Arcadias sevillanas
José Daniel M. Serrallé
7 junio, 2000 02:00La Arcadia queda, para el poeta Javier Salvago, justo al este de la infancia y concretamente en Paradas, donde una plaza con su nombre y un libro de cerámica ofrece unos versos suyos. Tal vez alcanzó tal honor, aparte de por sus versos, por influencia del fantasma de su abuelo. Para Rafael Adolfo Tellez Cañada Rosal es un pueblo sin memoria: "No me acuerdo de nada madre, no me acuerdo de nada". Ya el aire pesa sobre el recuerdo de la Estepa de Rafael Juárez en cuya casa nada funciona. Tampoco la bicicleta. Enrique Baltanás, en Alcalá de Guadaíra, nos rescata la sensualidad de las sorpresas del convento: la muerte de un pájaro, "los ramilletes de niñas que salían del colegio y sus piernas blanquecinas". "Todos fuimos dioses" en nuestra arcadia, y Fernando Ortiz en los veranos de Valencia de la Concepción, donde lanzó un petardo bajo los pies menudos de la niña que amaba. No se es niño impunemente en san Nicolás del Puerto, el pueblo de Manuel Sánchez Chamorro. Alberto García Ulecia en Morón de la Frontera es carne vencida por la nostalgia. Vio la capa de un rey mago y oyó los disparos de la caza del tigre. Creer en imposibles: eso es lo que añoramos de la infancia.