Ensayo

El mundo de los validos

John Elliott y Lauren Brockliss

19 diciembre, 1999 01:00

Taurus, Madrid, 1999. 463 páginas, 3.900 pesetas

La interpretación que este libro de Elliott arroja es coherente y sólida. La solidez se acentúa por su capacidad para mostrar la naturaleza proteica del valimiento. A veces aparecen libros llamados a ser referencia inexcusable para un asunto; éste es uno de ellos

En una de sus cartas a sor María de Agreda explicaba Felipe IV que en ninguna monarquía conocida, pasada o presente, "ha dejado de haber un ministro principal o criado confidente". Si este pasaje de la secretísima correspondencia entre el monarca (todavía) más poderoso de Europa y la superiora de un beaterio franciscano perdido al pie de Moncayo (todo un repertorio de lo que pueden dar de si dos personalidades paranoides), hubiera llegado a ser conocido de sus contemporáneos pocos hubieran discrepado, aunque bastantes hubieran tenido reservas sobre la licitud o la conveniencia de que fuera así. Los más importantes príncipes del momento y los de las dos generaciones anteriores gobernaban por medio de favoritos o validos, y aunque muchos soberanos de tiempos anteriores hubieran podido valerse de figuras semejantes o hubieran estado mediatizados por cortesanos y allegados, el fenómeno tenía tales rasgos de novedad y generalidad que a los contemporáneos no podían pasarles inadvertidos, viendo en ello una peculiaridad de la época.

Tampoco a la posteridad y en especial a los historiadores, de modo que hace ya un cuarto de siglo uno de ellos, Jean Bérenger, instó a emprender una investigación a fondo sobre el fenómeno del valimiento en las monarquías de la Edad Moderna; esa sugerencia acabarían recogiéndola dos buenos especialistas oxonienses, Elliott y Brockliss, en 1996 al convocar un coloquio sobre la cuestión y las ponencias entonces discutidas, casi una veintena, forman El mundo de los validos. Cabría pensar que un libro de esta índole, rígidamente técnico y académico, está necesariamente destinado al estrecho círculo de los iniciados, pero, lejos de eso, rebasa cualquier limitación hiperespecialista con multiplicados atractivos y una capacidad de interesar que sostienen casi todos los ensayos que lo forman. Para empezar, es un excelente ejemplo de la calidad técnica y sutileza analítica que ha llegado a alcanzar la historia como disciplina científica. Bien es verdad que ninguno de estos ensayos se engolfa en las servidumbres de la historia social tanto tiempo imperante. Al contrario, de lo que se ocupan es, principalmente, de individuos y además dedicados a la política en su más depurada expresión.

La explicación convencional y tópica veía en el auge de los validos la personalidad indolente o las limitaciones de los monarcas, pero, aunque cierta dimensión psicológica centrada en rasgos de personalidad que expliquen el apego al favorito siempre tenga alguna cabida, no pueden ser razones subjetivas, desmentidas además por el conocimiento más acabado de las actitudes y aptitudes de reyes como Luis XIII o Felipe IV, las que den cuenta de la generalización del fenómeno y su vigencia entre, aproximadamente, 1550 y 1650.

La mayoría de las aportaciones del libro subrayan el papel de los validos en el control de la administración y, sobre todo, el juego de reparto de prebendas que fue propio de la política del Antiguo régimen en densas redes de patronazgo articuladas en las cortes reales. O su condición de amortiguadores y chivos expiatorios de las iras suscitadas por las exigencias de la razón de Estado en forma de alianzas impopulares o políticas fiscales asfixiantes y poco respetuosas con viejas inmunidades, impuestas por las guerras de religión. Los monarcas quedaron, en gran parte, a cubierto de la crítica y la impopularidad que recayó sobre sus validos, supuestamente dueños de la voluntad real. Por eso, la Europa pacificada después de la Guerra de los Treinta Años vería el declive del valimiento. Es probable que se infravalore su continuidad ocasional después del último cuarto del siglo XVII, con ejemplos tan clamorosos como el de Godoy con Carlos IV hasta comienzos del XIX, pero la interpretación que el libro arroja es coherente y sólida. La solidez se acentúa por su capacidad para mostrar la naturaleza proteica del valimiento, abordándolo por sus múltiples facetas: de la intención reformadora del Estado que animó a un Richelieu o a un Olivares, a la visión del valimiento en el discurso político o en el teatro, o su conexión con la propaganda entreverada con el mecenazgo artístico. No ocurre a menudo, pero a veces aparecen libros llamados a ser referencia inexcusable para un asunto; este es uno de ellos.