'Antes de que llegue el olvido' de Rodríguez Fischer, un viaje único a la edad de plata de la literatura rusa
La escritora recorre las vidas de las poetas Marina Tsvietáieva y Ana Ajmátova, que vivieron vapuleadas por las turbulencias de la primera mitad del siglo XX.
10 febrero, 2024 03:15Quienes han leído El poeta y el pintor (2004), de Ana Rodríguez Fischer (1957), profesora universitaria, estudiosa de la literatura española contemporánea, escritora y crítica literaria, saben de su delicadeza a la hora de proponer, con inteligencia y sensibilidad, una composición que defiende la idea, a través del encuentro entre Góngora y El Greco, de la necesidad del arte para llegar al conocimiento.
De la misma fórmula, y con la misma impecable escritura, bebe su última novela, Antes de que llegue el olvido, con el fin de mostrar las vidas de dos reconocidas poetas de la edad de plata de la literatura rusa, que vivieron vapuleadas por las turbulencias de Rusia y Europa en la primera mitad del siglo XX.
Sostiene esta historia que la palabra de una y otra, en sus versos, en sus libros, en sus cartas, refleja el valor intrínseco de aquel mundo. Sus palabras son la única respuesta que pudieron dar a la barbarie de su tiempo, y sirven de puente para acercarnos a lo vivido por quienes creyeron con fervor juvenil en el romanticismo de la revolución, y más tarde fueron víctimas de ella, de los efectos de la Primera Guerra Mundial, de la Revolución Rusa del 1917, del exilio y la consiguiente pérdida que supuso para el conjunto de la sociedad.
Así, desde el conocimiento exhaustivo de la vida y obra de las dos voces que aquí, en cierto modo, dialogan, se mete en la piel de la excepcional poeta Anna Ajmátova (1989-1962), desaparece tras su voz y su escritura, y en primera persona, y con el tono lírico que le corresponde, la dispone a escribir una larga carta a otra mujer ignorada entonces, más conocida por sus ensayos que por sus versos, exiliada en Berlín, Praga y París: Marina Tsvietáieva (1892 -1941).
Será una larga carta que no solo traza el recorrido por los acontecimientos históricos, personales y literarios que modelaron sus respectivas personalidades literarias. Es, además, la respuesta emocional de Ajmátova a la conmoción que para ella supuso conocer la noticia del suicidio de Marina cuando esperaba encontrarse con ella.
Veinte años después de esa tragedia, consciente del valor de la palabra para retar el tiempo y evitar el olvido, decide evocar la historia de la espiral de zozobras que sacudió sus vidas y las de sus familias (fusilamientos, cárcel, deportación) y amigos (Pasternak, Maiakovski), con una salvedad, le aclara Anna a Marina: “nosotras, además, fuimos rehenes del amor”.
Con esa intención se va tejiendo un relato articulado, en primer lugar, por las relaciones que marcaron su vida (el primer amor fallido, el nacimiento del hijo, la tuberculosis, una intensa y breve historia con Modigliani en París) y por la decisión irrevocable frente al rechazo de su padre, de “vivir en la poesía”.
Quería ser una carta y lo es, y a la vez es pretexto para elucubraciones sobre la realidad, la pérdida y la memoria
Y en segundo lugar, por las terribles consecuencias del régimen totalitario ruso en quienes fueron considerados desleales al poder. Anna evoca y compone su escrito como una elegía dirigida a esa voz única (“no conoció medios tonos”) que fue la de Marina, a su manera de ser única, siempre de acuerdo con sus ideas porque “no supo hacerlo de otro modo”.
Y así, mientras teje su ficción entreverada de versos que refuerzan la intensidad de lo vivido, con la “voluntad de devolver a la historia a quienes fuisteis devoradas por ella”, va dibujando la personalidad de la compañera muerta y articulando la trama de recuerdos que dan cuerpo a esta autobiografía colectiva. Quería ser una carta y lo es, y a la vez es pretexto para elucubraciones sobre la realidad, la pérdida y la memoria, el amor, la escritura y la vida. No faltará quien sepa apreciar un libro tan especial y tan único.
[Tsvietáieva, Pasternak, Rilke. Cartas del verano del 1936]