Antonio Moresco /Foto: Simón Sánchez Serrano.

Antonio Moresco /Foto: Simón Sánchez Serrano.

Letras

Antonio Moresco: 35 años para construir un mundo literario tan brillante que acaba quemando

En su novela 'Los comienzos', el escritor italiano se parece a Cartarescu, pero en vez de fascinar al lector puede llevarlo a la desesperación.

14 diciembre, 2023 02:30

Muchos, la mayoría, supimos de Antonio Moresco (Mantua, 1947) gracias a la publicación de La lucecita (2013), pequeña joya que nos deslumbró en su aparente inocencia, sin saber que aquella idea, la de la atrayente lucecita que brilla a lo lejos en la oscuridad, formaba parte de su imaginario literario más profundo. Lo comprobamos ahora con Los comienzos (1998), donde tantas veces el italiano se remite a esta hermosa imagen, tan sugestiva, a la que el lector acudirá igualmente absorto.

Se cuenta de esta novela, la primera de una trilogía bautizada como Juegos de la Eternidad, que Moresco estuvo escribiéndola justo eso, una eternidad. Con esta estuvo de hecho 35 años, para al término, con el manuscrito en la mano, recibir numerosos rechazos. El tiempo parece haber ido poniendo las cosas en su sitio y algunos la consideran hoy la obra más significativa de su autor, a quien se le ha comparado, entre otros, con Mircea Cartarescu.

Y es cierto, ambos comparten numerosas coordenadas estilísticas, y algún que otro paralelismo podría establecerse entre sus propuestas estéticas, también, por qué no, entre sus excesos y divagaciones, inevitables en todo autor ambicioso, aunque con una diferencia: donde Cartarescu consigue fascinar, Moresco quizás te lleve a la desesperación.

Los comienzos

Antonio Moresco

Traducción de Miguel Ros Impedimenta, 2023 672 páginas. 32,95€

Los comienzos está conformada por tres capítulos protagonizados por un misterioso y atractivo personaje sin nombre que, con el paso del tiempo, va cambiando de ocupación (primero lo vemos como sacerdote incrédulo, luego como agitador político y por último como escritor frustrado) y con ello de forma de estar en el mundo. Pero si los primeros pasajes de la novela resultan realmente hipnóticos e inquietantes (atractivo este que se mantiene hasta medio metraje), los últimos (anclados ya en un absurdo tragicómico sin gracia) acaban francamente desmereciendo.

La cosa es que la escritura de Moresco se presenta, en conjunto, excesivamente descriptiva, centrada en relatar sobre todo acciones, por nimias que estas sean, por encima de pensamientos o reflexiones, jugando a su manera con la trampa de la extrañeza que va generando tal acumulación de situaciones sin aparente lógica, y así hasta que la paciencia de uno diga basta.

Lo anterior no quita para que, de vez en cuando, encontremos entre sus páginas hermosas o impactantes escenas, como la muy malapartiana quema de una montaña de basura de la que huyen animales ardiendo o el kafkiano retrato de un gran edificio administrativo vacío al que el protagonista va a parar sin saber muy bien qué tiene que hacer allí.

Moresco ha logrado levantar todo un mundo literario de lo más particular, potencialmente brillante, pero que aquí, de tanto brillo, termina quemando

Estos hallazgos, ya digo muy potentes, no consiguen dar consistencia al todo al que aspira la novela. Para colmo, durante buena parte del segundo capítulo el texto se vuelve un tanto inconsistente, al menos narrativamente hablando, al optar el autor por abandonar el pretérito perfecto simple y pasarse (y ni siquiera siempre) al pretérito imperfecto del indicativo, dándole una exasperante sonoridad a lo narrado.

Si tras esta decisión estilística hay un por qué novelístico, se nos ha escapado, pues la novela, al contrario de lo esperado (o de lo esperable), se lee con esfuerzo. Y en esto influye el hecho de que, en su fuero interno, no estemos más que ante una obra episódica de encuentros sin especial conexión (o vidilla) entre ellos. La sombra de Beckett es aquí, ciertamente para mal, de lo más alargada.

Que Los comienzos no es la obra maestra que pretende ser parece evidente, y quizás muchos de los rechazos sufridos tuvieran su parte de razón, lo que no quita para conceder que entre estas páginas Moresco ha logrado levantar todo un mundo literario de lo más particular, potencialmente brillante, pero que aquí, por exceso, termina quemando.