Irene Vallejo, escritora

Irene Vallejo, escritora David Morales

Letras

Irene Vallejo: "Antes de 'El infinito en un junco', creía que no iba a ser escritora, había tirado la toalla"

A punto de cumplirse un lustro de la publicación del exitoso libro, la escritora repasa su carrera y defiende las Humanidades en esta jugosa conversación.

1 julio, 2024 01:49

En vísperas de celebrar en septiembre el primer lustro de El infinito en un junco (Siruela), Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) confiesa, con ojos de niña sabia, que sigue viviendo el éxito del libro con incrédula felicidad. No es para menos: lleva un millón y medio de ejemplares vendidos (libro en papel, ilustrado, audiolibro...), ha sido traducido a cuarenta y tres idiomas, premiado incluso en China, y sigue conquistando lectores de todo el mundo y de todas las culturas.

Lo mejor, lo más asombroso, dice, es que es un libro de Humanidades. "Y nos estaban diciendo que esos temas no interesaban, que estaban en vías de extinción porque ya no tenían nada que ver con la vida de la gente".

Las escritoras que decoran su traje (Emily Dickinson, Karen Blixen, Françoise Sagan, Patricia Highsmith...) parecen asentir mientras enseña divertida a El Cultural las cajas de Cervantyum, Lorcazepam y el talonario de recetas de Biblioterapia contra la melancolía y el aburrimiento que le acaban de regalar.

Pregunta. ¿Cuál es el secreto de El infinito en un junco?

Respuesta. Bueno, supongo que había un público huérfano que se reconoce en este libro anómalo, escrito al margen de las directrices del mercado editorial, y que de repente conecta con una sensibilidad que estaba desatendida. Creo que mucha gente que amaba la lectura y que prefería disfrutar un libro tradicional a pasarse el día con las pantallas se sentía rara y aislada, y quizá este libro ha sido el detonante para que nos reconociéramos como comunidad y fuéramos conscientes de que somos más numerosos de lo que decían y de lo que pensábamos.

P. ¿Era consciente del riesgo de escribir un ensayo que juega con los géneros literarios?

R. Sí, quería que el libro desafiase todas las expectativas que la gente pudiera tener sobre cómo empieza un ensayo. Además, escribí un prólogo sugiriendo que el lector iba a encontrar allí unas reflexiones más teóricas y en cambio entraba como en una novela de aventuras, al galope, de una manera muy dinámica. Era un principio un poco juguetón, inesperado. Para mí el libro es un cuento de cuentos, una especie de Las mil y una noches que relata todo lo que había investigado a lo largo de una década, pero de una manera muy narrativa.

P. El libro coincidió además con un momento personal espantoso.

R. Sí, mi hijo recién nacido se debatía entre la vida y la muerte, pero descubrí que para mantener mi salud mental y para poder ser cuidadora, necesitaba mantenerme en contacto con algo que me trasmitiese energía y esperanza, y ese papel lo cumplió la literatura. Era como cuando sufría acoso escolar, la escritura era el único momento en el que olvidaba la angustia del hospital. La compañía de los libros y de la creación me ayudó a recuperar la confianza y a darme cuenta de que, aunque fuera arreciase la lluvia, si eres capaz de crearte una habitación interior donde protegerte y colocar aquello que te devuelve la energía, tienes más posibilidades de salir adelante.

P. Aunque también sintió quebrarse la fe en su futuro como escritora...

R. Desde luego. Antes del libro me dedicaba a la enseñanza. Llevaba bastantes años dedicándome a la literatura a ras de suelo, pero creo que nadie me conocía fuera de Zaragoza, solo iba a las ferias del libro rurales, a clubes de lectura, y hacía literatura de trinchera. Fueron años así, muchos más de los que llevo ahora desde la publicación de El infinito... Y cuando nació mi hijo, con graves problemas de salud, pensé que ya ni siquiera podría ir a esas ferias locales, a esos clubes de lectura, y sin lectores sentía que para mí se acababa la literatura.

»Había tirado la toalla y me había convencido de que el sueño de ser una profesional de la escritura era demasiado grande para mí, y de que desde Zaragoza, sin contactos, con un niño enfermo, iba a ser imposible lograrlo. Por eso escribí este libro, para sobrevivir a esa etapa tan dura del nacimiento de mi hijo, la UCI neonatal, y al final de tantos sueños. Cuando ya creías que no había remedio ni futuro y tienes un éxito así, lo asimilas de otra manera.

P. ¿Incluso cuando desde Siruela le fueron dando buenas noticias?

R. Sí, me costó mucho creerlo. Estábamos en pandemia, durante el confinamiento, con el niño, y cuando me hablaban de los contratos de traducción me parecía irreal. De hecho, cuando empecé a viajar al extranjero, a conocer amigos, editores, a tener teatros llenos, me parecía inconcebible que me estuviera pasando a mí, me sentía una ladrona de cuerpos o algo así, no me parecía mi vida, pero al mismo tiempo tienes ese sabor tan intenso de cuando consigues algo tras haberlo dado ya por perdido.

P. ¿Es consciente de que el éxito de su libro ha aumentado el interés por la obra de sabios como Nuccio Ordine o Andrea Marcolongo?

R. Bueno, ellos dos fueron grandes referentes mientras escribía el libro, así que me cuesta muchísimo pensar que haya sido mi libro el que les haya ayudado, porque gracias al éxito de sus libros yo recuperé la fe en que había un espacio para las Humanidades y para reflexiones filosóficas sobre nuestra relación con el pasado y el lugar que los clásicos tienen en el mundo contemporáneo.

"Somos animales sedientos de sentido, pero además de saciar el hambre y la sed, necesitamos cultura"

P. Justamente ahora está pidiendo en redes que antiguos estudiantes de Humanidades reivindiquen su importancia en la sociedad postmoderna para, dice, "demostrar que los humanistas no vamos directos a la chatarrería del mundo laboral". ¿Por qué sigue teniendo sentido cultivar saberes clásicos?

R. A mí me parece que la mayoría de los debates que ahora nos están desgarrando esencialmente son humanísticos porque tienen que ver con consideraciones éticas asociadas al auge tecnológico. ¿Qué hacemos con la Inteligencia Artificial, qué límites le ponemos, qué está permitido y qué no? También tienen que ver con la historia, porque vemos las soluciones que en las distintas épocas se aplicaron a problemas políticos y sociales actuales. Y sobre todo, tienen mucho que ver con cómo se elaboran los miedos y las esperanzas y los discursos colectivos en la literatura y en el arte.

»Precisamente en un tuit hubo una persona que me dio una respuesta muy bonita: "A mí las Humanidades no me dan de comer, pero me dan la vida". Las Humanidades te enriquecen la vida porque te nutren de una manera muy especial. Somos animales sedientos de sentido, además de saciar el hambre y la sed, necesitamos cultura.

»Como decía Lorca en su discurso maravilloso en la inauguración de la biblioteca de Fuentevaqueros: "Si yo tuviera hambre no querría pan sino medio pan y un libro". Además de lo material, necesitamos sentido, ideas, y vemos cómo a veces la falta de referentes tiene graves consecuencias sociales y políticas, o sea que estamos hablando de asuntos en los que nos jugamos mucho. Por eso creo que las Humanidades tendrían que ser transversales.

Irene Vallejo

Irene Vallejo David Morales

P. ¿En qué sentido?

R. Verás, creo que se tendrían que estudiar algunas materias de Humanidades fuese cual fuese tu profesión, porque un médico, un arquitecto, un programador, necesita nociones de humanismo, ya que tarde o temprano se sentirá frágil y desorientado. Además, las Humanidades tienen que ver con la comunicación, con el debate, yo creo que las democracias la necesitan de una manera especial.

P. ¿Por qué son tan duraderos los mitos, los poemas, los cuentos?

R. Sí, son sorprendentemente resistentes. ¿Quién iba a pensar que la Ilíada, esa historia del cerco de Troya, iba a atravesar dos milenios y a seguir impactándonos hasta un punto de que una realidad puramente tecnológica como los troyanos informáticos iban a recibir ese nombre en homenaje a una de las historias más antiguas de la humanidad? De hecho, los grandes éxitos de las sagas juveniles o el cine de superhéroes están inspirados en los mitos antiguos. Tenemos un cerebro narrativo que necesita alimentarse de historias, por eso necesitamos películas, series, libros, para aprender en el pellejo de ficción de las criaturas de los libros.

"Para quienes disfrutamos con el olor, el tacto y la maquetación, la dimensión tangible y erótica de los libros es esencial"

P. Reivindica los clásicos en un tiempo que empieza a temer la Inteligencia Artificial: ¿cómo conviven estos dos mundos, el libro en papel y los readers, los clásicos y las falsificaciones de la IA? ¿Podrán convivir en paz?

R. Yo tengo que reconocer que soy muy mala profeta porque en el caso de El infinito en un junco no me imaginaba todo lo que iba a pasar. Pero bueno, digamos que soy optimista en un medio como el cultural, que tiende a ser muy pesimista y apocalíptico. Después de haber estudiado la historia de los libros a lo largo de milenios no creo que ahora sea el momento más peligroso, todo lo contrario: nunca ha habido tantos libros, tanta gente con apetito de leer que puede hacerlo, tantas bibliotecas, nunca un fenómeno social equivalente a los clubes de lectura.

»Creo que la historia funciona con movimientos pendulares, y al mismo tiempo que hay un movimiento de avance tecnológico y de vértigo de novedades hay también un sentimiento de desconcierto, de sentirse perdidos ante la complejidad del mundo, y ante eso, una vuelta a los clásicos, que nos sirven de ancla y referente, porque vienen de una sabiduría muy antigua.

P. En alguna ocasión ha escrito sobre lo poco fiables que son las nuevas tecnologías…

R. A ver, es que las nuevas tecnologías tienen el enemigo dentro, que es la obsolescencia programada. Los ordenadores, los readers, están hechos para que los sustituyas por el siguiente modelo, por la nueva aplicación. La realidad es que los libros son superiores porque nacieron en una época en la que durar era una virtud, y ahora no lo es. Lo que dice la experiencia es que los nuevos formatos no vienen para expulsar a los anteriores, sino que en general hay una especialización de los formatos para distintos usos. Hay libros que queremos tener, y acariciarlos y gozarlos.

»Para quienes disfrutamos también con la maquetación, el olor, el tacto, esta dimensión tangible y erótica que tienen los libros es fundamental. Pero en lugar de pensar que esto es una competición, tendríamos que sentirnos contentos de tener tantas soluciones a problemas distintos, y la libertad de elegir cómo queremos tener los libros, según la relación sentimental y emocional que tengamos con ellos.

"Hace cinco siglos muchos países actuales no existían, pero les damos un valor de realidad ancestral y visceral"

P. Hace unas semanas Ignacio Echevarría escribía en estas páginas un artículo sobre la proliferación de libros sobre libros, algo que consideraba uno de los "indicios más elocuentes de su condición crepuscular", y mencionaba su libro como ejemplo de "un prestigio cada vez más arqueológico". ¿Está de acuerdo?

R. Verás, ahora somos más conscientes que en otras épocas de la fuerza de los relatos. En Sapiens, Harari hace al final una reflexión sobre cómo la humanidad ha evolucionado de una forma tan distinta a otras especies porque es capaz de creer en la realidad de cosas ficticias y reunir una gran cantidad de energía para defender ideas o realidades como el dinero, que son ficciones.

»Digamos que en este contexto es lógico también que nos preocupemos por los libros, teniendo en cuenta además que la invención de la escritura es nuestra primera revolución tecnológica. Hoy hay más conciencia del lenguaje, del poder del relato, de la manera en que las sociedades se construyen a través del factor de unión o división que suponen las ideas, y ahí el libro juega un papel esencial. No creo que sea un asunto fetichista o arqueológico, sino que tiene que ver con esta nueva forma de analizar nuestra realidad.

P. Y, sin embargo, no parece que los planes de estudio en España apuesten precisamente por las Humanidades. ¿Están tan maltratadas como parece?

R. Bueno, están claramente muy maltratadas. En la educación impera ahora un sentido pragmático muy a corto plazo, como en general impera el cortoplacismo en toda la sociedad, y no se le acaba de ver utilidad laboral a las Humanidades, cuando son en realidad una forma de organizar la mente y el pensamiento. Las Humanidades son importantes en todas las profesiones y tienen que ver con la creatividad, con la comunicación, con eso que llaman pensamiento divergente, en Europa y en todos los continentes.

"Las elecciones europeas muestran que estamos empezando un nuevo ciclo en el que se manifiesta descontento e ira"

P. Porque sin ellas, no se entiende el arte, ni la cultura ni la propia Europa…

R. Sí, pero esto también funciona a la inversa y a veces la gente de letras tenemos inmensas lagunas científicas. Yo creo que el futuro nos lleva a una colaboración entre perfiles de letras y de ciencias, y, bueno, está pasando en grandes empresas que además de gente especialista en datos y en programación necesita también creadores y perfiles humanísticos. Las letras te dan otra mirada, otra forma de afrontar el trabajo, y creo que en el fondo es lo que necesitamos. No deberíamos pensar que hay una diferencia clara entre los trabajos de ciencias y de letras sino asumir que cuanto más polivalentes seamos cada uno de nosotros, mejor.

P. Hablando de Europa, ¿son quizá el populismo y el nacionalismo sus mayores enemigos?

R. A mí de la antigüedad clásica me interesan esos momentos en los que se iba construyendo la mentalidad cosmopolita, que es una construcción intelectual exigente e incluso desafiante, y, bueno, he intentado seguir todos esos procesos que nos han ido ayudando a intentar crear una conciencia que vaya más allá de nuestras fronteras.

»En realidad, los Estados, los países, han tenido éxito en épocas relativamente recientes: antes había muchísimos más grandes imperios que pequeños países. Es más, hace cinco siglos, muchísimos países actuales no existían, y sin embargo les damos un valor de esencialismo, de una realidad casi ancestral y visceral que tenemos que defender. La historia nos ayuda a entender que muchas de esas realidades nos las hemos inventado hasta cierto punto.

"En las redes cada vez se nos va quedando más estrecho el espacio en el que discutir sin insultarnos ni agredirnos"

P. ¿Y le ha sorprendido el auge de la extrema derecha en las últimas elecciones europeas?

R. Buenos, en estas elecciones europeas parece que estamos empezando un nuevo ciclo en el que se manifiesta descontento, una cierta ira que tiene sus razones de ser en las injusticias y las desigualdades, pero que se nutre también de las redes sociales, que son grandes aceleradores de conflictos, de enfrentamientos, porque parece que es un negocio más grande el enfrentamiento que el acuerdo. Las redes nos suministran unas ideas que nos llevan a radicalizarnos en nuestras propias burbujas y a relacionarnos cada vez más con personas que piensan como nosotros o que reafirman nuestras creencias.

»El arte no nos hace mejores pero nos ayuda a comprender al que piensa diferente. Por eso, la filósofa Martha Nussbaum piensa que la educación artística es muy importante para la ciudadanía democrática, porque vamos a tener que tomar decisiones juntos, valorando los intereses de otros, y necesitamos ser capaces de salir de nuestro estrecho universo de intereses.

P. Pero usted se maneja bien en ellas...

R. Bueno, yo intento utilizarlas de una manera que me parece más sustanciosa, es decir, comparto reflexiones e intento crear comunidades tranquilas y serenas donde se pueda discutir, porque cada vez se nos va quedando más estrecho el espacio en el que podamos discutir sin insultarnos y sin agredirnos. Yo intento demostrar que no solo se forman grandes comunidades de seguidores con la ira, con la polémica y con la demolición, sino también a través de las ideas y el respeto.

Doctora en Filología Clásica por las universidades de Zaragoza y Florencia, Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) debutó como novelista en 2011 con La luz sepultada. Su segunda novela fue El silbido del arquero (2015). También ha cultivado la literatura infantil y juvenil con El inventor de viajes, ilustrada por José Luis Cano, y La leyenda de las mareas mansas, junto a la pintora Lina Vila. En 2019 publicó El infinito en un junco (Siruela), con el que conquistó el Premio Nacional de Ensayo en 2020. Tras lanzar con Tyto Alba la adaptación gráfica del libro (Random House, 2023), en septiembre Siruela recupera El inventor de viajes.