Ensayo

El nacimiento de Carmen

Carlos Serrano

23 enero, 2000 01:00

Taurus. Madrid, 1999. 364 páginas, 3.000 pesetas

Autor de una obra ya extensa que tiene su referencia fundamental en el estudio del 98, Carlos Serrano es una personalidad singular en el hispanismo francés. Hijo de español, y bonaerense de nacimiento, la hondura de sus raíces francesas queda de relieve en aspectos nimios como el empleo veleidoso de las preposiciones al escribir o en otros de mayor calado, como el distanciamiento inquisitivo de quien viendo lo que para él no es habitual repara ingeniosamente en aspectos significativos de la realidad española de los dos últimos siglos. De hecho, sólo un francés podría preguntarse por lo peculiar de los nombres españoles, e iberoamericanos, de mujer formados por advocaciones marianas con frecuentes referencias toponímicas o a estados afectivos y su relación con rasgos de identidad nacional. De cosas así se ocupa El nacimiento de Carmen, un libro que abunda en el laboreo de ese filón historiográfico que descubrió P. Nora en "los lugares de la memoria", el conjunto de símbolos, ritos, sitios y monumentos en que se materializan las identidades nacionales o políticas. Bien es verdad que todo eso y las mismas identidades suelen ser producto de elaboraciones más bien recientes. Hay sobre todas estas cuestiones un amplio corpus teórico y algunas conclusiones sólidas que Serrano resume con claridad y acierto en el prólogo de su libro.

El conjunto del mismo lo forman una docena de estudios sobre algunos de esos "lugares de la memoria" españoles: bandera, himno, rotulación de calles, fiesta nacional. No hay mucho nuevo en las páginas dedicadas a estas cosas, aunque Serrano las aborda con una amplitud de perspectiva que permite poner en relación el caso español con otros, o tomar en consideración junto a símbolos nacionales oficiales otros alternativos como la Internacional; igualmente, lo hace con un rigor escrupuloso en la precisión de los detalles que abulta más que algún pequeño descuido (Cromwell, muerto muchos años antes, nada tuvo que ver directamente con la Revolución de 1688); o ciertas omisiones. La mayor extensión del volumen se dedica a los monumentos patrióticos, centrándose en los dedicados a personajes de la guerra de Cuba y, por ser un período que Serrano conoce muy bien, aporta noticias y sugiere conclusiones interesantes, aunque no siempre sea fácil seguirle.

Serrano se orienta claramente por el modo de escribir historia que hace su objeto de los discursos o modos de expresión y símbolos de grupos sociales o culturales y su deconstrucción, y haciéndolo deriva frecuentemente en ejercicios retóricos que pueden ser brillantes pero no siempre esclarecedores y que más que explicar parecen a veces contentarse con el "cosi é si pare vero", dando de lado a aspectos prosaicos pero básicos. Así, la profusión monumental a fines de la Restauración, además de con supuestas necesidades de reafirmación discursiva en el espacio público, ¿no tendrá algo que ver con presupuestos municipales más saneados entonces? A ello une un gusto por el tono chacotero que puede servir de recurso distanciador o de vínculo cómplice con aquellos lectores que lo encuentren chistoso, pero poco explica sobre las razones de fondo de todo un proceso cultural y político. Por eso en parte, los capítulos sobre cármenes y montserrats que tantas sugestiones contienen dejen cierta insatisfacción y no muchas certidumbres sobre si las modas onomásticas del pasado fueron o no vehículos de nacionalización.