y el matrimonio “ideal” de los padres, pasear por la noche…) y lo malo, por más que las pasiones transcurran “hondas en el interior”. Porque “el mundo más allá de la noche sigue siendo un misterio”. Sí, “hay un camino que no puedes ver, más allá del alcance del ojo”. Y ahí, la poesía, “para abrirle un espacio a la luz”.
Misterios como ese “pacto con la muerte” que hace nuestro cuerpo “para nacer”: “desde ese momento, lo único que intenta es hacer trampa”. Léase “Encrucijadas” y “Un trozo de papel”. Hay una serena desolación, mucha tristeza, en estas vidas apegadas a la tierra: “así es toda la naturaleza, inútil y amarga”. En “Murciélagos” leemos: “Una terrible soledad rodea a todos los seres que / confrontan la mortalidad. Como bien dice Margulies: la muerte / nos aterra a todos hasta el silencio”. Termina el libro con el poema que le da título. Allí, contra la oscuridad y la incertidumbre, la luna “sobre la tierra”: “Si hay una imagen del alma, creo que es ésta”.
La primera nieve
Como una niña, la tierra se va a dormir
o al menos así dice el cuento.
Pero no estoy cansada, dice,
y la madre responde: Puede que tú no estés cansada pero yo sí.
Lo puedes ver en su rostro, todo el mundo puede.
Así que la nieve debe caer, el sueño debe venir.
Porque la madre está mortalmente harta de su vida y necesita silencio.