Burton o la pasión oriental
Víctor Pallejá de Bustinza
26 diciembre, 1999 01:00Pero he dicho que esta antología -Burton o la pasión oriental- no es comparada con lo enorme, en páginas, de la obra del orientalista) sino un leve aperitivo, unos cuantos atinados fragmentos, espigados aquí allá, aunque siempre en torno al mundo musulmán, que sirven como idea global de las opiniones, modo de trabajo y pensamiento de ese hombre -tan típico del XIX inglés que unió en su persona una poderosa capacidad de estudio, a la par fue una mezcla de voluntad aventurera y exploradora, Burton viajó, leyó, escribió y vivió lleno de curiosidad, hasta que murió en Trieste amargado por no poder volver a su antigua vida, que le alejaba de su puntillosa mujer Isabel (luego viuda terrible) permitiéndole oscilar entre un exotismo liberador y el superficial cumplimiento de las normas sociales de la Inglaterra victoriana, que Sir Richard F Burton detestaba en su fúero íntimo.
Burton o la pasión oriental sólo tiene el defecto de su brevedad, de su exigöidad, pues, -en general- la selección de textos es atinada. Burton (traductor, erudito, sexólogo} se diferencia de la mayoría de los viajeros de su época en que se acerca a lo exótico -a lo diverso- con interés y simpatía. Los árabes y lo islámico le atraían poderosamente, porque veía en el Islam la única civilización coherente capaz de enfrentarse al cristianismo. Su misoginia le lleva a defender la separación de sexos típica de los musulmanes, pero reconociendo que -entonces las mujeres islamitas eran mucho mejor tratadas y gozaban de mayor respeto familiar de lo que imaginaban los superficiales viajeros o funcionarios coloniales.
Enamorado del desierto y su brillante dureza (el fragmento La vida en el oasis es de los más hermosos), buen entendedor de esa desidia oriental, esa vida placentera que los árabes llaman kayf, nada pudoroso a la hora de describir la vida sexual que vio en Oriente -el tamaño de los penes, la costumbre de la ablación del clítoris- nunca deja de ser Burton (pese a lo cordial y sabio de su mirada) el caballero británico, que no puede dejar de sentirse miembro destacado de una cultura superior, aunque como he dicho -y el lector comprobará- el Islam le seduce, precisamente por su diferencia y acaso por sus contradicciones. Porque el árabe sabe ser caballeroso y fuerte, pero también porque no, teme ser salvaje y beber el jugo más bronco de la vida. Como tantos eruditos (y Richard F. Burton lo fue) nuestro explorador nunca dejó de añorar el otro lado del espejo: el mundo duro, puro y macho, que sus viajes le brindaron más acá del sueño.