Ensayo

Los límites del perdón

Simon Wiesenthal

14 marzo, 1999 01:00

Paidós, Barcelona, 1998. 203 pág., 2.300 ptas. el problema de la culpa. Karl Jaspers. Paidós, Barcelona, 1998. 133 pág.,1.400 ptas

Las reflexiones de Jaspers y Wiesenthal se vertebran sobre la gran cuestión de la culpa y el perdón. Que es también la de la lucha contra el olvido a propósito de uno de los crímenes colectivos más terribles de un siglo tan rico en ellos: el Holocausto.

L as reivindicaciones en materia de derechos presuntamente "inalienables" están a la orden del día. Conforman la semántica del lenguaje político dominante. E incluso la sustancia última de esa "ética mínima" posconvencional sobre la que tanto hablan y escriben algunos y respecto de la que todos, sean cuales fueren los valores particulares de su cultura, deberían, a lo que parece, sentirse obligados. Algo bien distinto ocurre, en cambio, con el lenguaje del deber. Y no digamos ya con el de la culpa y el perdón, del arrepentimiento y de la expiación, de la reparación y del crimen. Incluso en contextos explícitamente fideístas abundan ya quienes, como el último Vattimo, proponen dejar de una vez por todas en una cómoda semipenumbra cuanto pueda recordar de modo dramático las ideas de redención y de pecado.
Nada más oportuno, pues, en algún sentido no venal del termino, que volver, en este contexto nuestro tan escasamente dado a la memoria histórica, sobre la gran cuestión que vertebra las reflexiones de Karl Jaspers y Simon Wiesenthal que motivan este comentario: la de la culpa y el perdón. Que es también la de la lucha contra el olvido a propósito de uno de los crímenes colectivos más terribles de un siglo tan desoladoramente rico en ellos: el Holocausto. ¿Acaso no equivale olvidarse de la historia a privar, en una última ofensa, a quienes la padecieron del sentido de su sacrificio y de sus propias vidas? Y no digamos ya cuando la alternativa es negar la realidad, cultivar la ignorancia deliberada o silenciar...
Procedente de un curso sobre "la cuestión de la culpa y la responsabilidad política de Alemania" dictado en la Universidad de Heidelberg durante los dos primeros meses del semestre de invierno de 1945-46, el texto de Jaspers, acompañado ahora de un excelente y ceñido estudio introductorio firmado por el profesor Garzón Valdés, tiene ante todo, el mérito de lo muy temprano de su fecha de elaboración. Sobre todo si se recuerda que ninguno de los acusados en el Juicio de Nuremberg, salvo -y sólo parcialmente- Albert Speer, se reconoció culpable y que esta actitud se repitió en el Juicio de Auschwitz de 1963. O que hasta 1991 Austria, por ejemplo, no reconoció oficialmente su responsabilidad en los crímenes nazis. O que lo que en definitiva ha denunciado Martin Walser al recibir en octubre el premio de los libreros alemanes con su amarga llamada de atención sobre la "ritualización" del Holocausto y la banalización de la cuestión de fondo es la instrumentalización del genocidio nazi "con otros fines". Leído retrospectivamente a la luz de las sonoras polémicas desatadas por Walser y otros a propósito del destino del proyectado monumento al Holocausto en Berlín, en las que lo que se debatió es la oportunidad de prevenir nuevos genocidios, internacionalizando el recuerdo del Holocausto y sustrayéndolo a su condición de asunto bilateral entre alemanes y judíos, el texto de Jaspers gana en envergadura moral.
El problema al que se enfrenta Jaspers es, sin duda, abismático: ¿de quién fue la culpa? ¿De una constelación ideológica? ¿De una coyuntura histórica? ¿De la miopía de las potencias vencedoras en la I Guerra Mundial? ¿De un puñado de criminales que encontraron la fórmula mágica para fascinar a los alemanes?¿De un ente colectivo o sólo de particulares, bien jerarcas del partido, bien "alemanes corrientes", esos cómplices voluntarios del horror a los que Goldhagen acaba de dedicar un libro tan estremecedor como polémico? Jaspers distingue, en cualquier caso, entre cuatro conceptos de culpa -penal, moral, política y metafísica- y da el difícil paso, dado su enfoque decididamente individualista y contrario a toda "absolutización del pueblo", de asumir una "culpa colectiva". Reconociendo, como hizo T. Mann en alguna de sus inolvidables novelas, "que en nuestra tradición como pueblo hay algo, poderoso y amenazante, que determina nuestra destrucción moral". A nadie se le oculta que con ello se abren nuevos frentes de debate. Pero abrirlos no deja de ser un mérito.
Por su parte Wiesenthal, mundialmente conocido por sus esfuerzos por llevar ante los tribunales a más de 1.100 nazis desde el fin de la guerra, nos ofrece un dramático relato autobiográfico y las respuestas al gran interrogante sobre el perdón ofrecidas, a petición suya, por personalidades diversas, tan diversas como el cardenal Künig, el Dalai Lama, Primo Levi o Tzvetan Todorov. Un SS alemán hizo que condujeran a Wiesenthal, a la sazón prisionero en un campo de exterminio, ante su lecho de muerte y le comunicó su deseo de confesarse con él y obtener su perdón. Esta solicitud -que Wiesentahl se sintió incapaz de resolver positivamente- desencadenó en su destinatario un gran conflicto interior, inseparable de los dilemas éticos y racionales que plantea el propio perdón. ¿Quién puede perdonar crimenes de tal magnitud? ¿Hasta dónde puede llegar el perdón? Las respuestas al cuestionario de Wiesenthal merecen ser leídas y meditadas. Sobre todo las que permiten comparar dos concepciones tan aparentemente distintas del perdón como la judía y la cristiana.
Y, en el fondo de estas páginas, un viejo tema kantiano -el del mal radical-, tantas veces percibido como un "misterio". Habrá que seguir intentando descifrarlo. Mientras tanto, uno de los interpelados por Wiesenthal nos insta, sabiamente, a abandonar la tendencia a identificar el puro y simple mal con el Otro y el bien con nosotros mismos. Y es que la inhumanidad es patrimonio también del ser humano.