El animal público
Manuel Delgado
27 junio, 1999 02:00La conexión con Simmel de Manuel Delgado, como él mismo se encarga de señalar a lo largo de su obra, es notoria aún cuando no es la única. La Escuela de Chicago, con G. H. Mead a la cabeza, más los interaccionistas simbólicos y distintos pensadores franceses como Henri Lefebvre y Michel de Certau han contribuido a proporcionarle herramientas intelectuales con las que construir este novedoso volumen. La lectura de la ciudad que propone Delgado se apoya en el análisis de los distintos espacios públicos que articulan las ciudades como lugares de una interacción que permite diversos juegos y zonas de sombras. La calle, como espacio por excelencia de la vivencia de lo público y "jurisdicción absoluta de la mentira", proporciona un anonimato que permite al ciudadano un despliegue insospechado de papeles y personalidades. Asimismo, la calle como lugar privilegiado de la interacción de quienes no tienen territorio propio es también escenario de conversión. En el excelente capítulo cuarto Delgado -no en vano es profesor titular de Etnología Religiosa en la Universidad de Barcelona- ve la ciudad, sus calles, como el espacio que queda libre para las nuevas misiones, sectas dirían algunos, de las religiones intersticiales. Páginas adelante "el animal público" es contemplado a la luz de una modernidad nueva, cambiante, acelerada y en parte carente de sentido.
El giro óptico que ha llevado a Delgado a fin de contemplar la ciudad como espacio de comportamientos privados en lugares públicos es radical. Quizá por eso, pese a que él mismo tenga en su comportamiento ciudadano gestos de radicalidad como llevar a sus hijas pequeñas en bicicleta por Barcelona, ha dedicado el prólogo y el primer capítulo a la tarea de encuadrarlo dentro de la antropología. Acierta Delgado al reclamar el reconocimiento académico de su papel de antropólogo urbano.
Desaparecidas las sociedades primitivas que tanto atraían y molestaban una vez en el campo de observación, a los antropólogos clásicos del estilo de Malinowski o Lévi-Strauss (no estuvo mucho tiempo en la selva), podría parecer que la antropología se quedaba sin objeto de estudio. No obstante lo acertado de pedir para la antropología el derecho a nuevos objetos de estudio, desechados desde otras perspectivas, su reivindicación va más allá de una mera antropología urbana, su propuesta merece mayor vuelo y ofrece una transversalidad que entra en disciplinas vecinas como son la sociología y la psicología social. En este sentido su magnífico capítulo segundo, "Hacia una antropología fílmica", constituye un agudo estudio de las posibilidades del cine como instrumento de indagación de la gestualidad interpersonal, en definitiva de la comunicación no verbal que se despliega en la vida cotidiana de todas las ciudades. Todo ello conforma, en conjunto, una brillante reflexión en torno a lo inestable de las "naturalezas vivas" que pueblan, entre dos luces, los espacios públicos de las ciudades.