Ensayo

Una caña que piensa

Andrés Trapiello

20 junio, 1999 02:00

Pre-Textos, 1999. 499 págs, 3.500 pts. el azul relativo. Península, 1999. 177 págs, 1.800 pts.

Una de las personalidades que más arrastra la polémica de nuestra actualidad literaria es, sin duda, la de Andrés Trapiello. Y qué duda cabe que uno de los factores que propician algunas de esas polémicas tienen su origen en los tomos de sus diarios. Publicados desde principios de esta década, y extendiéndose por algo más de un par de miles de páginas, los diarios de Trapiello han contribuido de forma decisiva a la valoración de este género entre nosotros.
Con Una caña que piensa se cumple su séptima entrega, la que relata los hechos que le ocurren durante el año 1993. Un año igual a todos, un diario que tampoco se distingue del resto, como si en la monotonía de estas notas estuviera declarada la monotonía misma de la vida. Sus visiones de Madrid o del campo extremeño, incluso los personajes y los juicios nos han sido dados ya por este Trapiello discutidor, arbitrario y profundamente sentimental que con igual pasión nos hace viajar a Italia que nos da un paseo por su barrio.
A Trapiello aquí no le importa que la monotonía se vuelva reiteración, que los cuadros y los caracteres satirizados sean ya previsibles, que las opiniones literarias o artísticas sean ya suficientemente conocidas, lo mismo que la construcción del diario, con esa serie de historias engarzadas. El es el autor de un único libro, de un mismo libro, aunque se vista incluso con los ropajes de los distintos géneros. Por eso la reunión de artículos comprendida en El azul relativo forman también parte en algún sentido de su escritura diarística, sobre todo porque reflejan obsesiones parecidas y expresan una opinión que salta directamente de eso que denominamos actualidad. Por su estilo, por la fuerza de su carácter, no creo que nadie dude a estas alturas que Trapiello es uno de nuestros articulistas más personales a pesar de que deje transparentar las deudas a sus maestros.
Costumbrista de la nota discordante, lírico y errante, el personaje que se desarrolla por sus notas diarísticas y sus artículos cuenta su intimidad o la retrata a través de los otros: es imposible separar lo que nos cuenta del que nos lo cuenta, como él dijo de Solana. Lo que Trapiello nos dejará como herencia es un mundo, una forma de ver, una forma de enjuiciar, es decir, una forma de escribir.
Uno no acierta a comprender por qué Trapiello no es tenido por un escritor humorista. Su humorismo no abarca sólo el buen humor sino que con mucha más frecuencia se siente tentado por ese malhumor que derrocha en caricaturas y en sátiras y que prenden enseguida en la pólvora de la polémica. Trapiello es alacre como Ramón Gómez de la Serna en algunas greguerías o aforismos, pero nos reserva una risa sardónica para describirnos los tufos que, según él, inficcionan el siglo, el siglo de la literatura o el siglo de la vida. El malhumor de su personaje parece que nunca brota de ningún sereno manantial sino de un pesimismo entrañado, de una amarga experiencia.
Más allá de ciertas fidelidadesfamiliares o amicales, no hay vez que no se asome al mundo que no le cause un retortijón en el alma, lo cual no deja de ser hiperbólico. A partir de ahí es normal ese punto de vista distorsionado por la atrabilis, acibarado por la crítica. "La literatura es exagerar sin hacer daño a nadie" escribió en el tomo anterior de este Salón de los pasos perdidos, pero no hay duda que al estar tan pegados a la actualidad, al tratarse de un diario a medio camino entre lo íntimo y lo público, sus invectivas siempre dañan. El humor además le sirve para rebajar el tono sentimental en el que cae con frecuencia y por supuesto para desmitificar lo que él cree que son falsos comportamientos. En esto no deja de ser un moralista, aunque este papel le guste poco.
Con esta "novela de su propia vida", con este Rastro en que se nos muestran los trastos de un viejo 1993, Andrés Trapiello vuelve a hacer el diario de un apasionado de sus ideas, de su estilo y de su mundo. Y con El azul relativo recupera las formas de nuestro mejor articulismo.