Ensayo

Picasso y la tradición española

Jonathan Brown

21 noviembre, 1999 01:00

Traducción de María Luisa Balseiro. Nerea. Hondarribia, 1999. 215 páginas, 7.900 pesetas

Por fin un Picasso español, se dirá, rescatado de las garras de los franceses. Los textos, sin aportar novedades sustanciales, son excelentes trabajos de síntesis y el conjunto está muy bien editado

Si un libro vindica a un personaje de nuestra Historia, o de algún modo nos lo devuelve, y viene avalado además por un prestigioso hispanista anglosajón, ese libro tiene el éxito garantizado entre los lectores españoles. Como sucede en este caso: por fin un Picasso español, se dirá, rescatado de las garras de los franceses, y rescatado encima por un pelotón norteamericano, con Jonathan Brown a la cabeza. Lo curioso es que el libro no fue concebido pensando en el lector español. Publicado en inglés en el año 1996, se basa en un simposio celebrado, el 25 de abril de 1992, en el Spanish Institute de Nueva York. Los textos, sin aportar novedades sustanciales, son excelentes trabajos de síntesis y el conjunto está muy bien editado, con numerosas ilustraciones en color.

La intervención de Jonathan Brown ("Picasso y la tradición pictórica española") ofrece el marco histórico-artístico para lo que sigue. En ella se habla poco de Picasso: es un ameno paseo por la historia de la pintura española, y especialmente por los tres maestros -el Greco, Velázquez y Goya- que configuran una alternativa global frente a la tradición clasicista del renacimiento. Este lenguaje pictórico contraclasicista fue la lengua materna de Picasso como pintor, aprendida en sus visitas juveniles al Museo del Prado.

Los artículos sucesivos se centran en otros aspectos de las raíces españolas de Picasso: el mito del Greco, la tradición del bodegón, o el recuerdo obsesivo de Las Meninas.

Profesor, como Jonathan Brown, en el Institute of Fine Arts de Nueva York, Robert S. Lubar estudia las versiones del mito del Greco en el fin de siglo: en el modernismo catalán y el regeneracionismo castellano del 98. Frente a ambas posibilidades nacionalistas, el recurso de Picasso a el Greco negaría cualquier discurso estético y cultural estable. "Outsider" como andaluz en Barcelona y como español en París, afronta siempre el nacionalismo artístico con ojos críticos.

La aportación de Rosenblum ("La españolidad de las naturalezas muertas de Picasso") destaca los vínculos de Picasso con la tradición del bodegón español de los siglos XVII y XVIII, desde Juan Sánchez Cotán hasta Meléndez. Pero sobre todo Rosenblum va desgranando los diversos elementos iconográficos que en las naturalezas muertas de Picasso manifiestan su permanente lealtad a sus orígenes, a su filiación española: la bandera española y la banderilla, el porrón y el botijo, la guitarra y también la calavera... Por su parte, Gedje Utley presenta la cuestión estética y política de la valoración de Picasso en la Francia de la posguerra, cuando derecha e izquierda compiten por apropiarse el fetiche del patriotismo, la identificación de Francia con la tradición del humanismo y la civilización occidental.

Para unos, Pablo Picasso es el meteco que ha pervertido las esencias de la tradición francesa; para los otros, es el heredero legítimo de esa tradición. En esta encrucijada, Picasso se alinea del lado comunista, pero pronto optará por una huida hacia una Arcadia mediterránea y prehistórica donde vibra la nostalgia de España. En fin, en el último artículo del volumen ("Picasso en el taller de Velázquez"), Susan Grace Galssi estudia las famosas variaciones sobre Las Meninas producidas por Picasso en Cannes en 1957. En su análisis se examinan paso a paso las variaciones y se muestra cómo Picasso aborda el cuadro desde distintos ángulos, descifrando los diversos elementos del código ilusionista de Velázquez: la perspectiva, el claroscuro, el color, la pincelada, el espacio del propio aposento, y proyectando en el cuadro su propia historia (la de Picasso): sus orígenes, su familia, sus grandes obras.

Algunos de los trabajos incluidos en este volumen plantean, desde distintos puntos de vista, la cuestión ideológica del nacionalismo en la construcción de la historia del arte. Acaso el más radical sea el de Rosenblum cuando critica la vieja concepción del arte moderno como un "esperanto visual" que trascendía las fronteras nacionales; hoy día, dice, "con el pujante rebrote del nacionalismo y de las diferenciaciones étnicas" nos inclinamos a discernir los sabores nacionales incluso de maestros como Mondrian o Malevich.

Y a fortiori, "la identidad de Picasso como artista español más que francés o universal se ha hecho cada día más patente en los últimos decenios" (página 74). Desde luego sería idiota negar las evidentes raíces de Picasso, las corridas de toros y el anís del Mono, el Greco y Las Meninas. Pero no menos absurdo sería menospreciar tantas otras cosas que alimentaron la mirada de Picasso: las cerámicas griegas y las pinturas pompeyanas, las máscaras Grebo y las manzanas de Cézanne, todo lo que hace de Picasso un artista no español, ni francés, ni siquiera europeo, sino plenamente universal.