Ensayo

Los nuestros

Federico Jiménez Losantos

21 noviembre, 1999 01:00

Planeta. Barcelona, 1999. 437 páginas, 3.400 pesetas

Si Quintana no lo hubiera hecho suyo hace casi doscientos, años, el mejor título para Los nuestros hubiera sido hubiera sido Vidas de españoles célebres, pues de eso se trata. Los nuestros es recopilación de la serie que su autor publicó en "El Mundo" durante un par de años, y ese origen determina la condición misma del libro. Hay detrás de cada estampa biográfica buena información, capacidad de síntesis, lucidez interpretativa y pasión, ingredientes para una obra decorosa y útil. No tenemos en España, y la cosa es digna de consideración, nada parecido al "Dictionary of National Biography" británico, de manera que recopilaciones como ésta no pueden dejar de ser provechosas.

Jiménez Losantos selecciona sus biografiados con criterios que dan cabida a todo un muestrario de tipo humanos; no se reduce a monarcas o políticos, ni se contenta con literatos sino que incluye a toreros, cupletistas y bandidos.

Las reservas que Los nuestros puede suscitar se refieren ante todo a los supuestos de fondo que ordenan todo el conjunto y explican el libro en sí. La irritación de tener que oír cómo proclaman algunos, mezclando la ignorancia con el conjuro, que España no existe, y de tener que asistir a groseras manipulaciones de la historia, está, a buen seguro, detrás de estas páginas. Entre los aliados del nacionalismo disgregador ha figurado una historiografía que durante décadas ha venido impartiendo ruedas de molino de tan buen tamaño como la de que España es una creación o invención tardía sin base común y sólida. No habría habido España antes del reinado de los Reyes Católicos o incluso hasta las medidas centralistas y uniformizadoras con las que Felipe V inició su reinado. Pues bien, a eso es a lo que responde Losantos trazando una continuidad española que subraya entre otras cosas lo esencial del origen hispano-romano.

El autor reacciona igualmente contra la historiografía dominante durante tres cuartas partes de este siglo, esa que, centrada más en estructuras y procesos, desterró de su campo de trabajo a las personalidades como objeto. Una historiografía no necesariamente de inspiración marxista como el autor supone, y, en general, de gran calidad. Es verdad que las versiones vulgarizadas de esos enfoques transferidos a la enseñanza media han tenido efectos devastadores. Pero no es seguro que superar ese estado de cosas sea posible con un programa como el que se desprende del planteamiento del libro, una historia narrativa sobre naciones e individuos que las representan. Como dice el autor, "leer historias de personajes nuestros".