Ensayo

Memoria de doce escritores (1956-1982)

Rafael de Penagos

2 enero, 2000 01:00

Agualarga. Madrid, 1999. 136 páginas, 1.600 pesetas

"Cuando ya no estemos seremos en alguien. La memoria vence a la muerte". Estas palabras que dedicó a Penagos César González Ruano reflejan con mucha certeza el propósito de los retratos recogidos en esta "logia de los bustos", en esta galería de recuerdos y de amistades. Doce escritores amigos a los que rinde tributo desde sus distintas obras, pero también desde sus distintas formas de estar en la realidad y de enfrentarse a la historia de este siglo que se acaba. No se trata nunca, por ello, de figuras de museos, sino que Penagos los sorprende en su diario afán, en su anécdota reveladora, en el trazo que mejor los define.

Seres y tiempos, almas y vidas sorprendidos en un matiz de su psicología, en el tramo final de sus obras y de su literatura que hacen de este libro un libro de homenajes: Julio Camba, a quien considera su maestro; González Ruano recordado al año de su muerte; un Azorín visto como un viajero descubridor de los paisajes de España y dueño de una nueva sensibilidad literaria; el entusiasmo y la vitalidad de Alberti, un muchacho que entonces tenía 50 años; la fe en el hombre de León Felipe y el dolor de su exilio que le había espiritualizado aún más... Certero y ajustado es el homenaje que le tributa a Juan Ramón por esa combinación de psiclogía y crítica literaria. Un Juan Ramón del año 55 obsesionado por la muerte, neurótico, trágico y desesperado, a quien se despoja (por su hondura humana) de esa imagen de poeta de la torre de marfil, presentándolo como el poeta de la esencia del hombre. Y qué decir del de Pío Baroja retratado el mismo día en que murió y a quien limpia de esa bilis hispana de "la aspereza y el gesto bronco" y nos los muestra con esa elegancia desafeitada del solidario natural e individualista, acogedor, cortés e incorruptible.

Alejados del lugar común, sencillos, claros y limpios como navíos a los que se hubiera limpiado el fondo, estos artículos, vistos desde hoy, son un ejercicio de la nostalgia; la nostalgia de unos amigos que ya no están. Ese es su principal valor. Y también, cómo no, la mano con que están escritos. Penagos no refiere hechos transcendentes ni anécdotas mayúsculas. Prefiere el detalle, la elocuencia a la grandilocuencia, la mirada íntima a la mirada pública, el toque de lirismo frente a la épica de las grandes interpretaciones, sin dejar por ello de acudir a algún rasgo nuevo, a algún carácter o alguna dimensión antes no conocidos y poco valorados. Su objetivo es modesto, sorprender a estos autores en ese momento en que vida y literatura son la misma cosa: una vocación, un acto de fe.