Ensayo

El animal público

Manuel Delgado

27 junio, 1999 02:00

Premio Anagrama de Ensayo. Anagrama. Barcelona, 1999. 220 páginas, 2.400 pesetas

L os textos sobre la ciudad como espacio de la interacción humana son tardíos y escasos. Si exceptuamos la Política de Aristóteles, la reflexión en torno a los asentamientos humanos y su papel en el desarrollo de la vida social ha girado, sobre todo, en torno a los libros dedicados a las utopías en forma de ciudades ideales. Desde Platón a Skinner pasando por Utopía de Thomas Moro, la urbe se ha pensado como lo que podría, o debería, ser más que como una realidad cotidiana. Bien es verdad que no podemos olvidar el trabajo de Fustel de Coulanges, La cité antique (1864) y el soberbio trabajo -por desgracia sin traducir- de Charles Booth, Life and Labour of the People in London (1889-1891). A principios de siglo, tras el rápido proceso de crecimiento de muchas de las ciudades de los países en vías de desarrollo industrial, Simmel rompió, con los instrumentos categoriales que le proporcionaba una incipiente sociología, los viejos tópicos antiurbanos de la sociedad victoriana. Simmel disecciona la idealización de la vida rural, la sitúa en sus justos términos y plantea los conceptos que hacen inteligibles las ciudades. Reflexiona sobre los estilos de vida urbanos y analiza la cultura y las organizaciones sociales como consecuencia de las aglomeraciones urbanas. Asimismo, relaciona el espacio físico de las ciudades con la personalidad de sus habitantes.
La conexión con Simmel de Manuel Delgado, como él mismo se encarga de señalar a lo largo de su obra, es notoria aún cuando no es la única. La Escuela de Chicago, con G. H. Mead a la cabeza, más los interaccionistas simbólicos y distintos pensadores franceses como Henri Lefebvre y Michel de Certau han contribuido a proporcionarle herramientas intelectuales con las que construir este novedoso volumen. La lectura de la ciudad que propone Delgado se apoya en el análisis de los distintos espacios públicos que articulan las ciudades como lugares de una interacción que permite diversos juegos y zonas de sombras. La calle, como espacio por excelencia de la vivencia de lo público y "jurisdicción absoluta de la mentira", proporciona un anonimato que permite al ciudadano un despliegue insospechado de papeles y personalidades. Asimismo, la calle como lugar privilegiado de la interacción de quienes no tienen territorio propio es también escenario de conversión. En el excelente capítulo cuarto Delgado -no en vano es profesor titular de Etnología Religiosa en la Universidad de Barcelona- ve la ciudad, sus calles, como el espacio que queda libre para las nuevas misiones, sectas dirían algunos, de las religiones intersticiales. Páginas adelante "el animal público" es contemplado a la luz de una modernidad nueva, cambiante, acelerada y en parte carente de sentido.
El giro óptico que ha llevado a Delgado a fin de contemplar la ciudad como espacio de comportamientos privados en lugares públicos es radical. Quizá por eso, pese a que él mismo tenga en su comportamiento ciudadano gestos de radicalidad como llevar a sus hijas pequeñas en bicicleta por Barcelona, ha dedicado el prólogo y el primer capítulo a la tarea de encuadrarlo dentro de la antropología. Acierta Delgado al reclamar el reconocimiento académico de su papel de antropólogo urbano.
Desaparecidas las sociedades primitivas que tanto atraían y molestaban una vez en el campo de observación, a los antropólogos clásicos del estilo de Malinowski o Lévi-Strauss (no estuvo mucho tiempo en la selva), podría parecer que la antropología se quedaba sin objeto de estudio. No obstante lo acertado de pedir para la antropología el derecho a nuevos objetos de estudio, desechados desde otras perspectivas, su reivindicación va más allá de una mera antropología urbana, su propuesta merece mayor vuelo y ofrece una transversalidad que entra en disciplinas vecinas como son la sociología y la psicología social. En este sentido su magnífico capítulo segundo, "Hacia una antropología fílmica", constituye un agudo estudio de las posibilidades del cine como instrumento de indagación de la gestualidad interpersonal, en definitiva de la comunicación no verbal que se despliega en la vida cotidiana de todas las ciudades. Todo ello conforma, en conjunto, una brillante reflexión en torno a lo inestable de las "naturalezas vivas" que pueblan, entre dos luces, los espacios públicos de las ciudades.