Ensayo

La importancia del demonio

José Bergamín

19 abril, 2000 02:00

Prólogo de Gonzalo Penalva Candela. Siruela. Madrid, 2000. 109 páginas, 1.250 pesetas

Todavía hoy, pese a su impresionante protagonismo político y poético, Bergamín parece un transeunte, un huésped, un acólito. Salinas dijo de él que se lo jugaba todo, y parece que sí, pero para perder, porque, debiéndosele tanto, casi nadie se lo ha pagado todavía

En el 27 -como en casi todas las agrupaciones arbitrarias, artificiales y artificiosas- hay varios tipos de poetas: los que están sin forzar las cosas; los que lo están a base de forzarlas; los que no tienen su sitio en ella; y los que no lo quieren ni tener. Prados, en su carta a Gerardo Diego, es el ejemplo máximo de poeta que no lo quiere ni tener. Hinojosa y Altolaguirre son dos ejemplos de quienes todavía no lo han tenido. Gerardo -que diseñó los rasgos de su generación al inventársela y definir lo que sería y es aún su canon- y Bergamín -que tanto colaboró a difundirla- son, junto a Dámaso, ejemplo de otra cosa: Gerardo, de quien no acaba del todo de entrar; y Bergamín, de quien todavía no ha entrado. Caso muy distinto es el de Dámaso, su supuesto teorizador, que no se sabe muy bien en condición de qué está en el 27; y los de Salinas y Guillén, que, más que a esta generación, pertenecen, por talante y edad, a la del 14. Luego están los que se dejan llevar (Alberti, Lorca y Aleixandre) y los que, como Cernuda, se independizan o sublevan. Y, junto a ellos, los que ni se dejan llevar ni quieren salir porque su puesto allí no está muy claro. Entre estos últimos se encuentra Bergamín, aunque tampoco muy del todo: aparece en la foto del famoso acto sevillano que constituye la partida de nacimiento de su generación; colabora en el diseño de su lanzamiento; escribe en sus revistas y hace que los del 27 escriban en las que funda él; publica libros de casi todos ellos... y, sin embargo, su nombre no acaba de instaurarse dentro de la nómina poética de su generación.

Todavía hoy, pese a su impresionante protagonismo político y poético, Bergamín parece un transeúnte, un huésped, un acólito. La crítica más rigurosa no lo ha dejado de indicar: Gonzalo Penalva fue el primero en señalarlo en un libro, de 1985, que hacía alusión a lo que Bergamín entonces parecía: un fantasma; un año después, Nigel Dennis daba a la imprenta una excelente introducción crítica; González Casanova y Martínez Torrón le dedicaron estudios de interés. Anteriormente, Chabás, L. F. Vivanco, E. Miró y J. Esteban habían prestado atención a la singularidad de su lírica. Y lo seguirían haciendo después Mª P. Lorenzo, M. Zambrano y C. Gurméndez. Sin embargo, ni como poeta ni como prosista Bergamín acaba de encontrar en el 27 su lugar. Salinas dijo de él que se lo jugaba todo, y parece que sí, pero para perder, porque, debiéndosele tanto, casi nadie se lo ha pagado todavía. Lo que se debe a Bergamín es mucho y, sobre todo, esto: haber sido el primero en señalar el influjo de la prosa de Ramón en la lengua poética del 27; y el haber publicado, en Cruz y Raya, el artículo de A. Marichalar sobre el panteísmo, que tanto ilumina la comprensión del primer Aleixandre; el de Landsberg, sobre Unamuno; "Planteamiento de un interrogante metafísico" de Heidegger, en traducción de Zubiri; las versiones de Hülderlin hechas por Gebser y Cernuda; y "La revolución del hombre" de Maravall, que tan importantes son para entender el horizonte intelectual en que se forma la "generación del 36".

La importancia del demonio -y La decadencia del analfabetismo, que es el otro ensayo que lo conforma- se editó en 1961, se reeditó en 1974, y tiene íntima relación con la poesía de Bergamín. Los dos textos participan de esa logomaquia de raíz unamuniana en la que suele moverse la prosa aforística de su autor; contienen más frases que ideas y éstas oscilan entre el entimema, el epiquerema, el salto en el aire y la falsa ecuación. La brillantez del estilo suple muchas veces la ausencia de pensamiento.

La decadencia del analfabetismo coincide con un texto de Paz en el que éste critica la poética del grupo de "Contemporáneos". Como Paz, también Bergamín censura la literaturización de la poesía; defiende el sentido infantil del juego entendido como estado de gracia y expone lo que llama el pensar analfabeto, para cuya descripción se apoya en su propia teoría sobre el lenguaje popular andaluz y en la Docta Ignorancia de Cusa; lo adereza con citas de G. Bruno, Carlyle y San Pablo y lo ejemplifica en las figuraciones del teatro popular. Para Bergamín "la poesía es siempre de los hombres de fe: nunca de los hombres de letras". No le falta razón, pero su Herder de bolsillo y su romanticismo alemán más oído que visto relativizan no poco de lo mucho que dice. La importancia del demonio parte del error de traducir mal daimon del griego. Lo que no le impide escribir un texto lírico brillante, que va engarzando diferentes propuestas y las lanza con una sostenida maestría que desarma al lector y que, si no es muy cauto, lo convence. El prólogo de Penalva explica la arquitectura y contexto de estos ensayos que unen al placer de la belleza de su estilo la originalidad de la heterodoxia cristiana de la que siempre hizo gala su creador.