Una nueva mirada a la Italia del terror
En esta minuciosa exploración de la violencia terrorista, Juan Avilés logra exponer con maestría los hilos de la maraña que fue la década de los 70 en Italia
13 octubre, 2021 09:16Italia, década de los setenta del pasado siglo: un escenario a la vez próximo en el tiempo pero lejano en las coordenadas políticas. En el contexto de la Guerra Fría y un mundo polarizado entre dos superpotencias, la URSS y EE. UU., Italia aparecía como el eslabón más débil de las democracias occidentales integradas en la OTAN. A su inestabilidad política y la agitación social —no en vano había sido la cuna del fascismo— se unía el sólido respaldo electoral (34% de los votos en 1976) al PCI, el más importante partido comunista en las sociedades libres, que soñaba abiertamente con un “compromiso histórico” que le permitiera acceder al gobierno. En los extremos, diversos grupos radicales apostaban por la violencia terrorista. Una situación explosiva.
La cuestión clave en esa tesitura es tan fácil de plantear como compleja de responder: ¿hubo una estrategia de la tensión, es decir, una mano oculta moviendo los hilos o, mejor aún, el diseño de una serie de operaciones para propiciar un golpe de Estado? Cualquier dictamen debe partir de la base de que, pese a la espectacularidad de sus acciones, el terrorismo es —no siempre, pero sí a menudo— el arma de la impotencia. Los grupos e individuos que se enrolaron en acciones violentas no tenían ninguna posibilidad de conquistar el poder: su objetivo era crear pánico social y provocar al ejército para desplazar al gobierno legalmente constituido. Por eso unos estallidos violentos inconexos no solo eran estériles: eran, sobre todo, incomprensibles. Tenía que haber algo más.
Este es el fascinante panorama que analiza Juan Avilés (Mataró, 1950) en su último libro, una aportación más en la ya larga serie de estudios sobre el terrorismo, que empezaron con el atentado anarquista clásico —la “propaganda por el hecho”—, continuaron con el terror contemporáneo, de ETA a Al Qaeda, y desembocaron en el análisis de la violencia política en Italia, país que Avilés conoce muy bien. En La estrategia de la tensión. Terrorismo neofascista y tramas golpistas en Italia (1969-1980), se ciñe al ámbito temporal de los años setenta y centra su mirada en los grupúsculos neofascistas y sus redes afines, prescindiendo del terrorismo de signo contrario, de extrema izquierda, que tuvo en las Brigadas Rojas su expresión más letal y conocida.
En esta obra minuciosa, Juan Avilés logra exponer con maestría los hilos de la maraña que fue la década de los años 70 en Italia
Grosso modo, los grandes atentados se concentran en la primera parte de la década (Piazza Fontana, 1969; Peteano, 1972; Jefatura de Policía de Milán, 1973; Brescia y tren Italicus, 1974), con una cierta paralización en los años siguientes, que se rompe con el más brutal crimen del período, la matanza de la estación de Bolonia en 1980. Todos estos ataques, salvo el milanés (obra de un anarquista) llevan la firma neofascista. Sin embargo, en casi todos los casos hay dudas sobre los autores concretos, con nombres y apellidos, dudas que se incrementan si hablamos de cómplices y colaboradores necesarios y que llegan a su máxima expresión cuando ampliamos el círculo de sospechas a los encubridores y cerebros de las diversas operaciones.
Un panorama tan abigarrado se presta a la eclosión de múltiples teorías conspirativas, tanto más plausibles para un público desconcertado cuanto más simplificadoras. Surge así la versión de que las acciones terroristas estaban interconectadas, movidas por una mano negra y diseñadas con el propósito de crear las condiciones para un golpe de Estado que detuviera el acceso del PCI al gobierno. Es la formulación más clásica de la llamada estrategia de la tensión pero, como advierte Avilés, una cosa es el atractivo de una hipótesis y otra muy distinta la aportación de pruebas concretas. ¿Pudo haber en cambio una “tensión sin estrategia”?
La obra de Avilés constituye un análisis minucioso de un fenómeno complejísimo. Si la investigación, digna de un detective, es implacable, el resultado es sorprendente por cuanto el autor logra exponer los hilos de la maraña con tal maestría que hasta el lector menos familiarizado con la coyuntura italiana consigue una imagen nítida del conjunto. Eso sí, no se esperen conclusiones fáciles que vinculen de modo indudable atentados e intentonas golpistas. A lo sumo, se dibujan indicios de conexión entre terroristas y servicios secretos con objetivos no siempre coincidentes. La realidad se resiste a explicaciones simples.