'Conquistadores', violenta y gloriosa: Éric Vuillard se ensaña con la codicia de los españoles en su nueva novela
- El escritor francés emprende una fulgurante narración de la aventura colonial en el Perú. No hay descanso para los guerreros ni para el lector.
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Éric Vuillard (Lyon, 1968), Premio Goncourt 2017 por El orden del día y premio Franz Hessel 2012 por La batalla de Occidente, también cineasta y guionista, consigue mostrar, en toda su obra, el cartón piedra del heroísmo de ciertas figuras inmortales de la historia. Conquistadores es una espléndida paradoja desde su propio título. Que Francisco Pizarro, sus capitanes y mercenarios eran a la vez grotescos y sublimes cuando cruzaron los Andes en 1532 para arrasar el Imperio inca en Perú, nos indica que Vuillard pone el foco en el galope de los caballos, en las ciénagas y las selvas, el sudor y la sangre, la destrucción y, sobre todo, en la codicia de los españoles.
"El Nuevo Mundo fue una empresa de bastardos y niños golpeados", se dice en Conquistadores. Desde Castilla, desde Extremadura, sin linaje ni títulos, los pioneros embarcaban buscando la gloria y riquezas. "Decididamente, había muchos bastardos. Atahualpa lo era, Pizarro lo era, también Almagro".
Con el tiempo, el público de Vuillard, ha ido descubriendo que cada novela suya no erige estatuas, ni eleva cantos elegiacos de ningún personaje histórico; más bien desintegra las aureolas míticas entrando en el meollo de los conflictos. Se aproxima a la Historia a través de los destinos individuales. El análisis de dos de esos destinos de ímpetu y horror es lo mejor de esta fulgurante narración de la aventura colonial española en el Perú, que acabó demoliendo la civilización inca.
Por supuesto, Pizarro, "conquistador, hijo bastardo de Gonzalo Pizarro Rodríguez de Aguilar, analfabeto y, como sugiere López de Gómara, exporquerizo, hombre astuto cuando posee el mando", va a ser la personalidad principal y contradictoria, un héroe sanguinario de voluntad casi sobrenatural. Frente a Pizarro, el carácter gris, eficaz, paciente y, con el tiempo, resentido de Diego de Almagro, que tomó Cuzco y se acabó enfrentando a Pizarro en una guerra civil entre los colonizadores: "Un puñado de hombres se disputaba de forma asombrosa un imperio del que ni siquiera conocían la lengua".
La historia real respondía a una profecía incaica que anunciaba que tras dominar el país, los invasores se matarían entre ellos. Almagro se había conformado con ser el segundo, expedición tras expedición, relegado a misiones prácticas, "había acometido sin pensarlo su epopeya subalterna. Pero cada vez había sentido un poco de fastidio, un poco de ira que se tragó", dirá el narrador.
La novela está llena de fugaces apariciones de los incas y sus rituales. Para los conquistadores son solo sombras, salvo los jefes a quienes manipularán y acabarán torturando y convirtiendo en ruinas humanas en una cruzada que tuvo más que ver con la avidez de las riquezas del Imperio inca, también acosado por luchas internas, que con el intento de convertirlos a la cristiandad.
En el relato hay que subrayar la voz del narrador, que nos habla desde el siglo XXI para tejer la compleja estructura de esta epopeya conquistadora. Buena parte del relato lo constituyen batallas exaltadas que conducen al exterminio de un pueblo, pero sobre todo vemos la rapiña salvaje del oro. La fiebre del oro ha enloquecido a estos hombres que viven, pelean, duermen y hacen sus necesidades montados en sus caballos. Bestias terribles que estremecen a los indígenas que nunca han visto a esos animales misteriosos.
Éric Vuillard levantará ampollas entre muchos historiadores, pero no será la primera vez
El narrador invisible a veces, muy reconocible otras, relata con realismo los cercos a las ciudades, las torturas a los jefes incas, los ataques feroces, las travesías por las selvas. Pero quien narra la epopeya entra también en los deseos profundos de los soldados españoles, el oro enciende los espíritus y lleva a los conquistadores cada vez más lejos: "Oro. Riqueza. Quemo bloques de roca y tierra para extraer de ellos la masa caliente. Al enfriarse, se forman pequeñas pepitas, finas placas, lingotes duros y fríos. El fuego te consagra, Auri sacra fames". No quedarán frisos de los templos sin arrancar, ni ídolos incas sin fundir; la rapiña es también crueldad y muerte.
Los bajos fondos de la Historia y las motivaciones más oscuras de los personajes reales es lo que le interesa a Éric Vuillard. Su formación de antropólogo, y sus estudios de postgrado en Historia y Civilización con la dirección de Jacques Derrida le llevan a cuestionar las grietas de la cultura occidental y a mostrar las miserias bajo las contradicciones. Conquistadores levantará ampollas entre muchos historiadores, pero no será la primera vez que Vuillard se enfrenta a estudiosos en desacuerdo con sus datos.
La prosa exuberante de Vuillard está puesta al servicio de una aventura violenta, sin fronteras, gloriosa y dramática. La novela es desbordante, la rica galería de caracterizaciones, memorable, la naturaleza nos envuelve y provoca la sensación de ser transportados a ese tiempo y a esas selvas. No hay zonas neutras, no hay descanso para los guerreros ni para el lector. La sucesión de asaltos, violaciones a las mujeres de los jefes incas, las cabalgadas, dan a la narración un ritmo endemoniado. No hay tregua en esta épica de las bajas pasiones. No es una guerra santa sino salteadora.
Las figuras centrales no son héroes homéricos, sino insaciables guerreros. Temerarios, avaros, intensos, conquistaron un imperio y sus tesoros, pero a menudo soñaban con sus pequeños pueblos polvorientos en España. Y a pesar de la violencia, Pizarro rezaba. "A Pizarro lo movía una ardiente pasión por imitar la soberanía de Dios. Veía en sus crímenes y desórdenes una imagen radiante". Un mundo de hombres exaltados donde las únicas mujeres son alguna puta de la soldadesca y las indígenas masacradas. Una novela de fastuosidad verbal que evoca el vacío existencial de los conquistadores.