Ensayo

Ortega y Gasset y los orígenes de la transición democrática

José Luis Abellán

17 mayo, 2000 02:00

Espasa. Madrid, 2000. 378 páginas, 3.400 pesetas

Para el profesor Abellán la historia de la filosofía española -al menos la que él afirma haber hecho- es recuerdo como forma de resistencia

El reconocimiento de la importancia histórica de la figura y obra de Ortega y Gasset atraviesa un momento excelente tanto en lo que se refiere a la atención del público culto como a la dedicación de los investigadores. A las referencias frecuentes en la prensa motivadas por acontecimientos sociales, políticos y culturales de distinto signo, se une la labor más callada que investigadores españoles y extranjeros realizan sobre el pensamiento y la obra, y que va dando numerosos frutos de indudable interés aunque, como es lógico, de desigual valía. Durante años los trabajos se concentraron sobre los aspectos más teóricos de su legado, pero cada vez más a menudo recibimos aportaciones de uno de los campos que, sin duda, más hará avanzar las investigaciones, el de los historiadores. No sólo aportan resultados sino también un modo de hacer que puede ser modélico o cuestionable, y que influye, al igual que los contenidos aportados, en el desarrollo de futuras investigaciones. En este sentido cabe destacar dos libros recientemente editados, de los profesores Vicente Cacho Viu y José Luis Abellán.
El libro (en realidad son dos) del profesor Abellán tiene como uno de sus objetivos reivindicar la figura de Ortega, salvándola de olvidos y manipulaciones. Propósito sumamente loable y recordado a lo largo de la obra. Aunque quizá esto no sea suficiente. Al acabar la lectura del libro no queda clara cuál es la relación de Ortega con "los orígenes de la transición democrática". No negamos la relación, simplemente no aparece en el libro. Quizá porque el verdadero propósito del autor es, más bien, el de quejarse y dar testimonio de que su generación (la del 56), que ayudó a traer la democracia y a triunfar al socialismo, fue marginada políticamente por éste, a pesar de las ofertas de colaboración, por supuesto "desinteresada y entusiasta". Al repasar el índice del libro, el título de la primera parte se presta a una ambigöedad que desmiente la cronología: "Hacia una biografía del protagonista". Al final, no sabemos si recibimos un esbozo de biografía de Ortega o un adelanto de las memorias del profesor Abellán.

El libro se presenta inscrito en el género académico de una historia de la ideas propias y ajenas, completando aquellas con profusión de éstas en forma de citas explícitas e implícitas, lo que unido al abundante dossier, convierten al libro más bien en una antología de textos. En cuanto a la pertinencia de los materiales aportados, varía desde una carta relativa a la jubilación de Ortega (que el autor recibió, pero que no encontró), al "correctivo militar" recibido por el "sargento aspirante" y autor del libro, al haberse tomado unos días más de permiso (extremo cuya trascendencia histórica es difícil de evaluar) o a la copia de un artículo de Heidegger sobre Ortega, que los interesados pueden obtener sin mayores dificultades. Pero sería injusto minusvalorar el interés de este libro a causa de sus posibles deficiencias metodológicas, sin señalar al mismo tiempo su oportunidad, ya que se hace eco de tres temas relevantes en la investigación histórica sobre Ortega: la ausencia de una biografía, el interés por la transición española y el papel asignado en todo ello por el autor a una manera de hacer la historia de la filosofía española.

Respecto a lo primero, la contribución del profesor Abellán se presenta bajo el modesto indicativo de "Hacia una biografía", y quizá haya sido obra de la publicidad el presentar como biografía lo que no pretendía serlo. Pues en ella no aparece nada nuevo y sí la conocida habilidad del autor para el uso más que generoso de textos ajenos, especialmente de los apuntes biográficos de los hijos del filósofo, sin ahorrarnos el ya deprimente (por irrelevante) apartado de las depresiones de Ortega. Pero se desprende algo decisivo para futuros intentos de biografía: el que se trata de un pensador, y que la biografía ha de ser también intelectual. El profesor Abellán confiesa haberse dado cuenta recientemente de la importancia del Leibniz orteguiano (libro que encocora a los leibnizianos), y por ello nos hace concebir la esperanza, lamentablemente defraudada, de que va a entrar en una historia de ideas. No es así. Pero, en todo caso, ese "hacia" tiene el inestimable valor de sugerirnos que la biografía debería ir en la dirección contraria.

El libro del profesor Abellán pertenece a una modalidad de investigaciones que parece ir ganando cada vez más adeptos: realizar un ajuste de cuentas con nuestro pasado más inmediato poniendo como testigo a un Ortega cuyo papel en todo ello está por definir. Se aborda el período menos tratado de Ortega, a partir del exilio, y se toma como punto de partida de la necesaria revisión que va de la postguerra a la transición democrática. El resultado son libros híbridos de género, en los que la investigación sobre Ortega no avanza, sino que sirve de comodín histórico al servicio de una tesis dictada por los intereses revisionistas del presente.

La falta de perspectiva nos ofrece una figura que lo mismo sirve (lo sabemos ahora por el profesor Abellán) para inspirar las Aulas de Cultura de la Sección Femenina, que para ser rescatado como "Cid Campeador" que vence después de muerto en la generación del 56. Quizá no sea inoportuno añadir que Ortega no era muy partidario de apelar a estos mitos raciales, precisamente en la época de su "socialismo ético". Pero ese es el objetivo que más le interesa al autor, y por ello no es casual que llegados a este punto el tono del profesor Abellán cambie y se tiña de patetismo al contar su peripecia personal de represaliado, primero, y de desairado político, más tarde. Es verdad que a generaciones posteriores les ha suscitado siempre una cierta perplejidad este tipo de quejas, sobre todo al constatar qué bien les ha ido a algunos que dicen que les ha ido mal, y qué mal les ha ido a otros que no pueden decir nada. El mismo autor tiene la honestidad de hacer suyo este reparo e intenta salir como puede del paso. Al final, parece concentrar todos sus reproches en el PSOE con un "de las siglas, sólo queda, pues, la P de partido, es decir, el puro afán de poder". Es fácil hacer hoy día leña del PSOE caído, y no vamos a entrar en la oportunidad de ello, sino más bien destacar el diagnóstico del profesor Abellán sobre el estado de "desmoralización" en que se encuentra hoy la sociedad, y la necesidad de "regenerar la democracia española".

La clave de este juicio, que puede parecer un tanto apocalíptico, está en la doble instancia (que, en realidad, es una) desde la que ha sido escrito el libro: la del historiador y el actor que se entrecruzan en el testimonio del testigo, etimológicamente mártir.

Para el profesor Abellán la historia de la filosofía española -al menos la que él afirma haber hecho- es recuerdo como forma de resistencia. Hagamos memoria con él. Recordemos que Ortega muere en el año 1955 y que, según la tesis del profesor Abellán, esa fecha alumbra el nacimiento de una generación, la suya, que reivindica su herencia. ¿Qué herencia? El profesor Abellán publica su Ortega y Gasset en la filosofía española en 1966 (curso de 1963 y prólogo de 1964) donde se pronuncia sobre el pensamiento e ideas políticas de Ortega. Afirma que el "aristocratismo" de Ortega es la matriz de sus diferentes posiciones, y proviene de su pertenencia a la burguesía, explicación última de sus contradicciones (p.45). Destaca su liberalismo, cuya "consecuencia directa" es su "antidemocratismo" (p.39 ss). Y, "naturalmente que ser antidemócrata es hallarse muy cerca de propugnar y defender la dictadura"(p.40). Precipicio ante el que el profesor Abellán lleva a Ortega, librándole de caer en él. Aunque no de su "desprecio del socialismo" (p.43), a pesar de su interés ocasional por ese tema. Además, su estilo humanista entra en contradicción con las circunstancias, "índice inequívoco de que la época de su personalidad había pasado ya a la historia hace, pues, quizá, nada menos que cuatro siglos"(p.63). Tras recordar la influencia de Heidegger saca una conclusión de más largo alcance: "En el fondo, el fracaso de ambos pensadores se hace patente y no son más que sendas anécdotas del fracaso general de la metafísica en nuestro tiempo"(p.85). Claro que, al intentar salvarle de tamaño desastre, le mete a él y a sus discípulos, quizá sin pretenderlo, en otro peor: "La concepción filosófica de nuestro filósofo culmina, pues, en un historicismo total, que no puede dejar de incluirse a sí mismo. Ahora bien, un historicismo que se incluye a sí mismo, o cae en contradicción o termina en un subjetivismo individualista. Una buena prueba de ello sería examinar la trayectoria de gran número de los discípulos de Ortega"(p.125). Recordando estos datos es difícil de entender lo que el profesor Abellán reivindicaba como herencia intelectual y política de Ortega en 1966, y también el que la reclame ahora.

En ésta "biografía" no aparece nada nuevo y sí la conocida habilidad del autor para el uso más que generoso de textos ajenos, especialmente de los apuntes biográficos de los hijos del filósofo, sin ahorrarnos el ya deprimente (por irrelevante) apartado de las depresiones de Ortega