Tomás González. Foto: Camilo Rozo

Tomás González. Foto: Camilo Rozo

Letras

'Primero estaba el mar', de Tomás González: vuelve la novela inspirada en el asesinato de su hermano

La ópera prima del escritor colombiano, publicada originalmente en 1983, alberga una atmósfera amenazante entre el mar y la selva.

15 septiembre, 2024 01:59

La estimación de un autor como Tomás González (Medellín, 1950), sin duda nublada por la de otros colombianos ilustres, se está revalorizando en los últimos años. González comparte el linaje de los escritores analíticos que bucean en el interior del ser humano con el interés de observar su comportamiento ante determinados estímulos. La idea es poner el foco sobre el individuo y examinar con atención cómo reacciona cuando se enfrenta a situaciones conflictivas, en ocasiones extremas.

Primero estaba el mar

Tomás González

Sexto Piso, 2024. 172 páginas. 17,90 €

En La luz difícil (2023), seguramente su obra más aclamada, se trataba de contemplar la respuesta del núcleo familiar –especialmente de los padres– ante la inminente eutanasia de uno de sus miembros –un hijo–, mientras Primero estaba el mar se centra en la destrucción de un vínculo de pareja, previa demolición de sus sueños. La novela, ópera prima del creador, se publicó inicialmente en 1983 y está basada en un acontecimiento biográfico, el asesinato de Juan Emiliano, uno de los hermanos mayores de González por el que sentía auténtica devoción.

Elena y J. se han cansado de su existencia caótica en Medellín y deciden instalarse en la finca que él ha comprado en un lugar remoto entre el mar y la selva. Quieren alejarse de los vicios de la ciudad y empezar una vida más auténtica, pero las dificultades afloran desde el principio.

La casa está destartalada y llena de mugre –los cadáveres de murciélagos y cucarachas se mezclan con el polvo y los desechos de años–; Elena recela de los lugareños y se manifiesta desabrida con ellos, y eso acrecienta una desconfianza que mina la convivencia; J. decide cortar los árboles y explotar la madera –en contra de sus principios ecológicos–, lo que implica emplear trabajadores que tratan de engañarlo y obstaculizan la cohabitación en la quinta…

El clima extremo tampoco ayuda, sobre todo en la larga época de lluvias, cuando la ansiedad y la tristeza hacen mella en unos personajes aislados, de modo que todo se confabula para que el lugar idílico se transforme en un infierno. Al principio, J. se adapta mejor que Elena a la nueva realidad. De hecho, ella se muestra siempre de mal humor y esta actitud contribuye a que la relación se vaya resquebrajando poco a poco.

Además, a medida que surgen los problemas económicos y afectivos, J. intensifica sus borracheras y aparecen nuevas formas de incomunicación entre ellos hasta que Elena decide volver a la ciudad, precipitando el desenlace.

El texto está imbuido de una atmósfera amenazante que atrapa a los protagonistas en una red de desolación de la que no pueden huir. Están solos, haciéndose daño y enredándose en situaciones cada vez más confusas que les impiden conectar. Del relato, además, emana una hostilidad que añade inquietud e intensifica la experiencia de lectura. Todo apunta a que algo terrible va a suceder.

'Primero estaba el mar' es una obra alegórica en la que se mezclan la muerte y la vida

La naturaleza alberga una simbología ominosa que afecta especialmente al mar, a la masa gris e intimidante que separa a J. y Elena de la civilización. Pero también al bosque, plagado de criaturas invisibles y de una vegetación salvaje que convierten cualquier acercamiento en una aventura de final incierto. Conflicto y belleza son dos extremos que se tocan. Como piensa J. con lucidez, "todo es putamente difícil y hermoso", aunque para Elena ni siquiera es hermoso.

Primero estaba el mar es una obra alegórica en la que se mezclan la muerte y la vida. Además, guarda relación con La vorágine, de José Eustasio Rivera, uno de los hitos de la literatura hispanoamericana que se cita en el texto. Ambas representan la violencia que nos envuelve y muestran de forma irrefutable hasta qué punto no somos dueños de nuestro destino.