Image: Vida de Carlomagno

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Ensayo

Vida de Carlomagno

Eginhardo

26 abril, 2000 02:00

Traducción y edición de Alejandra de Riquer. Gredos. Madrid, 1999. 121 páginas, 1.600 pesetas

La vida de Carlomagno es un instrumento imprescindible para los medievalistas, que quedan en deuda con Alejandra de Riquer, Carlos Alvar y con la editorial Gredos

Ramón Menéndez Pidal fue, durante la primera mitad de este siglo, monarca indiscutido del medievalismo hispánico. Con todo, al otro lado de los Pirineos tenía un poderoso adversario, en lo referente a la interpretación de los problemas de la épica medieval: Joseph Bédier. Empezó éste a ganar la batalla cuando el hispanista Peter Russell, inspirándose en él, publicó en 1952 el primero de los estudios que, a partir de entonces, iban a poner en duda el sistema pidaliano, prácticamente demolido en las décadas siguientes por otros investigadores, españoles y extranjeros, en casi todos los cuales es perceptible la huella de Bédier.

Menéndez Pidal llamó "Neotradicionalismo" a su teoría para dar a entender que asumía, aunque con matices, el legado decimonónico relativo a la épica, en el estado final en que lo dejaron Pío Rajna -al establecer el origen germánico de los cantares de gesta- y Gaston Paris -al aceptar los planteamientos de Rajna. Pidal creía en la autoría múltiple y sucesiva de los poemas épicos en la tradición oral, en la movilidad textual que los reconstituía periódicamente en refundiciones, en su naturaleza originaria de relato historiográfico para el pueblo iletrado, en su aprovechamiento como fuente por la historiografía culta cuando la presión de la opinión pública por ellos creada llevaba a los cronistas a la elaboración de un relato histórico integral, renunciando a la autocensura impuesta por su propia norma profesional.

Para Bédier, la épica era un género de origen culto y de intención propagandística, localizable en las instituciones eclesiásticas que custodiaban las reliquias de los héroes épicos, convertidos en "santos laicos" y venerados como tales, con la complicidad interesada de la Iglesia. El prestigio y la autoridad de Pidal hicieron que la monumental obra de Bédier, Les légendes épiques, publicada entre 1908 y 1913, no tuviera eco en España ni se tradujera. La ideología franquista hubo de ser un importante aliado de don Ramón, ya que Bédier basaba parte de su argumentación en la más considerable superchería de cuantas produjo la Edad Media, el Códice Calixtino, y ponía así bajo sospecha la legitimidad de la leyenda compostelana.

En la etapa final de su vida, Pidal tuvo la alegría de ver confirmadas sus conjeturas de 1919 acerca de los orígenes líricos populares medievales, gracias al descubrimiento de las jarchas en moaxajas hebreas y luego árabes. Ese espaldarazo, que él mismo realzó en un célebre artículo de 1951, lo indujo probablemente a publicar su gran obra de senectud, La Chanson de Roland y el Neotradicionalismo, con la finalidad de refutar a Bédier en el terreno en que más daño podía hacerle: el del más importante de los cantares de gesta franceses. Y para intentar demostrar que la Canción de Roldán encajaba en su teoría, y no en la de Bédier, se basó principalmente en esta Vida de Carlomagno que hoy publica Alejandra de Riquer, retocando su anterior edición de 1986.

En síntesis, Bédier situaba la Canción de Roldán a fines del siglo XI, sin necesidad de precedentes al margen de la continuidad legendaria. Para Pidal, desde fines del siglo VIII y tras la derrota de Roncesvalles (año 778) comenzó la creación de texto épico. Don Ramón creyó que la Vida de Carlomagno, compuesta hacia el año 836, revelaba la utilización como fuente, en el capítulo 9, de una primitiva versión de la Canción de Roldán. En esencia, su argumentación descansa en esta hipótesis: la historiografía oficial carolingia -a la que pertenece Eginhardo- mantiene el propósito de ocultar la derrota de 778 durante más de medio siglo, hasta que se ve forzada a reconocerla, forzada por la presión de la opinión pública creada por un cantar de gesta.

La demostración exige detectar las huellas de ese cantar perdido en la Vida. Pidal las señala en el hecho mismo de admitir aquel fracaso único, en la extensión anómala del relato y en su carácter detallado, en el hecho de que contenga la descripción de una batalla y nombre a los capitanes muertos en ella, aunque no fueran miembros del consejo real.

La entidad de algunas de estas afirmaciones puede discutirse, tanto como la interpretación de todas ellas, y eso es lo que confiere a la Vida su enorme interés, tanto para profesores como para estudiantes. Sin olvidar el capítulo 29, dedicado a las empresas culturales de Carlomagno, en el que se afirma que hizo recoger por escrito antiguas epopeyas germánicas, confirmando las noticias que sobre su existencia dieron los historiadores romanos desde Tácito, y luego Casiodoro o San Isidoro. La Vida de Carlomagno es un instrumento imprescindible para los medievalistas, que quedan en deuda con Alejandra de Riquer, con Carlos Alvar (director de la colección que la acoge) y con la editorial Gredos.