Ensayo

Viajes de un antipático

José María Parreño

5 diciembre, 1999 01:00

Ardora. Madrid, 1999. 125 páginas, 1.300 pesetas

Quizá el que José María Parreño sea un poeta tan singular le impida que figure en las antologías que estudian el panorama poético español de las últimas décadas. Su robinsonismo quizá se deba a su figura incómoda de poeta, de escritor culto, enraizado en la contemporaneidad, veraz, emotivo e imaginativo, sin falsas concesiones a la moda de los tiempos, que se permitió incluso salirse del corsé de los géneros en aquella novela (en los límites de la novela) titulada Las guerras civiles.

Esa misma fuerza personal, de estilista y de agudo observador, podemos descubrirla ahora en este tomo de su diario, en el cual se abandona cualquier complacencia para adentrarnos en las zonas oscuras con que el viajero va viendo la realidad y a sí mismo "por ese mapamundi despeinado" de su cabeza. Como Swift, como Melville o como Conrad, Parreño sabe que viajar es criticar, que todo viaje es una crítica del mundo y que todo viaje es también una amenaza que debilita nuestra estabilidad. Cuando viaja desmitifica, y si roza la iconoclastia y lo sorprendente es por sacar también ese humor suyo de risa sadónica, lleno de sátiras y embotado de melancolías. Sátiras y melancolías que se despliegan por los dos viajes contenidos en estas páginas, a través de China en 1992 y en Durham (Estados Unidos) en 1995 y que constituyen la creación de ese personaje "antipático" e irónico incluso consigo mismo.

Pero no nos engañemos, porque si Parreño se sitúa como un bárbaro en Asia (por nombrarlo con el título del viaje de Michaux), si dibuja a los chinos como indiferentes, escrutadores, desconfiados y desvergonzados (léase con atención el memorable episodio de los escupitajos), si nos da esa visión de Norteamérica confundida en sus paranoias, es por no caer en la mímesis y lo habitual de los viajeros al uso, por reflejarse a sí mismo como un observador nurasténico, como una personalidad que se borra ante la amenaza de sus precipicios interiores.
Por eso estos viajes de Parreño, lo mismo que los de los mejores de esta clase de literatura, son metáforas, metáforas en este caso de su fragilidad emotiva, de la sordera intelectual del hombre de hoy, de la imposibilidad de un conocimiento cabal. Unas metáforas que nos hablan de la naturaleza de nuestra felicidad y de la naturaleza del olvido, y que pese a su título no son nada desabridas sino profundamente poéticas, y nada ocasionales sino hondas, delicadas e inteligentes.