Ensayo

Múltiples moradas

24 enero, 1999 01:00

Claudio Guillén. Tusquets. Barcelona, 1998. 481 páginas, 3.000 pesetas

En esta obra de Claudio Guillén, considerado con justicia el primer comparatista español, se abordan asuntos esenciales y brillan por igual la extensión de las lecturas, la variedad de conocimientos y la perspicacia de quien sólo habla de lo que conoce bien

L a literatura comparada no posee gran tradición entre los estudiosos españoles, sin duda porque desde 1845, cuando un decreto ministerial estableció la enseñanza de la historia literaria, todos los planes sucesivos y las orientaciones encaminadas a regular su estatuto docente se han visto incesantemente vertebrados por un marcado criterio nacionalista. Es lógico: la iniciativa de enseñar obligatoriamente historia de la literatura española trataba de contribuir a la configuración definitiva de un concepto político de "nación" que a mediados del XIX aún no estaba claro en nuestro ordenamiento jurídico y, además, mostraba peligros de erosión. Esto explica que sólo en los últimos años, y todavía muy tímidamente, comience a desarrollarse en las aulas universitarias la enseñanza de la literatura comparada, que en otros países ha alcanzado gran desarrollo desde casi un siglo. Es significativo que Claudio Guillén, considerado con justicia el primer comparatista español -desde su libro "Literature as System", de 1971-, se haya formado en Francia y en EE.UU., países donde las cátedras, los departamentos universitarios y las revistas de literatura comparada tienen ya una dilatada tradición.
"Múltiples moradas" recoge siete largos ensayos del mayor interés, casi todos ellos publicados en revistas especializadas, actas de congresos o volúmenes de homenaje no siempre fácilmente accesibles -de ahí la oportunidad de su recopilación- y que parten de la pregunta que, como indica el autor, es propia del comparatista auténtico: "Este género poético, o esta forma, o este tema, ¿se circunscribe a la trayectoria de determinada lengua o es de uso universal?" (pág.14). Hoy, la literatura comparada ha superado ya el estricto ámbito diseñado por el fértil impulso de Baldensperger -gracias a cuyos planteamientos, sin embargo, disponemos de estudios tan ejemplares como "Erasmo y España", de Bataillon-, y, a raíz de las propuestas formuladas en 1979 durante el IX Congreso de la Asociación internacional de Literatura comparada, una concepción más amplia e integradora preside buena parte de los trabajos modernos. En esta esfera se sitúa esta obra.
Conviene dar cuenta de algunos aspectos relativos al contenido de esta gavilla de ensayos. En "El sol de los desterrados: literatura y exilio", Guillén analiza las dos valoraciones esenciales del destierro que cree percibir en escritores de distintas épocas y lenguas que han sufrido la dolorosa experiencia de la expatriación forzosa, desde los estoicos hasta Alberti. La primera reacción se produce al compartir las mismas realidades con otros seres en situación análoga, lo que provoca un "impulso solidario de alcance siempre más amplio -filosófico, o religioso, o político, o poético" (pág. 30). La otra valoración es aquella en que el individuo se siente mutilado, "rota y fragmentada su propia naturaleza psicosocial y su participación en los sistemas de signos en que descansa la vida cotidiana", como es el caso paradigmático de Ovidio. El análisis de estas dos reacciones en escritores de todos los siglos constituye un sugestivo recorrido, lleno de sabiduría y penetración. Acaso podría haberse incluido a san Pablo e insistir, en el caso de Dante, en una consecuencia capital de su exilio: la composición de "La divina comedia" para crear un mundo presidido por la justicia a fin de contrarrestar la sociedad injusta que había desterrado al poeta. Y tal vez los lectores españoles echarán de menos una atención mayor a Unamuno -mencionado de pasada-, o bien la inclusión de Francisco Ayala, ya que en ambos casos el destierro produjo consecuencias literarias decisivas. En "Literatura y paisaje" -otro espléndido estudio- se aborda el lento proceso por el que el paisaje deja de ser, en el arte y en la literatura, simple marco o complemento para adquirir valor por sí mismo. También aquí, donde no falta ningún nombre importante, podría ahondarse en el papel desempeñado por el impresionismo y su repercusión literaria -sobre lo que escribió páginas muy sagaces José F. Montesinos-, así como en el eco prolongado de la frase de Amiel -"cualquier paisaje es un estado de alma"-, que influirá en la práctica literaria de escritores como Azorín, Baroja o A. Machado.
"Literatura y obscenidad" es, sin duda, un trabajo capital, punto de arranque de cualquier consideración que pueda hacerse a partir de ahora acerca de este asunto, sobre todo en el terreno español, en el que habría que añadir a estas páginas la anónima "Carajicomedia" que, planteada como una parodia del "Laberinto de Fortuna", constituye uno de los cimientos de esa literatura clandestina cuya historia en España, al menos desde los poetas del siglo XV hasta las colecciones pornográficas del primer tercio de nuestro siglo, está por hacer, a pesar de que en esta larga trayectoria se encuentran a menudo escritores importantes. Guillén observa con agudeza que la pornografía es "un subgénero de la literatura fantástica" por tratarse de una "búsqueda desrealizadora" en la que "la liberación del cuerpo resulta ser, en suma, una liberación de la realidad y del temor a la muerte". Y añade, parafraseando a Salinas: "El hombre vive un fingido renacer sexual (...) a través de esa corporeidad fantástica, ambiguamente inmortal, en que la lascivia inventa su infinito" (pág.289).
Los demás ensayos de "Múltiples moradas" abordan igualmente asuntos esenciales -la literatura epistolar, los comienzos de las literaturas nacionales en Europa, los tópicos que a veces, como ciertas imágenes literarias, nos impiden ver el mundo- y en todos ellos brilla por igual la extensión de las lecturas, la variedad de los conocimientos y la perspicacia de quien sólo se atreve a hablar de lo que conoce bien. Siempre se pueden añadir datos, autores, obras que no se mencionan. Es el riesgo del comparatismo. Nunca es posible abarcarlo todo, pero sí, en los mejores casos -como éste-, ofrecer pautas y modelos que ayuden a otros estudiosos.