Ensayo

Cinco ecuaciones

Michael Guillen

26 diciembre, 1999 01:00

Traducción de F. Páez de la Cadena. Debate. Madrid, 1999. 235 páginas, 2.750 pesetas

Esta especie de biografía novelada -y ya es arrojo novelar la biografía de una ecuación- está narrada con tal claridad, humor a veces, a veces poesía, siempre amenidad, que su lectura resulta plenamente agradable. Este libro se llega a leer como si fuera una novela

Podrá parecer exagerado pero me atrevería a asegurar que es éste un libro que se llega a leer como si fuera una novela; o si se quiere, cinco relatos imbricados entre sí y que recorren una ancha banda de la historia de la ciencia, desde el siglo XVII hasta el nuestro. Porque, aunque el argumento de cada uno de ellos es la consecución de una ley, fijada por una ecuación y por el autor que la formula, llegar a cada una de esas leyes supone la inmersión en todo un modo de observar, de experimentar, de razonar y de inducirse unos y otros descubrimientos, y la información que así llega al lector es inmensamente mayor que la descripción de las fórmulas. Pero, además, esa especie de biografía novelada -y ya es arrojo novelar la biografía de una ecuación- está narrada con tal claridad, humor a veces, a veces poesía, siempre amenidad, que su lectura resulta plenamente agradable. Nadie tema encontrar un libro plagado de ecuaciones: las cinco peladas de que habla el título, a lo más precedidas de las 2 ó 3 que marcaron el camino que condujo a ellas. Lo demás es literatura: explicación detallada, plagada de ejemplos, que prepara el advenimiento de cada fórmula y hace que sea asimilable.

Dice el autor que el idioma de las matemáticas es universal, liberado de la maldición babélica; y en él las cinco ecuaciones -que nos permiten entender y dominar la naturaleza- son lo que la poesía en cualquier idioma: tal vez por eso subtitula su obra El poder y belleza de las matemáticas. Los poemas que ha elegido para mostrarlo son: la ley de la gravitación universal, de Newton; la de la presión hidrodinámica, de Bernoulli; la de inducción electromagnética, de Faraday; la segunda ley de la termodinámica, de Clausius, y la teoría de la relatividad especial, de Einstein. Los cinco capítulos están diseñados de análoga manera. Comienzan con una anécdota de la vida de cada autor alusiva, como si de una premonición se tratase, al hecho científico que después habría de establecer, como, por ejemplo, el riesgo de accidente del joven Einstein. Después, en todos, tres apartados centrales encabezados por las voces del parte de guerra cesáreo: veni, vidi, vici.

En el primero se relata cómo el personaje llega a plantearse el tema, ocasión para describir la situación en que se encontraba en aquel momento: las formulaciones de Carnot en el caso de Clausius o los experimentos de Faraday en el taller de encuadernación en que trabajaba. En Vidi, dice el autor, se explica históricamente cómo el asunto a tratar llegó a aparecer tan enigmático: aquí se ven las aportaciones de Copérnico, Galileo o Kepler para el problema de Newton o las distintas teorías del calor o de la conservación de la fuerza para el de Clausius. Finalmente, Vici es el relato de cómo se aclara el misterio llegando cada uno de los autores a su ecuación histórica; respectivamente: la conocida de la fuerza gravitatoria entre dos objetos cualesquiera, la constancia de la suma de la presión de un fluido en movimiento con su densidad multiplicada por el cuadrado de su velocidad, la del aumento de electricidad producido por el magnetismo, la del cambio neto, siempre mayor que cero, en el total de la entropía del Universo y la de la energía como producto de la masa por el cuadrado de la velocidad de la luz. Las cinco ecuaciones, en fin. ¿Puede explicarse todo con sencillez y claridad? Con gusto invito al lector a que lo compruebe.

Finalmente hay un epílogo en cada capítulo para explicar cómo esas ecuaciones cambiaron el mundo y nuestro modo de vivir. De muchas maneras, pero puestos a elegir las más llamativas pondríamos el viaje del hombre a la Luna gracias a la de Newton, el vuelo de los aviones por la de Bernoulli, la producción de electricidad por la de Faraday, la muerte del Universo, según Clausius, y la de la radiactividad e incluso la bomba atómica por la de Einstein. Las personalizamos en cada uno, aunque bien podemos considerarles deudores de muchas investigaciones que les precedieron pero acreedores de las aplicaciones subsiguientes.

Hermoso libro que parece acomodarse al deseo de Faraday de expresar su descubrimiento de modo que pudieran entenderlo todos, sin que tengan que ser las matemáticas la única forma de comunicación. Y una excelente traducción que se adapta incluso a los modismos. Sólo una pequeña pega: no es "el paralaje", como se repite en la página 36; tal vez suene mejor porque todas las palabras que ahora me salen terminadas en "-aje" son masculinas, pero se dice "la paralaje". O al menos así se decía cuando yo estudiaba Astronomía; que allá queda eso.