Pablo Iglesias Turrión en una de sus múltiples conferencias académicas, con una bandera republicana de fondo.

Pablo Iglesias Turrión en una de sus múltiples conferencias académicas, con una bandera republicana de fondo.

Letras

Infiltrado en los movimientos subversivos comandados por el joven Pablo Iglesias, un "manipulador nato"

El periodista Daniel Campos publica 'Guerrilla Lavapiés', una novela de no ficción que narra la peripecia de un policía nacional que se introdujo en los grupos antisistema de principios de nuestro siglo en Madrid.

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"Manipulador nato". "Líder". "Ambicioso y carismático". "Se rodea de jóvenes maleables". "Astuto". Estos fueron algunos de los apuntes que incluía el primer informe del policía infiltrado en el movimiento antiglobalización de Madrid a comienzos de la década de los 2000. Aludían a un tal Pablo Iglesias Turrión, excelso estudiante de Derecho en la Universidad Complutense y enemigo número 1 del establishment neoliberal en nuestro país. Cuatro años después de haber sido expulsado de Juventudes Comunistas por desencuentros con la dirección, era el que manejaba el cotarro antisistema en la capital.

El periodista Daniel Campos, que se ocupó de la información de tribunales durante años, acaba de publicar Guerrilla Lavapiés (Península), una novela de no ficción en la que cuenta la aventura de Alfonso, un policía que con 21 años, recién salido de la Academia, se infiltró en los grupos subversivos de izquierdas de Madrid. Su cuartel general, la casa okupa denominada Laboratorio, estaba en Lavapiés, el barrio donde creció. Bajo la identidad de David, su nombre de guerra, logró filtrar información valiosísima para el Ministerio del Interior.

Hasta tres ministros de esta cartera —Jaime Mayor Oreja, Mariano Rajoy y Miguel Ángel Acebes— desfilan por estas páginas, cuyo grueso argumental se concentra en los dos primeros años de este siglo. El relato, no obstante, arranca in media res, con la escena en la que Alfonso/David es descubierto por sus compañeros poco tiempo después de abandonar la misión, cuando su pellejo corría serio peligro. Es una novela, sí, pero no se ajusta a los parámetros aristotélicos (planteamiento-nudo-desenlace) porque, en realidad, es también una crónica.

Las manifestaciones anticapitalistas que lograron cancelar las reuniones que el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional iban a celebrar en Praga y los altercados contra la Cumbre de la Organización Mundial del Comercio en Seattle (Estados Unidos) habían puesto en alerta al gobierno de Aznar. Tenían la certeza de que los grupos antisistema españoles habían sido parte activa. Por si fuera poco, ETA acababa de romper la tregua y había vuelto a matar, lo que dejaba a Interior en una situación altamente vulnerable. Y la polémica Ley de Extranjería recién aprobada no calmaría las aguas, precisamente.

En medio de ese caos, un agente infiltrado recién integrado en el cuerpo era una de las principales bazas del Ministerio. David, transfigurado ya en sujeto subversivo, asiste a los talleres de construcción de escudos y clases de resistencia activa que se imparten en el Laboratorio. Pablo Iglesias, que acaba de regresar de un Erasmus en Bolonia con el zurrón lleno de aprendizajes, es quien se ocupa de instruir a sus cachorros para que estén preparados psicológicamente en una carga policial.

Campos, el autor de la novela, fue director de comunicación del Ministerio del Interior desde 2018 hasta 2023. Durante aquel lustro conoció al infiltrado real de esta historia. Su testimonio, entre café y café, alumbró los mimbres de este texto repleto de guiños interesantes. Se constata, por ejemplo, el liderazgo enfermizo de Iglesias, acaso el personaje peor parado, pero también el rebañismo de sus huestes de extrema izquierda: anarquistas, okupas, proetarras... "Los hijos de los bolcheviques y marxistas que se hacían los héroes cuando Franco agonizaba", leemos.

Campos esclarece la fauna en una tipología donde caben "los que iban de pensadores y filósofos, los gurús y los tirados de todo tipo que solo querían pasar el rato": niños pijos que juegan a la revolución. Atisbamos, no obstante, una mirada compasiva hacia los arquetípicos personajes que comparecen en Guerrilla Lavapiés. Más allá de los fanáticos, radicales peligrosos, la mayoría son chicos jóvenes, idealistas, con sus comprensibles contradicciones: los celos hacia su pareja del guerrillero que todavía está lejos de la deconstrucción, las reuniones 'revolucionarias' para ver Gran Hermano... 

Un wéstern con olor a fritanga

Desde el punto de vista narrativo, tal vez sea la ironía el elemento literario más interesante de la crónica. Además de alguna chanza en torno a la idílica idea de la okupación, el autor desliza en medio de un pasaje de acción que recrea unos altercados —las escenas 'bélicas' están contadas con mucho oficio— esta venturosa frase que refleja fielmente la atmósfera del momento: "Parece casi un wéstern, pero con el olor a fritanga de los bares colindantes flotando en el ambiente". Sin duda, la de Alfonso/David y Pablo Iglesias es una historia pedestre, por más pompa solemne que pretendamos atribuirle.

El humor tiene también su espacio en el momento en que se satiriza la presunta vocación asamblearia de Pablo Iglesias —"Mierda, necesitamos votos", habría dicho— y vuelve a manifestarse a propósito de ese lenguaje menos ambiguo que vacío de Rajoy: "Está claro que a veces las cosas son lo que parecen. Pero también está claro que a veces no lo son". 

La recreación de los diálogos entre las altas instancias en los despachos del Ministerio del Interior tal vez sea demasiado aventurada, pero su inclusión se justifica por el pulso narrativo, con sus dosis calibradas de suspense, y por la lograda verosimilitud. Asimismo, la alusión a los conflictos internos —a menudo bajunos— entre los cargos importantes del Gobierno viene a equiparar a los dos bandos de la novela. En el otro lado, también existen las tensiones entre violencia —con los Bukaneros de Vallecas como máximos agitadores— y pacifismo.

La sustancia dramática reside, como no podía ser de otra forma, en el protagonista. Al Alfonso que entró a la policía para complacer a su suegro de entonces le empieza a parecer que la respuesta policial es excesiva. Pero los síntomas del Síndrome de Estocolmo son menos intensos que la perturbación que alberga —nos recuerda, por lo reciente, al inmenso papel de Carolina Yuste en La infiltrada—, un sentimiento que deriva en actitudes autodestructivas.

En este libro notable, por el que desfilan figuras como Íñigo Errejón (hemos sabido que en la facultad lo llamaban Marisol), Alberto San Juan, Willy Toledo, Icíar Bolláin, Rosa María Sardà, Imanol Uribe, Fernando Colomo, María Barranco, Héctor Alterio y Lola Herrera, también hay una mirada política. Pero el autor, astuto, prefiere depositarla en sus personajes. En algún momento leemos: "Todos tienen un pequeño burgués dentro que sale con la edad".