Ensayo

AntiBorges

Martín Lafforgue (COMP.)

21 noviembre, 1999 01:00

Javier Vergara. Madrid. 383 páginas, 2.400 ptas., Eduardo García de Enterría. Fervor de Borges. Trotta. Madrid. 145 páginas, 1.700 pesetas

AntiBorges reúne textos de diversos autores que pretenden ofrecer perspectivas polémicas sobre el maestro argentino. En cambio, García Enterría admite con su título no sólo su interés, sino su "fervor" por el autor

Este año, saturado de efemérides y publicaciones borgeanas, de reediciones y supuestos hallazgos, nos ofrece a la vez dos libros aparentemente contradictorios. Uno de ellos, AntiBorges, reúne textos de diversos autores que pretenden ofrecer perspectivas polémicas sobre el maestro argentino. Surgen, por lo general, de su propio medio y van, desde textos primitivos, como el de R. Scalabrini Ortiz o Enrique Anderson Imbert (su opinión en la revista "Megáfono" sería posteriormente matizada) hasta el largo, excelente y polémico ensayo Borges: el nihilismo débil (1996-97), de Juan José Sebreli. Por el contrario, Eduardo García de Enterría, conocido jurista y miembro de la Real Academia Española, admite con su título no sólo su interés, sino su "fervor" por el autor, sirviéndose de un término que nos evocará los poemas del primer Borges. En una serie de ensayos manifiesta su admiración por su obra poética, en su opinión hasta hace poco mal valorada en relación con sus relatos y su prosa, aunque advertiremos que entre los elegidos no falta alguno dedicado también al Borges prosista, como "Borges y Dios: una confrontación memorable", leído en la sesión de clausura del curso 1999 en la UIMP. Nos descubre su admiración por su poesía, "porque siempre la lectura de su poesía caldea mi espíritu como la de muy pocos poetas", aunque tan sólo comenzó a escribir sobre él tras su muerte en 1986, mientras se encontraba en Buenos Aires y descubrió en Los Conjurados el poema sobre Cristo, al que dedicará un ensayo y diversas alusiones.

En los enfoques del AntiBorges planean cuestiones extraliterarias, además de otras derivadas del significado de su obra. Por una parte, el conservadurismo de Borges que, ciertamente, en algunas facetas no diferirá de determinadas posiciones totalitarias e, incluso, parafascistas, aunque Borges se manifestara siempre contrario, durante la II Guerra, al nazismo (especialmente por su antisemitismo). Su admiración por el Ejército, su visceral anticomunismo, le llevó a defender a los regímenes militares en la Argentina y fue galardonado por el propio Pinochet. Posteriormente rectificaría sus posiciones. De otra parte, es bien conocida su oposición visceral al peronismo.

Algunos de los críticos elegidos contemplan su obra desde un partidismo que resulta extraño fuera de su contexto. Una de las más duras requisitorias contra la obra de Borges que, de algún modo, reflejaría estas cuestiones, es la de Jorge Abelardo Ramos en su ensayo de 1954, cuando asegura: "Como hijo dilecto de un país que fue colonia, Borges desea un país de fideicomiso [...]: un puerto libre de interferencias molestas, un servicial entrelazamiento con el extranjero", clave para comprender la polémica suscitada en torno al cosmopolitismo borgeano. Por ello, "Borges pertenece a esa clase de escritores, tan frecuente en nuestro país, que posee el secreto de todos los procedimientos y combinaciones, pero les falta el soplo elemental de la vida. [...] Los ejemplos sobran en los cuentos de Borges". Igualmente representativos de dicha orientación resultarán los textos de Adolfo Prieto, "Borges y la nueva generación" (1954), de considerable resonancia en el momento de su publicación, y la réplica de David Viñas (1955).

Menor interés, a mi juicio, tiene el diálogo a tres voces entre Carlos Real de Azúa, ángel Rama y Emilio Monegal, "Evasión y arraigo de Borges y Neruda" (1959). Aflorarán casi todos los tópicos que veremos reiterarse una y otra vez en una crítica superficial. Pedro Orgamblde dedica un amplio estudio al tema que, como dijimos, planea sobre el conjunto: "Borges y su pensamiento político" (1977, publicado en México al año siguiente), cuyo principal interés reside en Ilgar la evolución de la obra borgeana a los avatares de la política argentina. Respetando parte de su obra, el autor entiende que Borges es también responsable de "la barbarie contra el pueblo argentino".

Las dos páginas de Juan Gelman, publicadas en 1993, como comentario a las de Borges que defendía la figura de Cortázar tras su fallecimiento, son lúcidas y definitivas. De interés resulta también el ensayo de Blas Matamoro (enero, 1969, aunque publicado en 1971) que relaciona el pensamiento filosófico inglés con las opiniones políticas que subyacen en sus relatos. Temas como el del nacionalismo, el "criollismo" o el papel que otorga a la violencia se debatirán en otros ensayos. En su conjunto, el libro, provocador y oportuno, intenta mostrar la otra faz de un Borges sumido en la polémica de lo cotidiano.

El libro de Enterría, por el contrario, se fundamenta en la obra y en sus temas. Pese a actuar habitualmente en una zona bien diferente de la literaria, el autor, como demuestra, asegura conocer "bastante de la cada día más caudalosa crítica borgiana". Pero, pese a ello, sus aproximaciones, en forma de artículos generalmente breves, son fruto de apasionadas lecturas y personales interpretaciones, alguna de ellas tan certeras como ésta: "Borges es, pues, un marginal en la poesía en español de su tiempo, aunque resulte identificable el pequeño sabor ultraísta...". Y en el mismo ensayo, "El Cristo en Borges" establece una productiva relación entre su poesía y la de Unamuno, calificando a ambas de "poesía intelectual", lo que le lleva a afirmar: "Es evidente que Unamuno conmovió a Borges; pero que de esa conmoción Borges secretó sus propios jugos personales y ninguna influencia es también evidente". Ni carece de interés el texto "El último relato de Borges", dedicado a comentar las reacciones de su pleito testamentario. Incluso la nota al pie de página le añade valor testimonial. Pero el objetivo del autor consiste en resaltar el valor de su poesía hasta profetizar que el siglo XXI será "un siglo de gloria borgeana -como también los venideros". He aquí, pues, en contraste, dos libros bien diferentes. El hecho de que uno surja de una Argentina que tardó en asimilar las palabras y los gestos de Borges y las de un entusiasta lector español que se sitúa al margen de la historia no es casual. Tal vez la crítica borgena, para resultar objetiva, deba aún alejarse de su país natal, como sus propias cenizas, según su deseo.