Ivan Jablonka: "Existen todavía muchas zonas sin explorar del Holocausto"
El historiador francés, autor de 'Laetitia o el fin de los hombres', presenta en España su primer libro: 'Historia de los abuelos que no tuve'
31 mayo, 2022 03:15El historiador Ivan Jablonka (París, 1973) entusiasmó a los lectores del mundo entero con Laetitia o el fin de los hombres, una novela que generó una serie en HBO y cosechó los Premios Medicis, Le Monde y el Prix des Prix. A medio camino entre el ensayo y la investigación policial, la obra publicada por Anagrama en 2017 narraba la violación y asesinato en 2011 de la joven francesa de 19 años Laetitia Perrais. Este suceso, que puso en vilo a todo Francia, provocó que hasta el Presidente de la República de entonces, Nicolas Zarkozy, levantara a debate el propio sistema judicial francés.
Ahora, Jablonka publica en España la que fue su primera gran obra, Historia de los abuelos que no tuve, de nuevo una exhaustiva e interesantísima investigación sobre sus abuelos paternos, Matés Jablonka y Odesa Korenbaum, polacos, emigrados a París y asesinados en Auschwitz en 1943. El escritor tiene una manera particular de hablar de un hecho histórico universal y esa es a través de sí mismo. Lo que llama la micro-historia, que nos transmite a partir de un “yo” narrativo.
Hablamos con el escritor a su paso por España, donde ha presentado el libro junto a Inés Martín Rodrigo en la Librería Central de Callao y donde ha debatido sobre su ensayo Hombres justos con el escritor Antonio J. Rodríguez y la periodista Isabel Valdés en los Institutos franceses de Madrid y Barcelona. “Estoy encantado de pasar unos días en España", asegura Jablonka. "El español es una lengua cultural para mí con una importancia suplementaria. Los hermanos de mi abuelo se refugiaron en Argentina. Por eso, siempre ha sido la lengua de la salvación en una época en la que Europa se sumía en el caos”.
Pregunta. ¿Con todo lo que se ha dicho ya sobre el Holocausto, podríamos decir que Historia de los abuelos que no tuve aporta novedad?
Respuesta. Es cierto que la historiografía de la Shoah está en pleno auge, pero existen aún muchas zonas sin explorar como, por ejemplo, la actitud de los polacos durante el genocidio o la historia de algunos campos de exterminación como Sobibor o Chelmno, de los cuales no se conoce casi nada. Tampoco se había escrito una investigación histórica de los destinos individuales de dos judíos comunistas, en el seno de la Europa de los años cuarenta. Salvo quizá Los hundidos de Daniel Mendelsohn, que también explora la historia de su familia, pero desde una perspectiva literaria.
Con la precisión de un historiador, el conocimiento de un sociólogo, la sensibilidad de un escritor literario, Ivan Jablonka relata, desde la perspectiva actual, la historia de sus abuelos judíos víctimas del Holocausto. El autor se basa en los hechos, documentos, archivos policiales, bibliografías, pero también en la gente, los recuerdos, los lugares, los objetos... De hecho, los testimonios que aporta, son parte relevante de un libro que consigue aunar la objetividad del historiador con la subjetividad de una investigación hecha en primera persona que le hace suponer hipótesis.
Jablonka habla de la micro-historia frente a la Historia con “H” mayúscula. De la recuperación frente a los hechos históricos que por su magnitud podrían resultar irrelevantes. El narrador no es otro que el propio autor que vive en su propia piel la búsqueda de unos seres que, tanto sus abuelos como Laetitia Perrais, ya no están en este mundo. “Historia de los abuelos que no tuve no es una obra sobre la historia de mis abuelos y ya está, sino un libro histórico sobre sus vidas. Partiendo de los hallazgos en archivos y un razonamiento histórico establezco una problemática que trata sobre mis abuelos y su generación”. Para llevar a cabo esa investigación, el autor tuvo que partir de lo particular para llegar a lo general, de lo familiar a lo universal.
P. ¿Qué representó la profunda investigación que llevó a cabo sobre sus abuelos?
R. Esas cuestiones que me planteé sobre mis abuelos fueron más allá de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto. Hablaban del sentimiento de la ausencia, de la desaparición de los seres humanos, como ocurrió en España tras la Guerra Civil. Los muertos dejaron huerfanos y esa misma historia es la que atraviesa todas las familias, más allá de las judías. Que yo hable de mis abuelos, siendo ya mayor que ellos cuando murieron, -mi abuelo tenía 35 y mi abuela 28-, puede parecer un contrasentido. Pero me dije que ahora me tocaba y tomé la decisión de devolverles la eterna juventud. Por eso el libro habla también de la desaparición y sobre lo que representa una vida humana.
P. Imagino que con la investigación se habrá encontrado con momentos de dudas, de falta de información sobre lo que pudo pasar. ¿En esos momentos se apoya en la ficción?
R. ¡Nunca! Mi libro no es una novela, sino un libro de historia. A veces, y avisando, utilizo la imaginación, pero siempre informando al lector que, en esos momentos, planteo hipótesis. En una novela uno se sumerge en la ficción del autor, pero en ningún caso en este tipo de obra, que es íntegramente histórica.
P. En el libro, usted explica que es historiador para “reparar el mundo”. ¿Qué quiere decir?
R. Quiero decir que la vida de mis abuelos es la vida de millones de desaparecidos en España, en Polonia, en Francia... Todos ellos, nacidos en la miseria y en países que no eran democráticos, vivieron una injusticia mayor de la que vivirían los jóvenes de hoy en día. La segunda injusticia es que su vida fue demasiado corta. La tercera, que todos ellos habían o han desaparecido completamente. No existen huellas. Son, lo que llamamos, los olvidados. Contra las dos primeras injusticias, no puedo luchar. Pero siendo historiador puedo sacarles del olvido. Es mi manera de reparar, de poner memoria, justicia y amor allí donde había odio, injusticia y olvido.
P. El rescatar de los maltratados por la vida, me recuerda a su obra posterior Laetitia y el fin de los hombres...
R. Exactamente, los dos están muy próximos desde un punto de vista conceptual. Casi podríamos decir que es el mismo libro a pesar de que las historias no tengan nada que ver. Escribo sobre aquellos que perdieron sus vidas.
P. Cuando uno empieza a investigar sobre miembros de su familia, se sorprende por coincidencias que no se esperaba. ¿Le ocurrió en la Historia de los abuelos que no tuve?
R. Pues sí. Una de las que más me sorprendió fue cuando descubrí, al poco de empezar mis búsquedas en los archivos de la policía, que, al final de los años 30, cuando mis abuelos huyeron a París, vivieron al lado de donde vivo con mi mujer y mis tres hijas. Veo, desde mi ventana, donde les arrestaron, en febrero de 1943. Sin embargo, no creo en las coincidencias.
P. Estos días que ha pasado en España, también ha hablado de su ensayo Hombres justos. ¿Qué es exactamente para usted un hombre justo?
R. Mi libro parte de una reflexión a raíz del movimiento de MeToo, que planteó la cuestión de la igualdad de género y de poder. Esto cambió nuestra manera de ver la masculinidad hoy en día. Me pregunté como reconciliar esta visión con la justicia de género, bajo las diferentes esferas sociales, en la familia, pero también en los espacios públicos, en los transportes, en la empresa, en el mundo político. Preguntarse qué es un “hombre justo”, un hombre bueno, es también interrogarse según el género sobre qué es ser un buen padre, un buen profesor, un buen manager, un buen médico, un buen periodista, un buen urbanista, un buen político... Mi último libro, Un garçon comme vous et moi, que acaba de publicarse en Francia, se cuestiona sobre la manera en la que uno se construye su masculinidad, en la edad infantil, adolescente, joven y adulta. Basta con pensar por ejemplo lo que ocurre en el recreo del colegio. ¿Quién acapara el patio? Los chicos jugando al fútbol mientras las chicas están arrinconadas para que no les peguen un balonazo. Desde que uno es niño, se está preguntando cómo adopta o rechaza las normas del ser masculino.
P. ¿Y cómo ve España bajo el prisma de su género masculino?
R. La verdad es que, desde fuera, España parece tener una sólida democracia. Sobre todo si la comparamos con Francia donde, en las últimas elecciones presidenciales, el partido de la extrema derecha acaba de obtener el 42 por ciento de los votos. Algo sobre lo que reflexionar…