Johan Norberg y su desesperada crítica al individualismo
En esta historia del progreso el pensador estudia cómo la colaboración entre la gente y la curiosidad de las mentes abiertas han forjado la evolución de la humanidad
26 octubre, 2021 05:50Abierto. Historia del progreso humano
Johan Norberg
Traducción de Diego Sánchez de la Cruz. Deusto. Barcelona, 2021. 528 páginas. 22,95 €. Ebook: 10,99 €
¿Por qué surgió el espíritu científico en Grecia? ¿Por qué prosperó Holanda en el siglo XVII? ¿Por qué la Unión Soviética no desarrolló los ordenadores personales? ¿Y por qué ignoró Kodak las posibilidades de la cámara digital? Este es el tipo de preguntas que se plantea en Abierto el autor sueco Johan Norberg (1973), un defensor del liberalismo que en Progreso (Deusto, 2017) ya había analizado los motivos por los que la humanidad es hoy considerablemente más próspera, sana, libre y pacífica que en cualquier tiempo pasado.
En su nuevo libro se muestra un poco menos optimista, ya que presta mayor atención a las corrientes populistas, de derecha o de izquierda, cuyas propuestas pueden socavar los fundamentos que han propiciado el avance de la humanidad. Confía, sin embargo, en que no se dará una reacción del tipo de las que pusieron fin a etapas creativas, como cuando el cristianismo ahogó el espíritu crítico que había nacido en Grecia mil años atrás. A pesar de su subtítulo español, Abierto no ofrece una historia sistemática del progreso humano. Su contenido se refleja mejor en el subtítulo del original inglés: cómo la colaboración y la curiosidad han forjado a la humanidad.
La tesis del libro es que la clave del progreso está en la colaboración de la gente, lo que implica tener mentes y sociedades abiertas
Su tesis es que la clave del progreso está en la libre colaboración de un gran número de personas, lo que implica fronteras abiertas, sociedades abiertas y mentes abiertas, y para demostrarlo recurre a ejemplos tanto históricos como actuales. El triste destino de Tasmania ejemplifica los peligros del aislamiento, que en su caso fue provocado por un ascenso del nivel del mar que hace unos diez mil años comenzó a separarla de Australia, de donde sus habitantes procedían. Aislados, los tasmanos, unos pocos miles de individuos, carecieron de la densidad necesaria no sólo para innovar, sino para mantener muchos de los elementos tecnológicos de su cultura ancestral. Sin llegar a tales extremos, la expulsión de judíos y moriscos empobreció a España (en el caso de los primeros, Fernando el Católico era consciente de ello) mientras que la apertura a recién llegados de diferentes creencias estimuló el florecimiento intelectual y comercial holandés del siglo XVII.
La extraordinaria creatividad intelectual de la Grecia clásica surgió de la libertad de crítica que allí reinaba. En muy pocas sociedades anteriores o posteriores habría podido nadie atreverse a un ataque a las creencias tradicionales como el que efectuó hace 2500 años Jenófanes de Colofón, quien observó que los distintos pueblos imaginaban a sus dioses como ellos mismos, por lo que los dioses etíopes eran negros y los tracios pelirrojos y si los caballos tuvieran dioses los representarían como caballos. Era esa libertad la que reprochó a los antiguos atenienses Agustín de Hipona, uno de los más grandes pensadores cristianos, pues en su opinión sus gobernantes debieran haber intervenido en las disputas filosóficas, aprobando algunas tesis y rechazando otras. Es un buen ejemplo de esa aspiración a la uniformidad, a la cohesión impuesta, que 1600 años después sigue presente y que es el mayor enemigo del progreso económico, científico y tecnológico y por tanto del gradual incremento del bienestar humano.
Los gobiernos soviéticos fomentaron la innovación científica y tecnológica, pero siempre que fuera en la dirección que ellos consideraban conveniente, por lo que fueron incapaces de entender qué ventajas podría tener que los ciudadanos de a pie tuvieran ordenadores en sus casas. De hecho no era nada fácil imaginar su posible utilidad y su desarrollo se basó en la facilidad con que en Estados Unidos nuevas empresas innovadoras pueden captar capital riesgo para proyectos cuya viabilidad pudiera parecer más que dudosa. Las grandes empresas con un buen nicho de mercado pueden resultar tan hostiles a las innovaciones radicales como los burócratas soviéticos. ¿Por qué iba Kodak, que hacía un negocio fabuloso con la película fotográfica, a apostar por la cámara digital que iba a hacerla obsoleta?
Norberg confía en la innovación constante e imprevisible que surge en las sociedades libres, favorecida por una cooperación cada vez mayor
En realidad, los seres humanos tenemos reticencia al cambio, ya sea porque amenaza nuestros intereses ya sea por prejuicios sin base real. Uno puede entender a los cocheros londinenses del siglo XVIII que reaccionaron con hostilidad a la invención del paraguas, pues si la gente podía caminar sin mojarse en días de lluvia cogerían menos coches. Una anécdota que ejemplifica un fenómeno general: las innovaciones que se difunden satisfacen a muchos, pero pueden perjudicar muy concretamente a algunos. Es lo que ocurre con el libre comercio, que, como demostraron hace dos siglos Adam Smith y David Ricardo y recuerda con elocuencia Norberg, beneficia a los países, pero perjudica a los sectores poco eficaces que se enfrentan a la competencia extranjera y por tanto claman, a veces con éxito, por la adopción de medidas proteccionistas cuyo efecto neto es claramente negativo para el país que los adopta.
El libre movimiento de personas es todavía más beneficioso que el libre movimiento de mercancías. Baste un ejemplo: el 47 % de los doctores en ciencias e ingeniería de Estados Unidos en el año 2000 eran inmigrantes. Estos aportan dinamismo e ideas nuevas pero, admite Norberg, crean tensiones cuando generan en la población local el temor a que su identidad cultural se vea amenazada y los extranjeros los desplacen. Estados Unidos es un país forjado por sucesivas oleadas de recién llegados, pero cada oleada ha sido recibida con recelo: alemanes, irlandeses, italianos, hispanos… No obstante, la tendencia general es que los inmigrantes se integren plenamente en un par de generaciones.
El rechazo a los inmigrantes es una de las manifestaciones más claras de la tendencia a una cerrazón mental y social que parece haber cobrado auge en los últimos años. Los estudios psicológicos han demostrado que tendemos a desconfiar más de los “otros” e identificarnos con los “nuestros” cuando nos sentimos colectivamente amenazados. Y en lo que va de siglo hemos tenido unas cuantas experiencias muy amenazadoras: el auge del terrorismo islamista a partir del 11-S, la recesión económica iniciada en 2008, el cambio climático, la llegada masiva de inmigrantes a Europa en 2015 como consecuencia del catastrófico resultado de las “primaveras árabes” y ahora el coronavirus, cuyo impacto psicosocial es todavía difícil de prever.
Algunos llegan a dudar de que nuestras democracias puedan competir con las nuevas potencias autoritarias, en especial con China, cuyo sistema político aparentemente más rápido y eficaz en sus decisiones despierta cierta admiración en Occidente. Norberg confía en la innovación constante e imprevisible que surge en las sociedades libres, favorecida por una cooperación cada vez mayor, pero advierte que salvar la libertad requiere esfuerzo.