Ensayo

Censura de historias fabulosas

Nicolás Antonio

17 mayo, 2000 02:00

Edición de Gregorio Mayans. Visor. Madrid, 1999. 816 páginas en folio. Facsímil de la edición de Valencia, Bordazar, 1742. 12.000 pesetas

Esta Censura, uno de los textos fundamentales de la modernidad científica española, es accesible ahora gracias a Visor, que ha reproducido la edición príncipe con el gusto, los medios y la calidad que convierten este libro en uno de los mejor impresos del momento

El siglo XVIII se suele considerar la época de modernización y europeización de España, tras la decadencia y el oscurantismo de los últimos Austrias. A matizar esa idea se han dedicado numerosos historiadores del pensamiento español, que han señalado la relevancia de una minoría de renovadores o "novatores" -como los llamó el obispo de Jaén Francisco Palanco, en un panfleto hostil de 1714-, activos entre 1680 y el comienzo (1726) de la publicación del Teatro crítico del P. Feijoo. Esos renovadores, verdaderos precursores de la Ilustración del XVIII, trajeron a España la actualidad progresista en filosofía, ciencia e historiografía. En ese contexto de eruditos, de audiencia necesariamente minoritaria y gremial, Feijoo ha quedado como el extremo visible de un iceberg, dotado de la grandeza y el influjo de su actividad de divulgador, y lastrado por la superficialidad de sus conocimientos.

Uno de los más notables "novatores" fue el sevillano Nicolás Antonio (1617-1684), fundador de la Bibliografía española. Su Biblioteca Hispana se publicó en Roma, en dos partes: en 1672 la tocante a la época iniciada en 1500; en 1696, la que comprendía los quince siglos anteriores. Editó esta segunda Manuel Martí, maestro del ilustrado valenciano Gregorio Mayans, editor a su vez de la Censura, uno de los textos fundamentales de la modernidad científica española, accesible ahora gracias a Visor, que ha reproducido la edición príncipe con el buen gusto, los medios y la calidad que convierten este libro en uno de los mejor impresos del momento, y en título de prestigio de su sello editorial. Sobre Nicolás Antonio existe una reciente monografía de José Cebrián (Kassel, Reichenberger, 1997).

La Censura -que Nicolás Antonio dejó manuscrita- denunciaba los llamados "falsos cronicones" forjados por el jesuita Jerónimo Román de la Higuera, supuestos textos de los siglos IV a X donde se inventaban o confirmaban leyendas sobre santos locales, fundación de Iglesias o antigöedad de linajes; así encontraron amplia audiencia al halagar la religiosidad ignorante con mentiras piadosas, el nacionalismo español -en lo relativo a la predicación de Santiago en España-, el orgullo local, las pretensiones de supremacía de ciertas sedes o las de primacía de algunas iglesias -por ejemplo, el Pilar de Zaragoza frente a la Seo-, y la voluntad de encumbramiento de determinadas familias. Los cronicones eran el último episodio de la más laboriosa y pintoresca falsificación de la Historia de España, la venida de Santiago y la localización de sus restos en Compostela, leyenda artera que dio pábulo a los fraudulentos impuestos llamados "voto de Santiago" y "de San Millán", y que cuenta con piezas de la talla del Códice Calixtino y la Vida de San Millán de Gonzalo de Berceo. Poco antes de las supercherías de Román de la Higuera se había producido en Granada el hallazgo de una veintena de conjuntos de láminas de plomo que, entre otras cosas, testificaban el martirio de discípulos de Santiago durante la persecución de Nerón. Sobre este asunto el lector puede acudir a Manuel Godoy Alcántara, Historia crítica de los falsos cronicones (1868) y Ofelia Rey Castelao, La historiografía del voto de Santiago (1985). La polémica sobre la autenticidad de los "plomos" se prolongó hasta que el papa los condenó en 1682, junto al pergamino que los acompañaba, pretendidamente escrito en árabe y castellano en el siglo I. Tantos intereses y poderes estaban en juego, que el lingöista Bernardo de Aldrete, llamado a peritaje, salió por la tangente diciendo que, al ser el pergamino una posible profecía de inspiración divina, pudo usar aquellas lenguas antes de que existieran.

Mayans no tocó el espinoso asunto de Santiago en su prólogo a la Censura, ni lo había hecho, más allá de los cronicones, Nicolás Antonio; pero la conexión era obvia, y la persecución se desató inmediatamente. La Inquisición no aceptó la denuncia, procedente de la colegiata del Sacromonte de Granada, pero sí el Consejo de Castilla, presidido por un cardenal, y ordenó recoger la obra en 1743. Mayans vio así herida de muerte la Academia Valenciana que había fundado para poner en práctica su proyecto de crítica de la Historia de España y de sus fuentes. Nunca concluyó la continuación de la obra de Nicolás Antonio, como había planeado, y se confirmó su distanciamiento de los círculos del poder, iniciado en la década anterior al haberse enfrentado a la Real Academia de la Historia con ocasión de la publicación de la España primitiva de Francisco Javier de la Huerta. La aparición de la España sagrada de P. Enrique Flórez hubo de convencerlo de lo mucho que dependía el éxito de la precaución de no inquietar al pueblo cuestionando las opiniones que "entretienen su vanidad o fomentan su devoción", como había escrito Feijoo, y de no desairar a quienes "entienden que es desdoro de España conocer la verdad", como él mismo escribió en 1753 al nuncio papal. Tuvo al menos la satisfacción de ver aparecer en 1771 la Representación sobre el pretendido voto de Santiago de su discípulo Francisco Cerdá y Rico, aunque encubierto, en un pleito sobre jurisdicciones, bajo el nombre del duque de Arcos.