Clara Usón. Foto: Iván Giménez

Clara Usón. Foto: Iván Giménez

Letras

Clara Usón: "Si la familia de La Tigresa hubiera emigrado a Valencia, en vez de etarra podría haber sido fallera"

La escritora bucea en su nueva novela, 'Las fieras' (Seix Barral), en el fango psicológico de la sociedad vasca durante los años de plomo, en los que se libró una cruenta guerra entre el GAL y el terrorismo abertzale.

28 mayo, 2024 01:43

Idoia López Riaño, conocida por los medios de comunicación como 'La Tigresa', fue una de las etarras más sanguinarias de la historia de la organización: acumuló 23 asesinatos poco antes de cumplir 23 años. Sus compañeros contaron después que había tenido escarceos sexuales con guardias civiles, objetivos prioritarios de la banda, y que su indisciplina llegaba hasta el punto de abandonar un piso franco en mitad de la noche para sumergirse en las discotecas de la noche madrileña, poniendo en riesgo el atentado que el comando estuviera a punto de cometer.

El sensacionalismo de la prensa sacaría rédito de su imponente belleza, alimentando la leyenda de la femme fatale, y ahora, siete años después de su salida de prisión, se ha convertido en uno de los personajes principales de Las fieras (Seix Barral), la nueva novela de Clara Usón (Barcelona, 1961). El otro es Miren, la hija de un colaborador de los GAL, nacida en el seno de una familia de maketos —inmigrantes en el País Vasco—, que no termina de integrarse en un ecosistema social emponzoñado por la violencia.

En realidad, Miren es la protagonista de esta novela, pero si te hubiera contado esto al principio tal vez no habrías seguido leyendo. Usón ha tenido la audacia de empujar a la primera línea de este entretenidísimo relato a un personaje ficticio y menos impactante. A cambio, es quien refleja el desarraigo de los foráneos y, a través de la trama que la concierne, que discurre en paralelo a la de Idoia, se hace eco del silencio cómplice ante los crímenes, del estigma que arrastraban los familiares de un agente de las fuerzas de seguridad del Estado, del punk-rock y las drogas planeando sobre la juventud...

Las fieras, además, abunda en las genealogías familiares de los personajes, logrando así penetrar en todos los estratos de la sociedad vasca durante los años de plomo. Más allá del atractivo que despiertan los pasajes en los que se zambulle en las dinámicas internas de los comandos —aquí cabe señalar la vocación documental de la autora (léase El asesino tímido La hija del Este) y su incesante apego por los sujetos reales—, el principal interés de la novela radica en el recurso polifónico.

La alternancia de voces para integrar distintas perspectivas no resulta tan original como la injerencia del personaje de Idoia en el relato de la narradora, el gran riesgo que asume Usón en esta obra. Una fórmula que nos revela las aristas de esta pistolera, trascendiendo los lugares comunes que la rodean, y de la compleja realidad en la que se vio inmersa.

Pregunta. ¿Qué le condujo a esta historia, siendo de Barcelona, y por qué decide contarla?

Respuesta. Yo escribí una novela sobre la guerra de Bosnia, La hija del Este, que me queda mucho más lejos; esto en realidad está aquí al lado. La escribo por azar, después de ver un artículo sobre Idoia López Riaño, de quien yo tenía muy poca memoria. Una de mis viejas obsesiones es el dogma extremo, el nacionalismo, y sus consecuencias. El dogma te legitima para hacer cosas que repugnan a la ética, pero te lo puedes saltar porque el fin justifica los medios. Además, la historia de Idoia nos parece una contradicción: si la mujer siempre es víctima, ¿cómo va a ser victimaria? Pues sí, hay mujeres así.

"ETA quería cargarse la democracia porque vivía mucho mejor contra Franco, pero el GAL no solucionó la situación, fue un terrorismo de Mortadelo y Filemón"

P. Luego está la trama de Miren...

R. Sí, me surge de pronto un personaje ficticio que tiene mucho que ver con Idoia porque las dos son inmigrantes. Miren, el personaje esencial de la novela, vive esos dos nacionalismos enfrentados: ETA y el terrorismo de Estado, del que se ha escrito poco y del que debería escribirse más. Yo creo que fue un factor legitimador de ETA y malogró en gran medida lo que es la transición. ETA quería cargarse la democracia porque vivía mucho mejor contra Franco, pero el GAL no solucionó la situación, sino todo lo contrario. Fue un terrorismo de Mortadelo y Filemón, letal pero muy chapucero.

»Todo eso se ha de saber, porque ahí entró la corrupción en España y de aquellos polvos vinieron estos lodos: la 'policía patriótica' y todo lo que estamos viendo ahora. Dejando claro que ETA mató a muchísima más gente, sé que puede molestar a ambos el hecho de que yo exponga que tan malo era el terrorismo de ETA como el de los GAL.

[Crítica de 'No me llame Ternera': Jordi Évole o la sobriedad espartana para retratar a un asesino]

P. ¿Y por qué impregnar de ficción unos hechos que, según hemos comprobado a lo largo de décadas, tienen suficiente entidad literaria por sí mismos?

R. Sí, pero cuando añades ficción, les das una realidad añadida. En la ficción tienes la capacidad de mostrar rasgos humanos de alguien que ha cometido actos terribles y de crear personajes que podrían haber estado allí. Esto me lo ha dicho gente que la ha leído. Y es que hubo muchas Miren y muchos jóvenes de los 80 en una fiesta continua que acabó muy mal. En el País Vasco, además, las drogas eran la única vía de evasión de una realidad asfixiante que te obligaba a elegir. Más allá de la polarización entre los dos nacionalismos, está la gente que padece eso, que es lo que más me interesa.

»Yo sé que esto inquieta, pero es que ETA son personas. Reducirlos al estereotipo es deshumanizarlos y no hacernos cargo de que, en realidad, no sabes en qué circunstancias tú podrías actuar igual. En todos nosotros anida esa posibilidad. Si los padres de Idoia hubieran emigrado a Valencia, puede que ella no hubiera matado a nadie, y quizás habría sido fallera. Son esas circunstancias que influyen en nuestra vida y en el azar. 

"Cuando las mujeres nos quejamos del machismo, parece que estemos haciendo una campaña y no es así; es que lo hemos vivido"

P. Tal vez lo más sorprendente de esta novela sea el diálogo entre Idoia y María Ortega: la terrorista se inmiscuye en el relato de la narradora para desmentirla y exponer su punto de vista. Supongo que con este recurso pretendía mostrar los dos puntos de vista, pero era una fórmula muy arriesgada.

R. Sí, pero es que una novela en la que no vas a asumir riesgos no vale la pena escribirla. En cada obra me planteo nuevos retos. La ventriloquía consiste en que los personajes se retraten a sí mismos a través de las voces. En esa leyenda construida en torno a Idoia yo no sé qué es cierto y qué no es cierto, así que ella aparece para desmentir qué es verdad y qué no. En realidad, eso no es asunto mío, pero ese diálogo me permite exponer, como dices, los distintos puntos de vista.

»Luego está la fascinación por la mujer guapa. Hoy todavía más con las redes sociales, la belleza es el activo principal de la mujer. Que una mujer mate nos choca, porque se supone que somos las que damos cuidados, las que damos vida. Me interesa cómo asociamos lo bello a lo bueno: si eres guapa, ¿cómo puedes cometer estos actos? Además, los medios la convierten en una celebrity, una femme fatale: para las periodistas feas no había cobertura, pero ella era muy guapa. Algunos periodistas llegaron a ir a la cárcel para preguntar a los funcionarios qué come Idoia, qué hace, con quién anda… como si fuera una actriz. Y cuando se sacó el carné de conducir la seguían las cámaras. A partir de aquí, como escritora yo planteo preguntas para que reflexiones.

»Por otro lado, cuando cometes asesinatos atroces amparada por el dogma que los justifica y te hace sentir que, lejos de ser un delincuente, eres alguien que está haciendo un gran sacrificio por su patria, ¿cómo vives el momento en que te das cuenta de que lo que has hecho es injustificable? Eso también me interesa mucho. Hay algunos etarras que no solo han reconocido que aquello estuvo muy mal, sino que han dado el paso de ir a las escuelas a explicarlo para que no se repite. Me impresionó ver en un documental cómo un miembro de ETA cuenta cómo se preguntaba: si esto no fuera legítimo, ¿yo quién sería? Para mí valía más la pena ahondar en estas contradicciones del ser humano que en los propios hechos.

["Alfonso, cómprame una pistola": Luis del Olmo recuerda los años duros de la Transición]

P. Es una novela que habla del machismo en ETA, una cuestión poco tratada.

R. Cuando las mujeres nos quejamos del machismo, parece que estemos haciendo una campaña y no es así; es que lo hemos vivido. Ahora aceptamos que haya juezas, pero entonces eso era un fenómeno de circo. Hasta 1975 una mujer no podía ni comprar una casa ni abrirse una cuenta corriente. Aceptábamos como normal que un hombre tratara de meterte mano, y tampoco nos enfadábamos. Era muy incómodo, pero como mujer tenías que lidiar y no podías montar un cristo porque tampoco había que ponerse así. Si un hombre hubiera vivido eso también lo estaría reflejando, pero ellos no lo vivían. Yo reflejo una realidad, no hago doctrina. A vosotros os sorprende: claro, es que esa es mi experiencia, no la tuya.

"Las militantes de ETA creían que su lucha era también feminista, pero se llevan la sorpresa de que sus compañeros varones no lo veían así"

»Al imaginarme qué significaría ser una mujer terrorista, pensé que también tenían la regla. ¿Cómo ibas a hacer un atentado teniendo la regla?, me preguntaba. Yoyes [asesinada por ETA tras abandonar la banda] sí reflexionaba mucho. Las militantes de ETA creían que su lucha era nacionalista, socialista y también feminista, pero se llevan la sorpresa de que sus compañeros varones no lo veían así, y el machismo en aquella época era peor que ahora.

P. ¿En qué ha contribuido la literatura en torno a este trauma?

R. Creo que se va a escribir mucho más sobre terrorismo porque aún no ha cicatrizado la herida. La ficción es una manera de reflexionar sobre ello; a mí de Napoleón no se me ha quedado nada de los libros de historia, sino lo que leí en los libros de Galdós y en Guerra y paz de Tolstói. Y también es una forma de mantenerlo vivo, porque hay muchos jóvenes que hoy no saben qué era ETA ni qué eran los GAL.

»Yo soy una firme partidaria de la Memoria Histórica y creo que esto, tanto ETA como los GAL, forma parte de ella. Tenemos que ser valientes y abordar ambas cosas. Sería muy bueno que Bildu dijera que aquello fue un absoluto error y no estaba justificado por circunstancia alguna, que el dogma no ampara eso. Eso ayudaría a la convivencia, que es de lo que habla Maixabel Lasa: no la reconciliación, sino la convivencia.

"Bildu debería ser más valiente: no solo decir que les duelen las víctimas, sino que nunca debió haberlas, que ETA no sirvió para nada, que fue un desastre"

P. ¿Le molesta más la equidistancia de Bildu o la poca contundencia de otros partidos para condenarlo?

R. Yo creo que es una cuestión de ambas partes. La izquierda abertzale ha hecho un recorrido. Está bien que hayan pasado de imponer sus ideas a tiros a llevarlas a la esfera pública, pero creo que deberían ser más valientes: no solo decir que les duelen las víctimas, sino que nunca debió haberlas, que ETA no sirvió para nada, que fue un desastre. Porque ellos lo saben; el nacionalismo nunca tuvo tantos votos como ahora, que no está ETA.

»Al mismo tiempo, también me gustaría que el gobierno socialista, que ya no es el de Felipe González, también hiciera ese esfuerzo y dijera que el GAL tampoco estaba justificado y que sus víctimas también fueron de terrorismo. Eso sería la convivencia. Porque estamos en una época muy peligrosa. El dogma se construye contra un enemigo al que se atribuyen todos los rasgos negativos hasta que lo deshumanizas. Y ahora tenemos un lenguaje muy violento en la esfera política.

P. ¿Hasta qué punto puede ser peligroso?

R. Bueno, cuando empiezas a caldear, polarizas y creas un enemigo cuya liquidación supone la solución de tus problemas, como ocurría entonces, estás más cerca de la violencia.